La reivindicación
“Antes de empezar a competir, le tenés que ganar al ego más grande de todos, que es el tuyo. Tenés que entender que no solo está bien como vos lo hacés. Que hay otros caminos”
José Néstor Pekerman
Por Aldo Cortés
Aciagas son las horas que preceden al placer. Y es que al éxito lo antecede el fracaso. Estoy escribiendo con emociones encontradas.
Leo la frase que sirve de epígrafe para este artículo. El dedo sobre el filo de
la balanza. Las repercusiones del éxito son confusas, estimula tanto el orgullo
que te orilla a enamorarte excesivamente de ti mismo, y cuando pierdas sucede
todo lo contrario. Te relaja, te hace creer en las mentiras de tus defectos. Y,
con todo, no deja de ser plausible la gente que nunca deja de creer en sí
mismo. Quiero decir… se necesita de una voluntad magnánima que pueda soportar
los embates, no solo del fracaso, sino de los obstáculos, de las perfidias, de
las manos extendidas plagas de trampas y envidia. El éxito no se improvisa,
requiere de una autoestima estoica.
¿Ejemplos? Afortunadamente hay demasía. Es entonces que, el mérito es
particularizar la virtud. Víctimas de una misma circunstancia; epígonos de una
misma escuela. Lo escribo con respeto y admiración, saber reconocer siempre te
hará grande.
En la Hélade de Grecia, la educación se consolidó en la dualidad: paideia y
areté. La paideia es enseñanza de manera amplia, es condición necesaria y, sin
embargo, no suficiente para que exista educación. Areté la virtud, pero
entiendo esta como energía, como fuerza, como emulación. Lo uno y lo otro no es
posibles sin que haya sincronía.
Sustine et abstine ideario estoico. No hay mayor lucha que la de ser tú mismo cada día. Generaciones predecesoras a la mía no tuvieron acceso a psicólogos, no había tantos libros de autoayuda, tuvieron una educación “traumática”, no había teléfonos ni tabletas. Hombres y Mujeres libres. Ningún obstáculo fue suficiente para impedirles salir a mundo, descubrir, inventar, oponerse a la vorágine de un mundo cuya gravedad cada vez es más fuerte. En definitiva, no somos nuestras circunstancias, somos lo que hacemos con ellas.
Aquellos que tienen miedo de la verdad es porque no están preparados para afrontar su mentira. Vivir en este instante no es garantía de felicidad, pero sólo cabe la posibilidad de serlo aquí.
Lo que importa, es caminar. Muchas veces, la única diferencia entre ser una leyenda y ser inolvidable, es ser una persona normal.