lunes, noviembre 4 2024

Por Carlos Meza Viveros

El ser humano siempre ha estado preparado para adversidades que se pueden resolver mediante la aplicación de medidas conocidas, es decir, cualquier problema que tenga solución mediante recursos de la ciencia, las leyes o el cálculo. Ahora bien, lo que estamos viviendo en estas últimas fechas es una situación completamente inédita tanto en comprensión del problema como en la magnitud de este.

De pronto, un buen día llegó el coronavirus a nuestras vidas y nos trastocó como especie. No es un asunto de razas ni de estatus social; es un monstruo que arribó de oriente y nos ha removido en todos los aspectos: moral, físico, económico, sensorial.

Nunca pensamos que algo invisible fuera capaz de hacernos cambiar en la manera de relacionarnos. Hoy la comunicación se da y se presenta mediante inteligencias artificiales. Es el tiempo de las máquinas. Ellas, las computadoras, se han convertido en nuestras balsas y en el punto de reunión con aquellos que nombramos seres queridos.

Esta pandemia quedará inscrita en los anales de historia como la muerte de todo un sistema caduco, como el verdadero cambio de paradigma que se venía anunciando en teorías conspirativas y profecías catastrofistas.

La sutileza del evento es paradójica, ya que el mundo entero está en guerra, pero no en una guerra como las que antes se presentaban, sino una guerra que ni siquiera es nación contra nación o líder contra líder, sino todos contra una entidad incolora y mortífera. Una especie de ángel exterminador.

Estoy seguro que habrá una recompensa por tener que pagar la cuota de sufrimiento que está llevando a cuestas el ser humano. Ya lo empezamos a ver con la propia naturaleza, que al desaparecer el hombre de las calles ha reclamado para sí los espacios que le robamos, y se está regenerando.

Con esta crisis también se ve quién es quién en torno al liderazgo. Hay gobiernos, como el Canadiense, que ha hecho todo lo posible por amortiguar el durísimo golpe que esta contingencia representa para el bienestar de su gente. Por otro lado, es sorprendente cómo de pronto lo que ayer tenía un valor intrínseco inexplicable, ahora vale un bledo. Hablo, por supuesto de la forma en la que el capitalismo nos ha hecho creer que la vida adquiere plusvalía en tanto el hombre se llene de posesiones que, para el día de hoy, no significan nada si no se tiene salud.

Este es un tiempo terrible por donde se quiera ver, sin embargo, no ha crisis que no devenga oportunidades.

Lo que sí es muy importante es evitar que la información falsa se propague, ya que aunado al nerviosismo que  de por sí genera la inminente llegada de la epidemia a nuestro país, hay quienes sacan provecho para, además, llenar de terror las redes sociales y otros medios tradicionales.

En un artículo pasado hablé sobre la entronización de las Fake News, y cómo permean en un sector que se deja influenciar sin confirmar fuentes ni corroborar información.

Como especie hemos tenido siempre el problema de ser testigos, conductores y animadores del morbo sin importarnos los daños colaterales que puedan sobrevenir al tomar noticias falsas como verdaderas.

Esto es pan de todos los días en las redes sociales, pero ahora se está viendo con más fuerza ya que al estar confinados en casa, muchos ocupan su día entero en navegar por Internet sin ningún filtro, y lo más fácil para los ociosos y para la gente que no sabe o no quiere ahondar en la información que recibe, es compartirla de una forma irresponsable y lastimosa.

Si bien el coronavirus nos ha condenado al ostracismo involuntario y los dispositivos son para muchos su tabla de salvación en aras de no desesperar o perder la cordura, es vital que dentro de las medidas que se están tomando para sobrevivir a la contingencia, se incluya una campaña en la que se conmine a la gente a no difundir chatarra cibernética que sólo entorpece el trabajo de quienes sí están comprometidos a informar con veracidad.

No son tiempos de andarle jugando al gracioso o de interponerse en la noble actividad de aquellos que trabajan para restituir el orden y la salud en nuestro país.

Por eso es menester que no nos dejemos llevar por rumores y/o por recetas mágicas.

El coronavirus se combate con disciplina, poniéndole la atención debida a los expertos, pero no a los expertos tuiteros, sino a aquellos que tienen en sus manos las cifras, las estadísticas y la ciencia. De otra manera pasaremos a la historia como un país bananero incapaz de comprender que si cae uno caemos todos.

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