Memorial
Por Juan Manuel Mecinas / @jmmecinas
Somos un país que gusta de encontrar culpables de sus desgracias. Durante mucho tiempo fueron los Estados Unidos de América (la frase de Díaz se encuentra tatuada en el imaginario colectivo) y cuando no se hallan razones o responsables, el surrealismo es la justificación de los males de la patria.
En la crisis del COVID, los responsables de la situación crítica que enfrentamos se encuentran en todas partes: los que gobiernan, los que gobernaron, los que decidieron tener un sistema de salud con esas características y los que lo permitieron. Muchos se centran en quienes hoy gobiernan, tal vez porque analizar la responsabilidad de los demás -incluida la sociedad mexicana- implica un examen más profundo y porque el gobierno ha tomado decisiones desafortunadas, que son las más próximas y las que aún pueden corregirse.
López Obrador está más preocupado en los bloques opositores que en las desgracias de miles de familias. O al menos eso parece. AMLO ha tratado de derrotar discursivamente a sus críticos, cuando en las calles los hechos lo están avasallando y sus críticos están también rebasados. El país requiere que el gobierno ofrezca ayuda a la clase media y al empresariado pequeño, pero la respuesta solo ha sido un intento tibio de ayuda, que la mayoría de los empresarios pequeños decidieron no tomar porque no resolvían sus problemas y solo aumentaban sus deudas.
Difícilmente al gobierno se le va a poder achacar no haber estado preparado para esta crisis, pero sí se le podrá reprochar que en sus discursos y en sus medidas colocaba a todos los empresarios (desde los más pequeños hasta los más grandes) como enemigos del régimen. Eso puede servir para ganar elecciones, pero no para incentivar a las personas a mantener la nómina de sus trabajadores o a pagar los impuestos debidos.
Además, el mayor error del gobierno es la descoordinación para enfrentar la pandemia. Le está exigiendo a gobernadores que se encarguen de controlarla y eso no funciona. La razón es una: los gobernadores no saben mandar -salvo honrosas excepciones. El mayor ejemplo es el Estado de Puebla. El gobernador piensa que controlar la pandemia significa presentarse todas las mañanas para dar a conocer cifras sobre los contagios y los muertos. Decreta que no hay condiciones para que regrese la industria automotriz y deja en manos de las empresas la decisión de volver al trabajo.
¿Es esto una prueba para medir la madurez de los empresarios? En los hechos es un juego perverso: como en algún momento las empresas tendrán que volver, dejarle a su arbitrio la decisión de volver es sinónimo de un gobierno queriendo jugar a ser Poncio Pilatos. Si hay muertes, si hay contagios, dirán que la responsabilidad es de los empresarios que quisieron regresar cuando se les dijo que no había condiciones. No es el gobierno diciendo lo que debe hacerse, sino lavándose las manos en una maniobra poco ética porque es claro que el riesgo de contagio es mayor que hace tres meses y la sola vuelta a las actividades incrementará el número de casos.
El gobierno ha decidido que los empresarios sean los responsables, cuando es al gobierno estatal a quien correspondería detener las actividades y determinar que nadie puede regresar, a pesar del costo económico y político que conlleva esa decisión.
Esto deja a la ciudadanía desamparada: los gobiernos estatales sin asumir su rol y los empresarios tomando decisiones que, en muchos casos, no piensan en el trabajador, sino en las ganancias (no son una beneficencia, ya se sabe).
Así, la carga está en los ciudadanos. La responsabilidad de salir de la crisis vuelve a estar en los desamparados y en quienes tienen la misión de levantar sus negocios, sus empresas, con sus medios y sus carencias. Los ciudadanos deberán aguantar los recortes de salario o encomendarse a la suerte para no contagiarse y/o morir ante la actitud ponciana del gobierno.
Ahora no se podrá culpar a nuestro vecino del norte o al surrealismo del país. Es claro que la clase política sigue siendo una constante en nuestras grandes desgracias y de ello deberíamos tomar nota. Pensar que solo los López (Obrador y Gatell) son los responsables de esta situación es enfocar nuestra mirada en el árbol que cae y no en el bosque que se incendia.