Nosotros somos la crisis (notas sobre un documental de Olallo Rubio)
por Mixar López
Octavio Paz –quien no queda muy bien parado aquí-, escribió en su ensayo “La inteligencia mexicana”, de su libro El Laberinto de la Soledad (1950), que: “Toda la historia de México desde la conquista hasta la revolución puede verse como una búsqueda de nosotros mismos, deformados o enmascarados por instituciones extrañas, y de una forma que nos exprese. Las sociedades precortesianas lograron creaciones muy ricas y diversas, según se ve por lo poco que dejaron en pie los españoles, y por las revelaciones que cada día nos entregan los arqueólogos y antropólogos. La Conquista –lo pone con mayúscula- destruye esas formas y superpone a la española”. Pero las palabras tienden siempre a la abolición desde la historia, no porque las desdeñe, sino porque la trasciende.
Los cambios del país, tanto de la cultura mexicana, expresan de alguna manera, las tentativas y tendencias, a veces contradictorias de la nación; esa es la parte de México que ha asumido la responsabilidad y el goce de la mexicanidad. La sociedad siempre escapa de la historia, origen y conquista, aunque todo sea parte de su necesario alimento.
En el documental ¿Por qué la vida es así? (2022) del locutor, guionista y cineasta mexicano Olallo Rubio, escrito en colaboración con Iván Nieblas (This is not a movie, 2011), se debate el concepto del mexicano, un pensamiento del colectivo popular que trata de definir la cultura, la gastronomía, el humor, la historia, el quiebre y la trascendencia, en “una película para todos los mexicanos”, bajo la advertencia: “La siguiente obra incluye preguntas incómodas, planteamientos fuera de toda apariencia lógica, y sugerencias que podrían comprometer la estabilidad psicológica y emocional de algunos espectadores.
En ¿Por qué la vida es así? Se concreta el hecho de que la historia de “nuestra cultura” no es muy diversa a la de nuestro pueblo, aunque esta relación no sea siempre estricta. Y no es estricta ni fatal porque muchas veces la cultura se adelanta a la historia y la profetiza. Por lo pronto, caminaremos como zombies, como si la Tierra fuera una gran tienda departamental, para el consumo del hombre.
Para lograr una definición precisa, el equipo del documental se dio a la tarea de preguntarle al ciudadano de a pie –a excepción de Rulo- ¿qué es México? No hay nada detrás del concepto, mientras que unos viajan al pasado para tratar de recobrar atisbos de la fundación de Tenochtitlán (1325) –según la Crónica Mexicayotl; otros más se van tras el yugo del Virrey Don Antonio de Mendoza, quien asumió su cargo tras la salida de los aztecas de Aztlán; y otros tantos se dejan enunciar platillos gastronómicos y zonas turísticas como respuesta a la pregunta.
Para tratar de conceptualizarlo de manera acertada, el equipo de investigación de la película, se centra en la Teoría de la Evolución del Universo, de Stephen Hawkins, que dicta que nuestro Universo local comenzó a existir con un instante de inflación, una pequeña fracción de segundo después del Big Bang, en la que el Universo se expandió a un ritmo colosal. Hawkins afirmaba que una vez comenzada la inflación, hay regiones donde nunca se detiene. Pues los efectos cuánticos pueden mantener la inflación para siempre en algunas zonas del Universo. ¿Será México una de esas zonas, una ciudad global y etérea, que se alimenta con el Tehuacán mexicano –como diría Leonora Carrington-, la Coca-Cola?
Quizá todos los problemas para México no comiencen en la conquista, sino en la llamada Revolución agrícola o agraria, que se desarrolló durante la Guerra Civil con el Plan de Ayutla, propuesto por Emiliano Zapata y adoptado en 1911, en el que se exigía la devolución a los pueblos de las tierras que habían sido concentradas con las haciendas; esto no está del todo mal, ya que favoreció la circulación de la tenencia de la tierra y la formación de un mercado de tierras, pero el problema fue que mantuvo la propiedad social con salvaguardas especiales para evitar despojos y concentración. Al final de cuentas, lo que deseaba el mexicano, era trabajar menos, y que la tierra se ocupara de lo demás.
