jueves, noviembre 21 2024

Por: Mario Alberto Mejía

Hay dos frases que sintetizan las visiones enfrentadas del mundo: “Esto ya había pasado” y “Se están muriendo los que no se morían”.

La primera se la escuché a una famosa periodista radiofónica poblana.

Cuando en la época de Manuel Bartlett hizo erupción el Popocatépetl, muchos nos sorprendimos y entre grititos de histeria lo manifestamos.

Serena, impávida, desde una silla de una  sala de prensa, nuestra heroína volteó a vernos con un gesto de fastidio y eructó: “Esto ya había pasado”.

Al principio no entendí lo que había querido decir.

Qué verde era mi valle.

A mi ingenuidad de aprendiz de reportero se sumaba una ausencia notable de cinismo.

Y es que hay que ser perverso para matar el afán noticioso de un grupito de tunde-teclas.

Lo cierto es que ella no mentía.

En efecto: el Popo ya había hecho erupción muchas veces antes.

La primera vez sucedió hace 730 mil años, que fue cuando el volcán nació.

Imagino su primera vez como un estornudo: pequeño, titubeante, ligeramente púdico.

Don Hernán Cortés, que además de conquistador tenía una prosa exquisita, describió como nadie la experiencia de una fumarola del Popocatépetl.

Lleno de curiosidad, envió a varios exploradores para que vieran de qué se trataba ese humo del diablo.

En una de sus Cartas de Relación dio fe de los hechos.

Vea el hipócrita lector:

“Llegaron (los enviados) muy cerca de lo alto y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido que parecía que toda la sierra se caía abajo y así se bajaron y trajeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos…”.

Con la multicitada frase, pues, la reportera radiofónica quería matar dos cosas: los grititos histéricos y los afanes periodísticos.

Ante la gran cantidad de encuestas sobre la inminente elección extraordinaria de Puebla, que le dan una ventaja abrumadora a Miguel Barbosa Huerta y a Morena, la susodicha también podría decir: “Esto ya había pasado”.

Y tendría razón, pero una razón parcial, lerda, malhumorada.

O maniaco-depresiva.

Y es que su frase es digna de alguien que perdió para siempre la capacidad de sorpresa, cosa muy necesaria y útil para quien quiere dedicarse al periodismo.

La antítesis de todo esto vive en otra expresión: “Se están muriendo los que no se habían muerto”.

Hay aquí una muy fresca dosis de sorpresa, de realismo mágico, de poesía.

Inevitablemente descubrimos que formamos parte del grupo de los que no nos hemos muerto.

Tras entender a fondo esa buena noticia, nos enteramos que esta ocurriendo otro fenómeno: sólo pueden morir los que no se habían muerto.

(Hay muertos que no hacen ruido y hay otros que no saben que están muertos).

Frente a la lógica de la primera frase, me quedo con la lógica de la segunda.

En ésta hay un afán de sorpresa que tiene que ver también con el natural cambio de las cosas.

Mala noticia para los que creen, por ejemplo, que las encuestas no se mueven al paso del tiempo.

Últimamente he escuchado a diversos opinadores decir que lo de las encuestas recientes “ya había pasado antes”.

Moraleja: no es novedad para ellos.

En su más reciente columna, Raymundo Riva Palacio escribió unas líneas que ponen en su lugar a los siervos del inmovilismo:

“La última encuesta publicada por El Financiero el lunes pasado mostró que el apoyo al presidente subió 10 puntos porcentuales en tres semanas, y lo colocó con una espectacular aprobación de 8.6 mexicanos de cada 10. Con ese respaldo, como sugieren sus leales, ¿qué importa lo que digan sus críticos? O peor aún, ¿quién dice que no está haciendo lo que el pueblo quiere?”.

Hace tres semanas andábamos a la mitad de enero y ya se habían muerto Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle.

Vaya: algunos de sus principales operadores ya hasta se habían retirado de la política y otros se habían decantado por la traición.

Las cosas, pues, habían cambiado.

Si estos elementos los metemos en una copa nos saldrá el coctel que estamos viendo: la caída brutal del PAN —no sólo en las preferencias electorales—, el crecimiento de Barbosa y de Morena, y el daguerrotipo de un PRI convulsionado y dividido.

(Los diez puntos de AMLO en tres semanas forman parte de este coctel inédito y extraordinario).

Todo se movió del 24 de diciembre para acá.

Los actores políticos ya no son los mismos.

Tampoco las adhesiones.

(Hay formas novedosas y apresuradas de traición).

El juego empieza de cero.

Quedarse en el pasado inmóvil —siendo periodista o analista— es una señal de que se ha perdido la generosa capacidad de asombro.

Y si de inmovilidad se trata, me quedo con La Amada Inmóvil, de Amado Nervo.

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Una Aclaración

Una muy buena fuente señaló que Miguel Barbosa Huerta jamás se ha subido a ninguna aeronave de Ricardo Urzúa y que a éste y al ex senador Emilio Gamboa no los ha visto en un buen tiempo.

Es cuanto.

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