jueves, mayo 2 2024

por Alejandra Gómez Macchia

No es el “Alarma”.

Son muros que están abiertos 24/7 a la mirada obtusa de los morbosos.

Son diarios que, sin ningún pudor, meten en su “nota de ocho” la fotografía de media centena de cuerpos calcinados puestos en hilera, como si se tratara del anuncio de alguna pollería que cada domingo ofrece en su menú pollos al carbón al 2×1.

No es el “Alarma”.

Son los mensajes que de pronto nos llegan al celular vía Whatsapp.

Mensajes que incluyen imágenes y videos de gente corriendo con las ropas encendidas, gritando como si estuvieran en la antesala del averno, sin embargo, no es la antesala: es el verdadero infierno.

Y esos mensajes nos llegan de las personas menos esperadas: hasta de las abuelas que ya incorporaron a sus actividades diarias la práctica de reenviar memes. Viejitas que otrora fueron aficionadas al “Alarma” y que han abandonado el tricot por el iPhone.

Las redes han catalizado muchas cosas, pero sobre todo, la normalización del horror.

¿Qué le llega a tu hijo de 15 años a su teléfono además de bonos para jugar al Candy Crush y al Confetti?

Algo está podrido en México. Muy podrido. Y no es sólo el sistema, al que un hombre está tratando de sanar con medidas que pueden (o no) ser afortunada.

Trato de no ver, y sólo quedarme con la información del texto, pero las imágenes invaden las redes en cascada. Una es peor que la otra. Es una sucesión de cuadros que ni los prerrafaelitas hubieran podido interpretar con tal precisión.

Pienso en El Pequeño Alex, protagonista de Naranja Mecánica, con los ojos abiertos a su máxima capacidad sostenidos por pequeñas pinzas atadas a una estructura metálica que le rodea la cabeza. Paralizado al ver cientos, miles de escena de ultra violencia, miseria y muerte. Un propio le dispensa gotas para que los ojos se hidraten.

Así nosotros, todos los días: viendo en primera fila y sin palomitas el espectáculo atroz de la muerte.

La tragedia en Hidalgo tiene muchas causas: imprudencia, negligencia, necesidad, ignorancia, miseria. Pero no mala suerte.

El padre lleva al hijo a un polvorín sin saber que el polvorín va arder.

El padre, que se supone que al ser padre tiene un poco de más experiencia, no se detiene a pensar que lo que va a hacer es algo indebido. No lo llamemos “algo malo”, indebido es mejor. El hijo va porque tiene que ir, sin embargo, como niño, emprende la empresa como una aventura más, como una travesura. Como una hazaña de esas que ve en los juegos de video, en donde el héroe se pone en riesgo, y si se pone en riesgo y muere, el programa le da el beneficio de obtener más vidas presionando un botón.

Lo que parece ignorar el niño (alienado) es que en la realidad no hay vidas extra.

Pero el padre, sin duda, no va al polvorín pensando que el polvorín va a explotar. El padre también asiste al evento montándose al vehículo de la oportunidad. Gasolina gratis, igual a unos cuantos pesos más en la bolsa.

Cada hora me llegan al celular las mismas imágenes, ahora ya convertidas en crueles memes que han sido retocados con filtros para magnificar el contraste de la noche con el fulgor del fuego.

No es un fragmento de la obra de El Bosco. Es una escena real que ha conmocionado al mundo, pero que hoy circula entre una mezcla extraña de indignación y morbo.

¿Y qué pasa?

Mañana ese cuadro será reemplazado por otro más grotesco que nos hará mandar este al archivo muerto.

Y la vida continuará como si nada, menos para aquellos que son re victimizados miles o millones de veces cada vez que se pulse “play” al video, mientras por ahí, en alguna casa cercana al desastre, un hijo verá a su padre ir y venir entre las llamas; y a continuación dos cifras: 2 millones de visualizaciones y cien mil likes.

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