El documental realiza todo un recorrido por las huellas de la civilización humana: los granjeros y los príncipes, la milicia, los reinos y grandes imperios, los reyes, las reinas y sultanes, hasta llegar al mexicano, ¿por qué unos tiene y otros no¿, ¿en dónde está la división, la ordenación? Todo habla de un país dosificado, mal administrado por capitalistas que no alcanzan si quiera a ver al proletario.
¿Cómo debería vivir mi vida en un país como éste? Algunos refieren a los creadores de la filosofía occidental, para tener un control más propenso de la materia, mientras que otros tantos voltean a ver a Buda (conócete a ti mismo), o a Jesucristo (amor al prójimo), cuyos vociferadores de las palabras de este último, se convirtieron en verdaderos terroristas, y aquí viene de nuevo la conquista; esa idealización y herida del pasado que nos ha deshumanizado. La historia no es distinta, pues hemos vivido en un engaño durante años, ya que la mitología mexicana nos presenta como a héroes nacionales a traicioneros, asesinos y egoístas, pero eso no dista mucho de la colonización, que aunque se hizo con espada y cruz, los aztecas no eran una gran civilización de amor y trueque, pues eran en verdad unos verdaderos monstruos, caníbales, violadores y verdugos. Habían esclavos que eran expulsados definitivamente, y sacrificados que después eran postre para la cena. Mucha, mucha pestilencia y mucha sangre. Pero eso no está en la historia, ¿o sí, Gary Jennings?
Para sacarse todo eso, el mexicano ideó la independencia: una respuesta para deslindarse de la conquista. Y desde 1810 en adelante, la historia mexicana es la evolución de la corrupción, de chivos expiatorios, de personas que cuando se suben a la silla presidencial cambian por completo, no vuelven a ser los mismos, el vértigo los marea.
Las palabras mágicas en México son: “dame, y te ayudo”. Una sociedad de clientelismo de masas, de falta de definición moral, de sistemas carcelarios a favor del gobierno, de una larga cadena de favores nacionales, internacionales y mafiosos, en fin: un país construido en la tiranía de la mediocridad.
Para 1940, los mexicanos cedían a los gobernantes el derecho de administrar el poder, a instituciones como El Partido Revolucionario Institucional (PRI), o la Secretaría de Educación Pública (SEP). Es en este año cuando se crea el concepto de México como una marca de exportación y de identidad. Los libros de texto gratuito se convierten en una falsa propaganda de una historia modificada, mientras que el PRI eclosiona como uno de los poderes más represivos –al lado del narcotráfico, la religión y la televisión (Televisa)-. Pero no pasa nada, porque al mexicano todo le da risa, se come en azúcar hasta la mismísima muerte. Tenemos un himno que honra la sangre y no el afecto; nada es así, papá presidente está equivocado y los libros mienten; tenemos que ver más con la pachequéz de Germán Valdés Tin-Tan, que con el apologismo de ficción patriótico-nacionalista.
¿Cómo es la mujer mexicana? La post-revolucionaria ejercía más su rol de soldado que el mismo hombre, los pequeños cambios por los que ha pasado el país mexicano los han realizado las mujeres. Durante la revolución, las mujeres jugaron un papel decisivo para su progreso con equidad. Lucharon al lado de sus hombres y les proveyeron de algunas de las comodidades del hogar, como comida, ropa limpia y servicios sexuales; pero aunque las mujeres fueron claramente parte de la revolución, no se beneficiaron tanto de ella como por ejemplo, la clase obrera urbana. Bienvenidos al machismo, desde 1910.
Vendría la época del cine de oro mexicano, que terminó por caricaturizar a la sociedad; hombres bragados, con un muy infantil sentido del humor, borrachos, mujeriegos, malos hijos, cantadores, infieles, golpeadores, pero como todo era en un tono de ironía, lo aplaudíamos. Ismael Rodríguez, director de cine, tiene más culpabilidad que los mismos colonialistas.
