miércoles, diciembre 18 2024

Existe eso que se llama “estilo para gobernar”.

El de Peña Nieto, como el de muchos de sus antecesores, fue frívolo, lleno de opulencia.

Teníamos una primera dama que usaba trajes Alexander McQueen y zapatos Blahnik a la menor provocación. Era una primera dama guapa, y por lo mismo fue excesivamente castigada por los árbitros morales de la austeridad. La belleza no se perdona en un país como el nuestro. Ya lo escribió José Emilio Pacheco en su cuento “La Zarpa”, donde una amiga aborrece a la otra durante toda la vida, hasta que a ambas las alcanza la vejez, y entonces sí, la fea abraza a la guapa y la perdona por el horrible crimen de ser bella.

El estilo de Peña fue el estilo de Peña: torpe, socarrón a veces, lleno de accidentes. Se volvió el rey de los memes.

Angélica Rivera jamás pudo asomar la nariz sin ser condenada por sus excesos (aparecer en revistas de corazón, dejarle la mano al aire al presidente, portar un traje blanco frente al papa).

El peor momento de “La Gaviota” fue, sin duda, cuando la pusieron a aclarar que la Casa Blanca había sido un patrimonio que se erigió gracias a sus años como actriz de telenovelas lacrimógenas.

La prensa se le fue encima. El pueblo bueno la lapidó como a María Magdalena, mientras ella, vestida de azul (como una ojera de mujer) repetía: “yo no soy funcionaria pública”. Y es verdad. No lo era. Y también algo es verdad: que pese a su frivolidad no fue tan protagónica como Martha Sahagún, quien se metía en decisiones de Estado con la mayor desfachatez aprovechándose de un Fox blandengue víctima del toloache.

El estilo de gobernar de Peña fue el de las ocurrencias. Defecó mil veces fuera de la bacinica. Lo agarramos en curva con su par de calcetines izquierdos, con su avión, con su banalidad, pero sobre todo, con su ineptitud a la hora de resolver problemas de orden político.

A la señora de Peña, en cambio, sólo se la calificaba de anodina.

¿Y las hijas?

Las hijas del matrimonio dieron mucho de qué hablar. Desde el célebre (y penoso) tuit en el que Paulina Peña tildaba a los mexicanos de a pie como “prole”, los reflectores se pusieron sobre ellas.

De ahí vinieron muchos episodios desafortunados: viajes en el avión presidencial, selfies impertinentes en zonas de desastre, zapatos de cientos de miles de pesos, graduaciones con vestidos Dior, tatuajes hechos por el tatuador de Johnny Depp, apariciones en obras de teatro y telenovelas de baja calidad, etcétera.

Sin embargo, los Peña estaban de una u otra manera blindados, vacunados ya ante este tipo de ataques. Se fueron acostumbrando a ser los patiños del pueblo. ¿Por qué? Porque jamás quisieron dar lecciones de humildad.

Ellos eran lo que eran: una familia venida a más a los que les urgía que el dinero se les notara.

Nada de qué asustarnos. Es la historia del mexicano, que al tener, loco se quiere volver.

Vea usted a su vecino, sí, el que de la noche a la mañana se puso a vender facturación y pasó de tener un modesto Chevy a una Suburban del año (con guarros incluidos).

Nada de qué asustarnos. Los Peña siguieron a la perfección el guión que les pasaron desde un principio: son la pareja bonita, güerita; que llega al poder y que se va a ver “cool” junto a los Obama y  los herederos de Buckingham.

Actores que representaron impecablemente el papel de advenedizos.

Y no trataron de ocultarlo jamás.

Los Peña no querían ser modestos. Los Peña, al final, eran la caracterización milimétrica de la clase pudiente mexicana. De los new rich.

Pero, ¿qué pasa con los López?

López Obrador viene diciendo desde tiempos inmemoriales que él sí es  muy honesto e impoluto.

Si la memoria no nos falla, ha venido pregonando que jamás utilizaría influencias.

