martes, noviembre 5 2024

El Elefante en la Habitación
Por Hugo Manlio Huerta

En la última década, salvo notables excepciones, la conducción de la vida y destino de millones de personas en el mundo ha pasado de las manos de una casta de políticos mendaces por necesidad y astucia, a las de simples advenedizos oportunistas, casi todos ellos merolicos por incapacidad y soberbia.

Charlatanes intolerantes que una vez en el poder se exhiben sobradamente chambones y desarticulados. Personajes egocéntricos que al hacerse notorias sus inconsistencias, advertir su desnudez y aflorar sus inseguridades, como mecanismo de defensa optan por concentrar todas las decisiones y gobernar autocráticamente, sin rumbo claro. Con más intuición y ocurrencias, que con conocimiento, planeación y proyectos estructurados.

Sociópatas que desconfían de la inteligencia y la capacidad ajenas, por lo que prefieren verse rodeados de subordinados serviles, incapaces de opinar y menos aún contradecirles. En consecuencia, en lugar de ampliar sus nexos, cooptar a los adversarios y reducir sus frentes, prefieren realizar purgas periódicas y otras acciones contrarias a las reglas del poder, que en las democracias sólo sirven para debilitar sus frágiles alianzas políticas y alimentar a la oposición.

Para ello recurren a estigmatizar y descalificar a cualquiera que les lleve la contra, haciendo gala de ingenio y elocuencia, para goce de las focas aplaudidoras que les secundan, sin advertir que el riesgo de la verborrea crónica es que quienes la padecen fácilmente caen en contradicciones que terminan rasgando el disfraz de pureza con el que se presentan.

Ejemplo de lo anterior, es que pronto terminan repitiendo aquello que tanto criticaron y apoyándose en distinguidos adversarios del pasado, de manera impulsiva, sin rubor alguno ni solicitarles un acto de contrición al menos, mientras sus últimos aliados son marginados con los pretextos más absurdos. 

Los líderes antisistema seguidos por su aparente humanidad y cercanía terminan mutados en políticos desagradecidos de la más baja estofa. La descomposición se vuelve total entonces.  Un incendio que se aviva con los sentimientos de decepción y desconfianza que imperan en buena parte de quienes les creyeron y apoyaron desafiándolo todo, con el único propósito de poder hacer mejor las cosas, y que hoy se sienten engañados, utilizados, ignorados, vilipendiados, traicionados.

Pero del otro lado la cosa no pinta mejor. Los políticos mendaces no aprenden y se limitan a construir los caminos que puedan llevarlos de vuelta a disfrutar las mieles del poder, sin proponer nada nuevo, atizando únicamente el enojo y la desilusión crecientes, mediante la mentira, la magnificación de los errores y la polarización social apelando al odio.

Es evidente entonces que unos y otros viven en mundos distintos, apartados dramáticamente de la realidad, lo que les distancia aún más de la gente que ya no halla como enfrentar los problemas cotidianos de inseguridad, desempleo, depauperación y ahora la pandemia, un hecho inesperado de proporciones históricas que puede detonar el cambio anhelado.

Y para rematar, en lugar de hacer a un lado sus diferencias y unirse en el diseño y aplicación de mejores estrategias para vencer la emergencia, las fuerzas políticas prefieren seguir confrontándose y eludir la responsabilidad para posicionarse mejor en el futuro, sin darse cuenta de que al futuro se lo está cargando la chingada.  Claro, como ellos están subvencionados y protegidos en sus cargos públicos o partidistas, qué les importan los verdaderos problemas de sus “representados”.

Sin embargo, en estos tiempos la gente ya no muerde el anzuelo con facilidad. Por eso son mayoría quienes se resisten a tomar partido y sumarse a las disputas electoreras cuando sólo ofrecen la sustitución de quienes detentan el poder.  Son la masa crítica de la democracia, integrada por la cantidad necesaria de personas para que un fenómeno tenga lugar.  Una masa muy heterogénea, cansada de los abusos de la partidocracia y de los lobos con piel de oveja, pero que no ha tenido la motivación suficiente para unirse e impulsar una verdadera revolución democrática, por lo que permanece al margen, protestando en silencio, sin ser consciente de que su decisión o indecisión es precisamente lo que decide al ganador.

