Querido Chairo, te estoy hablando a ti
por Alejandra Macchia
Es espantoso, lo acepto, eso de llamar a alguien “chairo”.
Pero hoy te llamaré así porque tú tampoco me tienes ningún respeto.
Chairo:
Aunque no lo creas alguna vez engrosé las filas de tu movimiento. No, perdón: el movimiento legítimo de tu líder.
Voté por él (las tres veces).
Llegué hasta marchar gritando ¡espurio! a ese otro personaje del que prefiero no acordarme.
Sí, Chairo, es espantoso que te llame así.
Y sé que te duele; como alguna vez me dolió a mí.
Déjame que te cuente, querido y nada bien ponderado Chairo, que como en todo movimiento, lo que acaba por enterrar a un líder es precisamente comportarse tú. Recordemos que los fans son la carcoma del artista.
Que las grupis –aquellas que dan todo por acostarse con el rockstar– acaban despotricando contra su héroe cuando se dan cuenta que su héroe no hizo más que utilizarlas para una noche ¡y ya está!
¿O qué tal los “hinchas”? Los aficionados al fútbol que se desgarran las vestiduras por su equipo, y que dan portazo y que cada temporada gastan sus duros para tener la nueva playera.
Dicen amar a su equipo.
Dicen que por él dejan el alma y la carne.
¿Y qué pasa luego?
Que esos hinchas embravecidos terminan haciendo desmanes en las gradas.
Avientan botellas con meados y manosean a las chicas que pasan por ahí, en los pasillos.
Esto en el mejor de los casos, pues a través de la historia hemos sido testigos de dos o tres desgracias ocurridas en pleno estadio, mientras se festeja “el juego del hombre”. Todo porque ellos, los hinchas, creen que defendiendo a su equipo con groserías y atropellos, su equipo será el mejor.
Y resulta todo lo contrario.
Porque quienes odian al América en realidad no odian al América, sino a los americanistas.
Lo mismo sucede contigo, Chairo.
Tú haces que el movimiento de tu líder pierda legitimidad. Porque arremetes, porque actúas como porro, como sicario a sueldo.
Okey. Sé que es agresivo llamarte “Chairo”, por lo que significa.
Chairo: el que se masturba, el que practica diariamente con fervor casi religioso la chaqueta.
Yo, cuando creía ciegamente en tu líder, también sufrí ataques.
Me decían “Chairita”.
Pero no me molestaba porque creo que nunca actuaba como Chaira.
No me masturbaba el cerebro pensando en mi líder sin detenerme un momento para pensar que ese líder es un simple mortal, que se equivoca, que yerra.
Claro que sí; es denigrante y violento y ofensivo llamar Chairo a un fan de López Obrador.
Yo creo que hasta él, el propio AMLO, a veces se pregunta porqué lo miran como un aparecido. Como una divinidad.
A don Andrés nadie le puede quitar el título de luchador social. Lo fue durante muchos años. Y durante ese tiempo lo hizo bien.
Fue paciente. Se desesperó. Volvió a la serenidad. Se desesperó. Nunca claudicó, y ahí lo tenemos: es el jefe.
Sin embargo tú, Chairo, arruinas todo con tu envalentonamiento. O mejor dicho con tu parcialidad. Con tus ansias de figurar a como dé lugar.
Crees que si embistes al enemigo, el enemigo puede llegar a convencerse de que tienes la razón.
Aprende algo, querido Chairo (lo dice una Chaira conversa): el enemigo es el ser más fiel que existe. Un enemigo nunca te engaña. Los amigos… esos sí.
Cuando se puso de moda que te dijeran Chairo (no por ser de izquierda, sino por ser un apasionado lopezobradorista), inmediatamente surgió ese otro calificativo: “Derechairo”.
Obvio: ante la ofensiva hay que preparar la defensa.
Y los Derechairos no son ni mejores ni peores que tú, sin embargo, la palabra nació con menos fuerza por ser la hijita bastarda.
Esto no es un discurso de odio. Es, si gustas, un poco de chunga combinada con antropología y hasta psicología.
Vayámosle quintando formalidad al asunto. No te pongas híper sensible, compa.
Lo digo porque los Chairos tienen un comportamiento uniforme: son predecibles.
Quien no es Chairo sabe que si toca a un Chairo, el Chairo va a saltarle a la yugular empuñando una daga de hielo que se deshace en cuanto la toca el aire.
Sí… es horrible decirle a alguien Chairo.
Aunque ya se hayan acostumbrado y hasta jueguen con la idea, y la adopten como bandera, sé que es horrible.
Yo lo padecí, yo lo viví.
Hace unos días escribí “Que alguien le explique al presidente”.
Después de pensarlo mucho, mandé ese texto a la vorágine de las redes y las redes respondieron.
Compartieron el texto, no porque fuese revelador ni brillante, sino porque planteaba algunas preguntas que todos (hayamos votado por Él o no) nos hemos hecho… si no somos Chairos, claro.
Ahora bien, ¿qué mejor que esas preguntas las plantee una ex Chaira?
Créeme, Chairo, que en mi afán no es ofender. Sólo cuestionar.
Pero, ¿qué sabes tú de cuestionar si no puedes ver más allá de tu pasión?
Y no está mal, ¡coño!, porque las pasiones, cuando se encaminan a un fin productivo generan cosas maravillosas.
Sin pasión no habría música ni pintura ni museos ni libros.
El presidente, queda claro, es un hombre apasionado.
¿Cometerá desaciertos?
Sin duda.
Así como sus cosas buenas hará.
Pero tú, Chairo, permite que él opere sin que te entrometas pensando que tu voz va a ser el concertino que luzca en la orquesta.
Así no se puede.
Las consultas ciudadanas no están ideadas para oírte sólo a ti, carnalito.
Hoy es viernes, 28 de diciembre. Hace frío y escribo esto porque me has preguntado en boca de muchos, ¿por qué cuestiono a tu señor?
La respuesta es fácil: porque vivo aquí, en el suelo del que ahora te crees dueño.
Y créeme que por ahí no va.
Parafraseando a Ezra Pound, te dejo estas líneas:
Haré un pacto contigo, Chairo
Te he detestado ya bastante.
Vengo a ti como un niño crecido
Que ha tenido un papá testarudo;
Ya tengo edad de hacer amigos.
Fuiste tú el que cortaste la madera,
Ya es tiempo ahora de labrar.
Tenemos la misma sabia y la misma raíz-
Haya comercio, pues, entre nosotros.