Odiaba a la mafia del poder. A los dueños de medios de comunicación que tanto lo jodieron en sus pasadas campañas y durante el desafuero.

AMLO sigue viajando en Jetta.

AMLO se baja al Oxxo por un Gansito y un Frutsi.

AMLO viaja en líneas comerciales generando entropía en los aeropuertos.

AMLO mandó a volar el mega avión de Peña.

AMLO canceló el aeropuerto ostentoso de Texcoco.

AMLO aparece por las mañanas hasta con trajes que todavía traen la marca del gancho en los pantalones y polvo en la hombreras.

A AMLO no le plancha ni su mujer ni su muchacha.

Y a AMLO no le importa que sus atuendos sean Boss (esos trajes confeccionados originalmente para Hitler y sus huestes).

Él piensa que “el hábito no hace al monje” y se pone trajes lustrosos. Porque lo de menos es el vestido. Lo importante es ser un estadista, claro.

Y la mujer de AMLO tampoco es demasiado exigente en ese aspecto. Ser “intelectual” le otorga el permiso de ser fachosa. Las intelectuales mexicanas no pueden ser sexys porque entonces son chafas.

Betty no quiere ser primera dama, pero se entromete más que “La Gaviota” en sus tiempos.

Beatriz Gutiérrez sale a dar manotazos en Twitter cuando es necesario. Presume su árbol de navidad con esferas de AMLO. Canta, sólo canta. Y toma café alternando a Silvio y Arvo Part y tonadas sefardíes.

Los López son una familia normal. No viven en la parafernalia de Los Pinos.

Salen sin Estado Mayor.

No tiñen su cabello y se ha llegado a rumorar que ni cepillo se usa en la casa de Tlalpan.

Los hijos, por su parte, sí han dado de qué hablar. Sobre todo los grandes, los de AMLO.

Que si ya se les vio en el RITZ de Madrid en medio del festival de ostras. Que si uno anda con la miss nosequé. Que si desafían la autoridad republicana al tener carros de lujo.

Sin embargo, el niño –Jesús Ernesto– ha sido blanco de ataques ciertamente injustos.

Y la madre, como buena madre (como toda madre) sale a decir #conlosniñosno ¡Es válido!

Más por ser un menor de edad.

Más, porque la gente es cruel y ataca el físico o el color del cabello o el álbum de recortes o sus preferencias deportivas.

Es una mentada de madre meterse con un niño, sí, peeero, en este caso en particular, los papás lo pusieron de pechito.

¿Qué hace Jesús Manuel López Gutiérrez en el palco de Emilio Azcárraga?

¿No acaso era él, Azcárraga, uno de los miembros más dilectos (y viles y abyectos) de la ominosa mafia del poder?

¿No fue Azcárraga quien ayudó a Peña a quedarse con la presidencia?

¿No fue en Televisa donde más tundieron a AMLO desde el desafuero?

Obviamente  es escandaloso ver al niño de AMLO disfrutando de la final del fútbol precisamente en ese palco. No en otro. No en el de algún miembro fifí de MORENA. No. En el de Azcárraga.

¿Cómo quiere doña Beatriz que el pueblo salvaje –urgido de sangre– no se le vaya encima?

¿En dónde quedó la congruencia?

¿A dónde se fueron las afrentas, la dignidad, el orgullo?

Invitaciones como esta recibirán siempre. ¡Son los personajes más poderosos del reino!

Vendrán Fórmulas 1, partidos de la NBA, abiertos de tenis… a los que sin duda el hijito querrá ir porque es un niño.

¡Pues que vaya!, y si quiere a primera fila (pos qué caray).

Pero, ¿al palco de los mafiosos?

¿Es neta, AMLO?

No se puede andar matándole un pollo a la madre tierra mientras el chaval mira el fútbol desde el palco de tus ex enemigos.

¿O sí?

Ese era el estilo de gobernar de los Peña, de los Salinas, de los López Portillo.

El de AMLO no.

¿O por fin sí?

Que la madre tierra nos conteste, por favor.

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