domingo, noviembre 17 2024

“Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos”.
Jorge Luis Borges

En la vida sólo hay un premio de verdad, un éxito posible: el ser o llegar a una buena persona. De nada sirve lo primero, ni la vida en general, si no se llega a ser lo segundo.

No sé con qué inflexión escribirte, tío. No es paramnesia, son ganas de querer que estés aquí. No sé qué decirte. No lo puedo creer; no lo quiero creer. Hay días en los que las preguntas se hacen más grandes, y las respuestas más cortas. Me haces sentir más frágil. Más pequeño. Te quiero decir que, difícilmente conoceré a alguien con tu ingenio, con tu carisma, con tu risa a todas horas; que, mientras escribo todo esto, es imposible no emocionarme, apenas han pasado días y todo permanece nebuloso, abandonado, triste con tu partida.


¿Qué te digo, Julio? Que jamás imaginé que esto sucedería. Me volví a equivocar. Con ese corazón tan grande creí que sólo quedaría en un susto. ¿Qué le digo al resto? ¿Cómo consolarnos con tu adiós tan precipitado? ¿Cómo comprender tu partida a destiempo? Con esa manera de ser tan tuya, no hay quien no te eche de menos… Y por más que suceden este tipo de cosas, estas no tienen explicación. Quiero despertar de esta pesadilla, todo es tan irreal, nos desencaja saber que alguien como tú tuvo que marcharse así.


También te digo que, siempre admiré tu cariño por Guille, tu lealtad irrestricta, no hubo persona con quien se sintiera más a salvo que contigo. Tu aura y espíritu alcanzaban para iluminar un hogar que ya había visto marcharse a nuestros viejos, y era un secreto a voces que, Neto y Guille te quisieron sobremanera: lo merecías. Con tu cansancio, con tus malos ratos, con altas y bajas, pero nunca dejaste que pasaran algún día solos. Siempre los hiciste sentir queridos.


Levanto la vista y pareciera que estoy mirándote, animándome a cambiar el gesto, hacerme saber que, sigues aquí conmigo. Con nosotros. Recuerdo que, el último día que platicamos, me hiciste saber, a tu manera, tu orgullo por haber terminado ciclos, por comenzar cosas nuevas. Me aconsejaste seguir brillando. Trabajé un verano contigo, con mis primos, la pasamos muy bien, no faltaron las charlas de fútbol, el surtido rico de música, un buen refresco al mediodía. Ese tipo de gestos no se improvisan, requieren de un entorno único, de una manera distinta de entender la vida. Recuerdo cuando ibas a mis partidos de fútbol, saber que estabas allí me hacía disfrutar más las cosas, las conclusiones post partido siempre fueron ir a comer algo, mirar una película, un cariño que pasado el tiempo apenas comprendo y sé que ese es el amor con sus pequeñas magias. Nunca tuviste un mal gesto conmigo. A donde te acompañaba, siempre hacías amigos. Se requiere una humildad gigantesca para zafarse de los problemas con una sonrisa. Tantas cosas, tan poco tiempo. Y aunque el arte es largo, la vida es corta. Fui tu único ahijado, me hubiera gustado ser uno más digno para ti.

Envejecer es mirar cómo otros ser marchan. Crecemos sin saber decir adiós, que, aun cuando el destino puede ser caprichoso, confiamos en sus sincronías y simetrías, que volveremos a coincidir con lo ya perdido, con quienes ya se han ido.

Y como dice aquel tango: “Perdón si me ven lagrimear, los recuerdos me han hecho mal”. Te escribo porque, de alguna forma, sabrás cuánto te quiero. Te escribo desde un corazón lloroso, con el puño cerrado porque la impotencia me acorrala y porque se marchó alguien que siempre supo limar asperezas, hacernos sentir parte de la misma estirpe y, más allá del ir y venir de los años, tu ausencia es un hueco que ahora es nuestro vacío.

Gracias, gracias, miles de gracias. Por tendernos la mano y tirar de ella, por compartirnos tus frases, tus gestos, tus buenos ratos, tu simpatía y por cada acto en el que relucía tu mejor versión. Dejas familia, hermanos, amigos, y gente que te seguirá recordando. Aquí tu imagen permanecerá intocada y, aunque te conservemos en un nicho, allí donde estás ahora no importará mucho, porque allí el paraíso ya no es metafórico. Allí ya no te va a doler nada. Cuidaste de nosotros aquí, harás lo mismo desde donde estés.


Es Dios con su infinita sabiduría, con su perfecta ironía, porque seguramente le hacías falta para algo allá arriba. Se lleva a un ángel. Puedes ir tranquilo tío, porque aquí siempre habrá quien te recuerde y no pasará ningún sólo día sin que nadie piense en ti. Ya les contaremos a los que estén por venir tu legado, tu ejemplo, tu cariño robustecido por Guille.


Intento digerir todas estas emociones y, sin embargo, la rabia me inunda porque odio, detesto decirte todo esto y que ya no estés aquí para escucharlo. Son las deudas de honor, el amor con sus pequeñas magias, con su esperanza de regreso. Siempre nos conmoviste con tu sentido del humor, ese don tan inigualable y que, en medio de toda esta catástrofe, la vida nos ha arrebatado a alguien entrañable.


No escribo cosas en las que no creo. Por tanto, quiero dejar Fe por escrito –lo único capaz de ser algún día realidad- que, daré lo mejor de mí para refrendar ese amor infinito que tuviste por los tuyos, mis abuelos, nosotros, tu familia y amigos. No hay alternativa posible. No me se oculta lo arduo de la empresa y soy consciente de los desafíos que implica, pero de antemano, acepto lo uno y lo otro. Encojo los hombros y te pido que me cuides; que nos cuides. Se trata de una promesa absoluta y de un camino sin retorno.

Naturalmente- amén.

P.D. Melancólica:  La vida se ríe nuestras previsiones y arroja palabras donde imaginábamos silencios y súbitos regresos cuando pensábamos que no volveríamos a encontrarnos. El porvenir sólo a Dios pertenece y, con todo, siempre acabamos llegando a donde nos esperan.

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