#Ladykaraoke
por Fuensanta Lópezmonroy
Lo mío no fue prepotencia, ni estaba parándome el cuello por tener un padre influyente o una madre poderosa. Tampoco yo tengo un cargo importante, ni lo he anhelado.
Cierto: a veces cuando voy manejando y algún carro se me cierra, abro la ventana y saco la mano para pintarle un dedo. O a veces le grito al arbitrario: “chinga a tu madre”, si voy de buenas. O “chinga a tu puta madre” si voy de pésimas. Entonces el arbitrario reacciona de la misma manera y se arma un lío en lo que el semáforo cambia al verde.
Esos minutos son de tensión extrema porque uno nunca sabe si el otro, el ofendido, sea un narco o el hijo de un narco o una tipa que lleve guaruras que se bajen a propinarte una madriza (en el mejor de los casos).
He tenido conocimiento de que, por menos de una mentada, hay gente que desaparece. Pero ese es otro tema. Y repito: lo mío no es la prepotencia.
Sé muy bien que cuando llegas a un restaurante y tratas mal al mesero, ese mesero se venga de ti tras bambalinas, en la cocina, donde escupe tu sopa o hace que todos los demás meseros y cocineros escupan tu sopa. Hace poco, una amiga que trabaja de hostes en La Mansión me contó que un garrotero resentido se vengó de un cliente mamón, pero no escupiéndole a la sopa, sino vertiendo en la salsa bechamel del filete una porción generosa de semen fresco que se sacó en el baño. A partir de ese momento trato a los meseros con respeto rayano en la zalamería, no vaya a ser que me echen baba en la sopa o espermatozoides tiernos en el pescado blanco.
También cuando voy al gimnasio me topo con señoras que si me ven usando un aparato, llegan, y sin decir “agua va”, se apropian del aparato y me dejan a la mitad de la rutina. Eso es odioso y francamente grosero, pero me aguanto las ganas de arremeter contra ellas porque ya un día pasó que otra usuaria se sintió invadida y se le fue a las mentadas a la gandalla y la gandalla se puso a filmarla en Facebook Live y desde ahí la usuaria que gritó y exigió respeto (aunque no de la mejor forma) es conocida como #Ladyvetealaverga; porque eso fue lo que le dijo, fuerte y tupido, la usuaria indignada a la señora gandalla cuando la estaba filmando. Yo estaba ahí, yo lo vi. Me encontraba en el área de pesas cuando las dos mujeres se comenzaron a bronquear y después no sólo la gandalla filmó a la otra… cuando me di cuenta ya había un círculo de forzudos y señoras metiches documentando el escándalo desde sus teléfonos.
¿Qué fue de estos personajes? Doña gandalla siguió yendo puntual al gym y no cesó en su práctica vulgar de apoderarse de los aparatos sin pedir permiso, mientras que la otra tuvo que salirse del club porque cada vez que entraba al vapor las otras mujeres murmuraban: “ahí viene #ladyvetealaverga”. Porque quizás los hombres no lo sepan, pero muchas mujeres que en público son incapaces de decir palabrotas, cuando están solas usan un léxico de tepiteño. Esa es la verdad.
Y se los juro: lo mío no es la prepotencia, pero tengo que confesar que hace un año aproximadamente interpreté el papelazo de mi vida.
No fue culpa mía. Si fuera hipócrita diría que la culpa fue del alcohol, sin embargo, eso no es del todo real.
Estaba con mi marido y con unas amigas (y amigos) en un karaoke. Las amigas y los amigos y mi propio marido estaban muy pero muy pasados de copas, y ya sabemos lo que pasa cuando a uno se le sube el alcohol al cerebro.
El caso es que de pronto, en medio de mi interpretación musical (cantando “Acaríciame” de Lupita D`Alessio) voltee a ver a mi marido para dedicarle esa amenazante frase que dice: “pues mañana puede ser quizá otro hombre, el que esté en mi lecho haciéndome el amor”, y para mi sorpresa voy viendo que el muy cerdo ni me estaba haciendo caso ni estaba bebiendo ni hablando con sus amigos, ¡no!, el señor estaba muy entretenido metiéndole la mano a mi mejor amiga. Así como lo oyen.
