martes, noviembre 5 2024

por Alejandra Gómez Macchia

 

El apellido Jenner nunca fue tan conocido sino hasta que llegaron las Kardashian con sus hermanas, las Jenner, a hacer de sus vidas frívolas un escaparate al que todos podíamos dirigir nuestras miradas curiosas, inquisidoras o morbosas.

La imagen de Bruce Jenner había sido olvidada, y sólo era recordada por los nostálgicos que, al visitar el estadio olímpico de Montreal, se topaban con el gran póster en el que se encuentran las dos figuras más importantes de esa olimpiada: la de Nadia Comaneci y la de él, Bruce; que para ese entonces era un hombre guapo, fornido y de sonrisa algo enigmática.

Aquel año (1976) todas las compañías de cereales, de ropa deportiva, de leches y hasta las aseguradoras, se volcaban sobre el campeón del pentatlón.

Bruce Jenner era un hércules gringo y moderno; el epítome  de la virilidad y la vida saludable. Pero como siempre ocurre, alguien sucedió a Jenner y fue lanzado a los brazos del olvido hasta que un buen día reapareció con sus hijastras curvilíneas y sus hijas skinny, y… ¡shazam!, volvieron la gloria, los flashes y los millones.

 

El padre de las Kardashian, por su parte, hizo una gran fortuna al ser el abogado que logró liberar a O.J Simpson.

Imaginemos la fortuna que le pagó para salir impune de todas esas horrorosas sospechas.

En fin; esta es una breve semblanza de la vida y obra de la dupla Kardashian-Jenner.

 

Anoche vi el documental sobre Bruce Jenner. No voy a resumirlo porque básicamente cuenta lo que ya puse en los párrafos anteriores;  es su historia de éxito, el encumbramiento, su caída y posterior resurrección como parte de los reality shows, hasta llegar un día a  la portada de Vogue con una maravillosa fotografía de Annie Leibovitz.

Dicha portada reventó las redes e hizo acreedor Jenner del record (después de Obama y el Papa Francisco) a la persona que más rápidamente reunió millones de seguidores en Twitter.

La portada se cabeceó con esta frase: “Callme Caitlyn”, lo que a los lectores de literatura nos remitió de inmediato al inicio de Moby Dick: “Callme Ishmael”.  

Pero esto nada tiene que ver con Melville ni con barcos balleneros. La revista  fue histórica pues representaba  la salida del clóset de una súper estrella del deporte… aunque ya en las temporadas anteriores al “destape”, Bruce se parecía más a Alfredo Palacios o a una tía Virgen que al acorazado Bruce, penta atleta  y galán de comerciales.

La inclusión es todo un tema, y lo es, sobre todo, a causa de las lagunas jurídicas, la religión, y de las mentes cerradas de la gente que quiere indagar en las vidas ajenas.

Hablar de inclusión debería ser ya un tema común. Ni siquiera se debería vociferar o cuestionar si tal o cual persona con determinadas orientaciones o gustos debe ser tratada como ser humano y tener derechos fundamentales. Esa conversación, así como las ramificaciones del lenguaje, sólo nos demuestra que seguimos sin utilizar más de la mitad de nuestro cerebro. Sin embargo, la realidad es otra.

Cada vez se caldean más los ánimos y surgen debates al respecto, así como también van brotando nuevas corrientes ideológicas y/o prácticas sexuales que, siempre han existido, pero sólo hasta ahora, gracias a la vorágine de la comunicación, se desvelan con mayor rapidez.

Así es como, de repente, el citado Bruce, que después fue Caitlyn, logró hacerse de un lugar en el parnaso deportivo, pero ya como mujer (con esa identidad que siempre reprimió y que ahora no acaba de asumir) se convirtió en el primer “Viejo lesbiano” de la historia. ¿Qué quiero decir con lo de Viejo Lesbiano?  Que nació con genitales de hombre (es hombre fisiológicamente), luego se operó (odio la palabra transicionar, es espantosa), para tener aspecto de mujer, porque su interior le dictaba que esa realmente era su sensibilidad desde niño, sin embargo, pasados los años, Caitlyn decidió que era una mujer, pero le gustaban las mujeres, o sea, lesbiana.

El final del documental es revelador: Caitlyn está siendo maquillada para la grabación y dice: “Bruce fue un hombre que triunfó y consiguió todo lo que se propuso. Ahora falta ver qué hará Caitlyn”.

Esas palabras van acompañadas de una mirada sumamente angustiosa; la mirada que ha tenido desde su metamorfosis.

Los años han pasado, y el único éxito que ha conseguido Caitlyn es ser Caitlyn, lo cual no es un tema menor.

Todo lo anterior viene a cuento porque leí un artículo en donde las comunidades Queer y Trans, quieren que se omitan las siguientes palabras porque sienten que los acotan y los excluyen: Madre y Vagina.

Dejando fuera el despropósito de borrar la palabra “madre” y cambiarla por “persona que pare y lacta”, vayamos a la joya de la corona: borrar la vagina.

Algunos miembros (o miembres o miembrxxss) del colectivo Queer, que no son homosexuales, más bien son personas que sostienen que los géneros, las identidades y orientaciones sexuales no están vinculadas con la naturaleza biológica, sino que son resultado de una construcción social, proponen que “vagina” debe desaparecer porque nada tiene que ver con ser o sentirse o convertirse en mujer.

Muchas de estas personas se sienten sumamente ofendidas ya que en las revistas médicas o en las consultas médicas, el doctor asume (o no) que tienen (o no) vagina, lo que es, según ellos, una más de las aberraciones del patriarcado vil.

La solución, dicen, es desaparecer la palabra vagina, y cambiarla por “hoyo delantero”.

Imaginemos ahora un mundo en el que se pierda la vagina (porque siguiendo el canon de sus puritanas formas de concebir la equidad, lo que no se nombra no existe – frase que por cierto es de Wittgenstein­–, un buen día, y de tanto llamar “hoyo delantero” a la suave ranura por la que nacemos y orinamos (algunas), las mujeres podríamos amanecer lisas, y ahí sí, ¡se nos acabó el veinte, hermanas!.

La poca fe que aún tengo por la humanidad me dicta que singularidades como estas no pasarán; el lenguaje inclusivo tenderá a desvanecerse por impráctico.

Eso espero…

Y quedará evidenciado que todos aquellos quienes insisten en ser tratados como caballos (porque se sienten caballos y viven en corrales), y los que quieren que la vagina deje de llamarse vagina, y que la madre deje de ser llamada madre, lo que verdaderamente tienen es, en efecto, un hoyo…

Pero en el cerebro.

 

 

 

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