Todo se iría al caño para siempre el 13 de octubre de 1970, con la primera emisión en televisión del programa El Chavo del 8, que lejos de ser una crítica subversiva de Roberto Bolaños, terminó por programarnos una identidad derrotista. Un patético niño sumiso y llorón nos definía a lo largo y ancho del mundo; un adulto disfrazado de infante –tal vez eso seamos-, en profunda depresión, sacrificado por una torta de jamón. En fin, el teatro del absurdo versión Televisa. Eso nos llegó a afectar cultural, psicológica y emocionalmente. Unos cuantos metros cuadrados de escenografía, representando a una vecindad, determinaban a México. Y no hay personaje ahí que se salve, quizá “El Chanfles” o “El Chompiras” sean lo más parecido al alma humana, uno obsesionado con las Águilas del América y otro, perdido por la cleptomanía. Para rematar, esa aniquilación cultural por la que pasó México, la gran figura del programa, era el más grande perdedor del mundo. Al lado de superhéroes de Marvel o Detective Cómics, nosotros teníamos al Chapulín Colorado, un hombrecillo frágil en mameluco rojo, con nada de valentía, y que todo lo dejaba en manos de la divina providencia. No hay escapatoria, parece decir el mexicano: el mundo es así, eso es suficiente para ser feliz.
Para 1993, ya todo estaba en el hoyo, “El Tigre”, Emilio Azcárraga Milmo, había expresado a los diferentes medios de comunicación que: “México es un país de una clase modesta muy jodida… Que no va a salir de jodida. Para la televisión, es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil”. Una televisión para jodidos. ¿Qué hacer?, si incluso en la televisión todos los personajes tienen los bolsillos vacíos: tirarse al alcohol, para ser felices.
Desde este año, la televisión ha creado sólo narrativas mitológicas: Frida Sofía nunca existió; y Televisa está más centrada ahora en sumergirnos en la Matrix. Ahí quedarán los 43 de Ayotzinapa, la línea dorada del metro, la Guardería ABC y el guachicoleo, que ya ha cobrado cientos de vidas. Todo eso está fuera de debate, seguirán pidiendo ayuda desde las fosas, las llamas y los escombros. Para el presidente Andrés Manuel López Obrador, la década del jipismo nunca acabó, y pide –en medio de una pandemia global- abrazarse, “no pasa nada”.
¿Pero realmente somos un país de pobres? México está entre los 20 países más millonarios en el mundo y entre los 20 que más padecen desnutrición. No hay un cambio inminente porque el mexicano espera que todo mágicamente se resuelva, porque somos fanáticos de la astrología o la lotería, casinos, volados, cadenitas de oración, la buena vibra, el azar, los designios de la suerte: la virgen de Guadalupe en sincretismo con Tonantzin, que en náhuatl significa: “nuestra madrecita venerada”. Religión es igual a resignación.
Ya lo dijo Roger Bartra: “La sociedad identitaria del mexicano es un mito. La sociedad identitaria nacional del mexicano es gobernada por una elaboración de equivalencia para influir entre las masas”. Aspiraciones, esperanzas y estrellas influyen en la centralización de una identidad, o como lo dijo Juan Villoro en el documental: Las clases dominantes escriben la historia.
Frente a estas creencias conceptuales, el mismo país se reinterpretó a sí mismo, en una mexicanidad completamente vacía. Tristemente y como punto final, se ha individualizado la idea del mexicano, cuando es un colectivo; el problema es de la organización geopolítica.
Como el Águila, símbolo patrio, que ya de vieja no puede cazar porque su pico no se lo permite, revira de pronto, se fortalece, y después de cinco meses muy duros, vuelve a tener un pico fuerte y joven, plumas brillantes y sedosas y uñas útiles; el águila real saldrá victoriosa ejecutando su vuelo de renovación y a partir de entonces, dispondrá de muchísimos años más de vida, los años más gloriosos.
Sólo despidiéndonos del pasado, seremos capaces de renacer, para eso, una parte de nosotros deberá morir.
sobr