Pastora Durán: correr y volar después de los 40
Por Dorsia Staff
En medio de una crisis suceden dos cosas: o te hundes o te levantas.
No hay más. Esto es un menú de dos sopas.
Lo más fácil es lo primero: rendirse, dejarse caer hasta el fondo cuando uno siente los pies llenos de plomo.
Descarrilarse es fácil. Tirarse al vicio, también. Volverse dependiente de algo o de alguien es la ruta segura hacia una vida gris, que deja de ser vida para ser simplemente sobrevivencia.
Pastora Durán hoy es triatleta, una de las más importantes del país. Y no: no vive en la gran metrópoli ni tiene el apoyo de las “súper” dependencias deportivas del gobierno porque simplemente el deporte, para las entidades públicas, es un asunto de recreación, no una profesión; pero sobre todo un asunto que, literalmente, salva vidas.
Si la ves por la calle, es posible que creas que es una modelo: es alta, es rubia, tiene un cuerpo magnífico y posee eso que Coco Chanel dice que es lo más importante para que una mujer tenga estilo: a Pastora la viste una sonrisa permanente.
Parece modelo porque, en efecto, alguna vez posó para la casa Armani. Tiene un nombre muy español porque su raíz es de allá. Nació en España, aunque está naturalizada mexicana; acá ha hecho de sus sueños una realidad, acá se criaron sus hijas. Acá, en México –específicamente en Tehuacán , Puebla– tuvo sus más grandes caídas, pero también sus más dulces resurgimientos.
El deporte fue una parte esencial en la infancia de esta mujer que hoy se alza en las alturas del triatlón. Su madre, como toda madre amorosa y preocupada por la salud fisca y mental de los hijos, la llevaba de la escuela a la academia de gimnasia. A Pastora-niña le encantaba esa actividad, sin embargo, no todo lo que se practica en la infancia se abraza en la adultez.
Un buen día se casó y se dedicó a formar una familia. Se volcó en la crianza de las hijas, tres bellezas blondas como ella. Iba al gimnasio como toda señora que quiere entrenar simplemente para no perder la forma, para mantener la belleza y cierto grado de bienestar.
Lo que vino a dar una vuelta de tuerca en su vida fue la pérdida de su ser más querido: el gran torero español que llegara a México, como muchos, en calidad de refugiado durante la Guerra Civil, don Antonio Durán Pérez.
La vida y la muerte son sucesos que, si bien no paralizan al mundo, sí remueven los tejidos de los allegados que reciben o que despiden al ser querido.
La muerte de don Antonio fue, pues, el paradigma para Pastora.
¿Qué es lo que se hace comúnmente cuando la pena te embarga? ¿Qué hacen las mujeres con recursos, esas que no tienen que obligarse a salir a cumplir un horario de trabajo cargando el dolor a cuestas?
Lo más fácil, y lo que muchas hacen, es remitirse al diván, tirarse al sillón a comer por ansiedad o dejar de comer por tiricia. Y no es que esté mal; cada uno vive su duelo de la manera que puede, y Pastora estuvo a punto de caer en una espiral tóxica de medicinas que no curan, sólo disfrazan el sufrimiento.
Ella lo sabía: la dependencia a un placebo hace de la realidad un espejismo, pero había por quién seguir luchando y respirando: sus hijas, obviamente, pero principalmente ella misma.
Una mañana, ya con la receta de ansiolíticos en mano, decidió postergar la visita a la farmacia, guardó el papel en un buró y salió a correr.
El aire le rozó la cara, entro por su tracto respiratorio y llegó a casa renovada. No lo sabía, pero esa decisión cambió el rumbo de la historia: de la suya.
De nada sirve una decisión si no se tiene constancia y disciplina.
Pastora tuvo entonces que recordar aquellas jornadas en las que su madre iba por ella de la escuela, con su comida en tópers, para no faltar a la gimnasia. Así que al día siguiente volvió a levantarse, se puso los tenis y salió a correr. Cada mañana avanzaba un poco más, cada día, el sol le dio en la cara con más fuerza y le inyectó energía.
Vinieron las primeras competencias. Básicas, de distancias no muy largas, junto con otros deportistas con sus respectivas historias detrás pisándoles los talones.
Se dio cuenta que aquello no era un simple hobby o un distractor para deshacerse de la tristeza; correr la llenaba, la apasionaba. Poco después vino la bicicleta, en donde se trepó como una amazona y rodó. Y en cada giro de rueda la mente fue sanando y el recuerdo de papá ya no era un lastre sino un acicate, un catalizador que la echaba hacia delante.
Faltaba algo para cerrar la pinza: el agua. Todos tenemos algo de anfibios, pero no lo sabemos. Ser triatlonista es una labor de peces, pero también de liebres y de águilas.
Pastora tenía 40 años. No era lo que el establishment dicta como una “candidata” óptima para ser una competidora en serio. Pero ¿la edad importa cuando se tiene hambre?
Tuvo que toparse con negativas y descréditos. Algunos “profesionales” se negaron a prestarle atención porque consideraban que lo suyo era un escape ocioso. Es lo que suelen decir los hombres “fuertes” cuando ven a una mujer que se inicia en una actividad.
Lo importante de todo esto es que esos grandes “no” funjan como patadas que te impulsen hacia el cielo, no que te hagan besar el suelo.
Pastora encontró el apoyo de sus más grandes amores: si un hijo te dice: “tú puedes”, uno se levanta y lo hace. Así se inventaron los súper héroes, ¿no?
A la fecha, Pastora Durán ha recorrido casi todo el país dando zancadas de gigante, montada en su potro de hierro y dando brazadas de levedad. Y no; no necesitó salir de su pueblo para ser reconocida. Sigue viviendo y entrenando en Tehuacán y desde ahí ha saltado hasta mundiales de triatlón.
El territorio no será jamás un pretexto. El lugar que uno ocupa en el plano, en el mapa, no condiciona el éxito si las cosas se hacen con ovarios.
La modelo que ahora es triatleta tiene otra ocupación que le llena y le ha ayudado a conocer a las personas indicadas para transitar por el deporte sin sufrir los embates de la falta de apoyos: una o dos veces por semana viaja a Puebla o a otros estados y decora casas. Todo lo que hace tiene un sello personal: la armonía y el equilibrio.
¿Quién dijo que el sudor está peleado con la creación?
Los años han pasado y la receta con los ansiolíticos que le mandaron para enmascarar una dolencia del alma, se quedó ahí, avejentándose en un buró.
En cambio, otro tipo de papeles decoran sus muros: los diplomas y reconocimientos que son una cachetada con blanca guante blanco remitidas a todos aquellos que un día le dijeron: “no se puede”.