domingo, diciembre 22 2024

por Alejandra Gómez Macchia

Las tres mujeres que vemos en las fotos son un ejemplo de valentía y de eso que ahora suele llamarse empoderamiento.

Todos lo días se levantan y van a trabajar a uno de los restaurantes de comida del mar con más permanencia en el gusto de la gente en Puebla. De los poblanos y todos aquellos que, de pronto, pasan por esta ciudad y buscan dónde sentarse a comer bien.

El Silver comenzó hace más de treinta años, sin embargo, no era esa inmensa casa que hoy lo alberga.

La historia, como todas las historias que de verdad valen la pena ser contadas, tuvo su origen en un triciclo- bicicleta en donde se transportaban no sólo los cocteles y los pescados, sino los sueños de una pareja que a la postre se convirtió en familia.

Decir familia no implica solo padres e hijos… la familia Silver ha estado constituida, se ha expandido con el arribo del personal que atiende, opera y hace posible que el negocio avance. Y como todas las familias, a veces se reacomodan, cambian.

Doña Esperanza Ríos siempre ha estado ahí: desde el carrito que se movía por las calles hasta vaciarse, pasando por una temporada alucinante en la Fayuca (sitio especialmente complicado porque implicaba una pugna política entrar) hasta el enorme restaurante que conocemos ahora; organizándolo todo y velando porque cada una de las piezas de este rompecabezas embone y sea funcional.

Se trata de una mujer de carácter fuerte y mirada perspicaz. Perita, como le dicen sus amigos, sabe que el servicio a los demás debe ser una mezcla entre amabilidad y firmeza. Un mix de alegría y orden. De otra manera, la vida de cualquier empresa puede verse amenazada.

Los años enseñan al jefe a no ser laxo, pero tampoco intransigente.

El ambiente de un restaurante de estas características es un tema delicado, tanto como sus propios productos. Al ser un lugar en donde la clase política y empresarial conviven con las familias consumiendo la energía de los ostiones y el poderoso encanto de las bebidas espirituosas, no es fácil contener algún desaguisado, sin embargo, Perita sabe perfectamente cómo tratar a los diferentes clientes.

Una mujer que ha convivido con personajes bravos y hostiles de la fayuca, no se doblega frente a nadie, al contrario, su visión se ha vuelto de una u otra manera hasta antropológica. Recibir cada día a cientos de hombres y mujeres de ideas y caracteres distintos, la han dotado de una habilidad especial para que cada uno viva la experiencia del pan y la sal con satisfacción.

Junto a ella, su hija mayor, Alicia.

Licha representa la modernidad y el emprendimiento. Es lo que se podría decir “un triunfo frente a los factores de la herencia”. ¿Cuántas veces no hemos visto y oído historias en la que los padres se parten el lomo para construir un patrimonio, y luego llegan los hijos a acabárselo por falta de frío y de hambre? El viejo cuento, que aquí no es el caso.

Licha tuvo una niñez atípica; no era fácil ser la hija de una pareja tan enfocada en erigir los sueños desde cero. Amorosos, siempre, pero estrictos, educaron a sus dos hijas bajo la premisa de hacerlas mujeres fuertes y trabajadoras. Licha tuvo que entrarle desde pequeña a conocer los procesos del restaurante pisando el primer escalafón: desde acomodar los servicios, manipular los productos con excelencia; dominando el fino arte de cortar el cilantro en pequeñísimos y armónicos pedacitos, saber mezclar las cantidades de alcohol y soda para las bebidas, hasta hacer números y pagar impuestos.

La vida de una adolescente, con la propia vanidad de las adolecentes, que de pronto tenía que lidiar con el olor a la materia prima que sostenía la casa (los pescados y mariscos) es heroico, más aún cuando comprendió que todo aquel sacrificio estaba movido por el cariño y la responsabilidad; lo que a la fecha la convertido en una empresaria visionaria, dueña ya de su propio negocio de café y flores, que es también un éxito.

Alicia ve a Perita con una admiración única. Nunca mejor dicho: esta dupla es la confirmación de que el ejemplo educa más que los mimos y las palabras.

El círculo se completa con Gabriela. Sobrina por partida doble de Esperanza, hija de su hermana y de su cuñado.

El caso de Gaby es similar al de Alicia. Al ser parte de la tribu, descubrió pronto que su existencia estaba ligada al Silver. Así, empezó vendiendo dulces a los comensales.

El ritual debió ser parecido: comprender el manejo de cada una de las áreas del restaurante. La forma de tratar tanto a los alimentos como a los clientes.

Conocer a fondo lo que haces es un imperativo categórico para sacarle el mayor provecho.

El parecido entre las hijas de Esperanza y Gabriela es asombroso: es, en realidad como si Gaby fuera la tercera hija.

Lo suyo son las cuentas, el manejo de los sistemas. Una parte compleja, sin duda, que requiere de una honestidad a prueba de balas y de atención constante.

El microcosmos del mar se parece a las familias: cada miembro ejecuta una suerte para que haya equilibrio.

Silver Mariscos es hoy por hoy la condensación de tres fuerzas femeninas. Y el ingrediente secreto no es alguna salsa o especia o el tiempo de cocción: son el amor y la lealtad cocinados a las brasas o a fuego lento.

 

 

 

 

 

 

 

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