No obstante, de tiempo en tiempo las multitudes desilusionadas encuentran una razón para desafiar el destino, tomar la calle y cambiar el rumbo de las cosas. Y en ese devenir, sólo tienen éxito los movimientos sociales que se mantienen a salvo de la acechante manipulación política y son capaces de generar un liderazgo propio de manera natural.

Hoy la motivación está ahí y están empujando a la gente a la menor provocación, como en Estados Unidos o el Líbano.  Quienes no tengan la sensibilidad para leer el momento o desde su ladrillo crean que pueden controlarlo, serán rebasados.

La gente ya no confía en los políticos profesionales ni en quienes se etiquetaron como contrarios al establishment, pero reprodujeron las peores prácticas políticas.  Es momento de que las sociedades degradadas por esta pandemia política actúen, movidas por la idea del cambio y no por la ambición del poder como un simple poderío que al final nada puede. Es momento de renunciar a los administradores del caos. Un caos que si bien es cierto les fue heredado, ellos se han encargado de ahondar y beneficiarse de él. Es tiempo de apartar a los gobernantes que les seducen más las formas que los resultados, la incondicionalidad que la experiencia, la victimización que el éxito.  Políticos que desconocen lo que es el servicio civil de carrera y se empeñan en espantar a los expertos, malgastando el tiempo y el dinero de los demás con remedios caseros o la repetición de fórmulas fracasadas.

Invadidos por el cinismo, los políticos de hoy ignoran que deben parecerse a los elefantes: tener piel gruesa para aguantar las críticas, orejas grandes para saber escuchar, colmillos grandes para defenderse, pies pesados para no perder el suelo, un gran olfato para saber lo que viene, un peso considerable para dejar huella, uñas cortas para evitar tomar lo ajeno y cola pequeña para que no se la pisen y contrarrestar el largo de su trompa.  Por eso no tienen empacho en jactarse de que provienen del castillo de la pureza y quejarse luego del escrutinio mayúsculo que sus declaraciones provocan, olvidando que el pez por su boca muere.  No puedes acusar a tus adversarios de déspotas, arbitrarios u opacos y luego conducirte de igual manera.

Por supuesto que hay excepciones que confirman la regla. Gobernantes con buenas ideas y mejores proyectos. Lamentablemente, muchos están rodeados de personas incapaces o temerosas de tomar la iniciativa y ejecutarlos. Individuos que zancadillean a quienes tienen talento para destacar y que siguiendo la máxima “el que obedece no se equivoca” se sientan a esperar las instrucciones de su jefe sabelotodo, quien por supuesto no tiene tiempo para dar seguimiento puntual a sus designios.

No podemos engañarnos. Las cosas no van a cambiar con gestos, retórica y discursos, pues de palabras y promesas se han llenado los panteones. La política sigue dominada por la opacidad, el clientelismo y las luchas de poder internas, a grado tal que no le importa inmolarse mediante la continua exposición de las vergüenzas del sistema a través de los interminables casos de corrupción, toda vez que las verdaderas responsabilidades siguen sin asumirse.  En resumen, el paciente ha sido aniquilado, pero la corrupción, como el dinosaurio de Monterroso, todavía está allí.

Los incentivos para cambiar el modus operandi son así insuficientes. La ficticia división de poderes, el desprecio por los principios de mérito y capacidad en los nombramientos cupulares y la negativa de muchos organismos a facilitar información sobre cómo y en qué se gasta el dinero público, por no hablar de la resistencia a cumplir las leyes y las resoluciones que no les convienen, enferman a cualquiera.  Sin embargo, hoy la sociedad civil está llamada a jugar el papel principal en el proceso de cambio, pues la Historia enseña que éste llega no cuando lo deciden los políticos, sino cuando el convencimiento de su necesidad alcanza en la sociedad una determinada masa crítica. La pandemia y la inimaginable crisis económica por venir apuntan para ser el detonante del cambio que marcará el siglo XXI.

La oposición política no es opción. La opción tiene que surgir de la misma sociedad civil. Es esencial entonces que en las comunidades dislocadas en las que sobrevivimos, donde las recetas populistas se abren paso con tanta facilidad, los ciudadanos se incorporen al debate público con valentía e inteligencia, hagan sentir su peso de manera propositiva, sin rencores ni odios, y obliguen a las personas que elijan de entre sus filas a conducirse como seres humanos comprometidos con sus semejantes y nunca más como políticos u oportunistas aislados de la realidad.  Llegó la hora de que hagamos lo que nadie hará por nosotros.

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