Memorial
Por Juan Manuel Mecinas / @jmmecinas
La semana anterior resume la vida política del país, porque la clase política muestra lo que siempre imaginamos y es un secreto a voces: su podredumbre. Nos hace recordar a la política peruana de inicios de siglo donde Vladimiro Montesinos grababa a quienes sobornaba, espectáculo en el cual era primerísimo actor, y que desembocó en una crisis sin precedentes porque nadie se salvaba y aún así las reglas permitieron a muchos de ellos continuar su actividad política.
En México pasa algo similar: se filtran videos de aliados y funcionarios de un partido político, la denuncia de un presunto (por cuidar las formas) delincuente y un video de hace cinco años donde el hermano del presidente de la República recibe dinero que seguramente no está declarado fiscalmente y que tal vez procede del erario. Nadie se salva y lo peor no es eso: estos actores están encargados de salir de esta crisis y después deberán construir políticamente lo que no están construyendo o que de plano están tirando por la borda.
En este espectáculo, las instituciones quedan desnudas y en medio de las ráfagas de un juego de señalamientos perverso. Por ejemplo, el INE contempla pasmado que un exfuncionario declara con desparpajo que Odebrecht inyectó millones de dólares a la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto en 2012, o que un funcionario menor entrega decenas de miles de pesos al hermano del presidente que se entiende que es para la causa que triunfó en la elección de 2018. El fiscalizador del dinero que reciben y gastan los partidos políticos, mira atónito cómo se destruye su trabajo porque la validez de la elección de 2012 y la financiación del partido en el poder quedan en entredicho (por no hablar de reformas constitucionales).
Asimismo, los partidos sufren la mayor de las crisis y el escenario es idóneo para que grupos de extrema derecha irrumpan y logren capitalizar el odio de los ciudadanos contra los partidos políticos. No existen liderazgos y tampoco programas a los cuales aferrarse, no para ganar una elección, sino para pedir el voto de manera digna. Sin esos liderazgos y sin esos programas, es difícil que la crisis partidista sea corta o que el desenlace sea la construcción de plataformas e instituciones más cercanas a los ciudadanos que a los despilfarros de la política.
En el mismo tenor, el poder judicial es utilizado como tapete que no parece plantar cara a políticos que obtienen libertades condicionales cuando han realizado desfalcos por millones de dólares, mientras que a quienes no son hijos de exsecretarios de Estado o grandes acaudalados les espera la oscuridad de las celdas, aunque su delito sea infinitamente menor a fraudes valuados en millones de dólares. Y de la fiscalía ni hablamos: sencillamente realiza un trabajo tan selectivo, que cuesta trabajo confiar en que el resultado del circo sea algo más que un rédito electoral.
Por último, el Congreso no existe y al presidente se le está acabando el capital político por más que quiere asirse a los clavos ardientes de los escándalos. Su llamado a que los medios de comunicación transmitan los videos de funcionarios panistas recibiendo bolsas de dinero puede redituarle electoralmente, pero de ninguna forma fortalece a las instituciones del país. Lo que en realidad debería indicar es qué instancia sigue administrativamente las corruptelas de la clase política, más allá del proceso penal que alienta la fiscalía, y cuáles son las medidas o programas acordados con ciudadanos y organizaciones civiles para combatir estas prácticas.
Lo preocupante es que no sabemos cuándo y cómo vamos a salir de esta polarización, de esta crisis política y es alarmante que pueda ser a través de la imposición de políticas dictadas desde la extrema derecha. Le mesa está servida.
Es claro que los mitos de la “democracia mexicana” están cayendo con los videos difundidos la semana anterior: las instituciones creadas no son suficientes y han fallado los personajes que debían fortalecer democráticamente el sistema. Si el camino democrático comenzó en 1997, tiene que repensarse en 2020. Después de poco más de dos décadas, los actores que encabezan los partidos son incapaces o incompetentes, y las instituciones creadas desde entonces están mancilladas. En términos penales, el resultado de lo que estamos presenciando es lo de menos: la realidad un páramo desolador en el que se cierne la noche porque la clase política ha decidido aprovecharse económicamente de cualquier institución, de cualquier cargo, de cualquier gobierno.
Para superar esta crisis no valen los pronósticos entusiastas: partir del panorama cruel es la manera más efectiva de reconstruir una democracia que nunca fue o edificar todo lo que quedó pendiente. Lo que no es seguro es que esta clase política sea capaz de mirar ese escenario catastrófico y tenga la voluntad y la capacidad para salir de él.