Mi marido tenía la mano derecha en el muslo de mi amiga, y mi amiga (que hoy es mi ex amiga) no le quitaba la mano, sino todo lo contrario: estaba muerta de risa platique y platique de no sé qué pendejadas con el borracho de mi marido. Todavía respiré y conté hasta diez mientras la canción seguía, pero en cuanto terminó jalé de su silla a otra amiga que estaba menos ebria y le pregunté si lo que yo estaba mirando era real o solamente un espejismo. Mi amiga sacó los ojos y me dijo: “no jodas, qué le pasa a ese animal”. Fue entonces cuando, sin el mayor recato, me le fui encima a mi marido y le grité que era un pendejo hijo de puta. El pobre ni siquiera se dio cuenta cuando yo ya estaba encima de él. ¿Y qué creen que pasó? Pues el dj paró la música y el dueño del lugar mandó a encender las luces, así que la escena quedó expuesta. A mí me valió que todo el mundo me viera porque finalmente estaba defendiendo mi honor mancillado. Total que el cobarde de mi marido se fue dando tumbos. Huyó como bandido en el instante que vio que yo tomé la botella de champaña que estaba sobre la mesa. La tomé obviamente para estampársela en la cabeza, sin embargo, en uno de mis amigos cupo la prudencia de arrebatármela y sacarme cargando del antro.
Ahí iba yo, meneándome como loca y gritando: “perdón, pero no estoy loca, ese hijo de la chingada hirió mi corazón y no puede quedar impune. Su nombre es tal y trabaja en tal lugar, y en donde lo vean, cuiden a sus mujeres porque ese no respeta ni a su chingada madre”. Así lo dije sin ningún rubor.
Saliendo del lugar, justo enfrente del carrito del vallet parking, vi a mi marido esperando su carro. Se estaba haciendo el disimulado viendo no sé qué cosas en su teléfono. ¿Y qué hice yo? Mordí al compañero que me estaba cargando y me fui corriendo hacia el vallet parking. Mi marido no se percató que yo ya estaba tras él cuando volteó y le propiné un puñetazo en la cara que lo hizo dar vueltas sobre su eje. Acto seguido, volvió en sí y emprendió de nuevo la graciosa huida, ahora hacia nuestra casa y a pie, muerto de frío.
La gente salió del karaoke para seguir admirando el show. Llegó el carro de mi marido, y debo confesarlo, seguí enloqueciendo y que me trepo al cofre a bailarle un jarabe tapatío con mis tacones. El pobre carro quedó todo abollado, pero, ¿mi corazón no estaba igual de abollado? En eso que llega la patrulla. “¿Qué pasa aquí?”, dijo un policía gordo.
El vallet le narró los hechos y estuvo a punto de subirme a la patrulla cuando no pude más y rompí en llanto. El policía se me acercó y me pidió que le contara lo que había sucedido. “Es que me reportaron un desmán y tengo que actuar conforme el reglamento”, dijo. Y yo le dije: “entiendo que está mal lo que hice, pero dígame usted: ¿no es más criminal el tipo que se acaba de ir?”, y le conté lo que había pasado en el karaoke.
El policía se conmovió con mi relato y le sugirió a uno de mis amigos que mejor me llevara a casa. Y así lo hizo.
La mañana siguiente tuve un despertar telúrico. Estaba toda hinchada por el alcohol y el llanto, pero eso no fue nada comparado con el trauma de verme en todas las redes sociales. Y es que no faltó el morboso que captó todo el drama con la cámara de su teléfono y subió el video a Facebook anteponiendo el título de #LadyKaraoke.
Y ustedes se preguntarán: ¿después de todo el show qué pasó con mi relación?
Nada. El manipulador de mi marido se arrastró como un gusano para ofrecerme una disculpa (y una camioneta que nunca llegó) y lo perdoné. Eso de “perdoné” es un decir, porque jamás se me va a olvidar lo que hizo, es más, desde entonces evito juntarlo con mis amigas porque ya conozco sus mañas, sin embargo, lo que más me dolió de todo este asunto fue que debido al incidente me vetaron del karaoke, así que además de la humillación proferida por el marido, además de ser la burla en las redes sociales, me quedé sin escenario donde poder sacar mis frustraciones.
Pero como dije al principio: lo mío no fue prepotencia.
Yo no tengo la culpa de que dios me haya hecho tan apasionada, ¿verdad?