viernes, noviembre 22 2024

Por: Luis Conde

En días recientes hice una donación de sangre. Poco menos de medio litro de ese líquido hirviente que una enfermera del seguro social guardó en una bolsa. Algo irónico, pensé, pues este producto tan preciado parece muy desechable cuando se le ve dentro de un empaque.

Y es que la sangre no es cualquier cosa que pueda andarse trayendo por ahí como si fuera agua de jamaica. La sangre ha jugado siempre un papel importante en la cultura. Fue esa agua preciosa la que generó innumerables rituales en la cultura Azteca y esa misma agua turbia es la que enseñó a adorar a un dios ensangrentado, cuya sangre dio salvación a los hombres, según la religión católica.

Además, este líquido sagrado fue considerado por varias culturas como la esencia de cada ser humano. Para los Chinos, la sangre es una de las cinco sustancias vitales que mantienen el equilibrio de un ser.

Ver cómo mi sangre salía del brazo izquierdo a través de un sistema de tuberías y caía en una bolsa me hizo pensar en la cantidad de rituales y creencias que hay alrededor de esta sustancia, y si es el caso, cómo mi esencia, al menos en parte, cabía dentro de una bolsa de medio litro con una enorme etiqueta que decía mi grupo sanguíneo.

Esa sangre será utilizada para alguien desafortunado. Alguien que en una suerte de vampiro necesite despojar a otro de su esencia, aunque ésta se encuentre en una bolsa dentro del refrigerador. Pero, ¿si ese líquido guarda tanto de nosotros, no es peligroso ir regándolo por ahí?

Pensé entonces en cuánto tiempo pasará hasta que alguien le quite el sello al empaque y se disponga a verter mi alma dentro de otro ser. Y cuando eso suceda, ¿ese ser adoptará mi sangre como suya o la rechazará como se rechaza aquello que nos causa repulsión?

¿Cuánto tiempo pasará para que esta persona sea consciente que algo dentro de sí no le pertenece? ¿Aceptará esa invasión y se acostumbrará a la idea de que alberga una parte de algún otro o vivirá como quien vive con un vecino incómodo a cuestas?

Supongo también que si la sangre guarda todo eso de nosotros, como creían las culturas antiguas, dentro de quien reciba mi sustancia se librará una batalla por el dominio. Una batalla por saber qué sangre obtiene el poder sobre el nuevo cuerpo.

Y entonces, si mi sangre metálica se apodera de su nuevo huésped, ¿será una extensión de mí? ¿Será verme reflejado en otro o en otra?

Si eso pasa, pronto esa persona comenzará tener algunas manías como frotarse la barbilla cuando se aburra. Comenzará a mover el pie izquierdo para poder conciliar el sueño. Tal vez comience a sentir ansiedad por cosas que antes le parecían insignificantes y sienta una repulsión anormal por el aguacate.

Entonces, mientras me daban un pedazo de algodón con alcohol para presionar el orificio que quedó en mi brazo, pensé en todas las veces que nos hemos llenado de sangre ajena y en que al final de cuentas, todos en esa sala éramos vampiros en un extraño ritual encaminado a la subsistencia. En mis clases de semiótica en la universidad era muy común escuchar cómo nos constituimos por los otros, pero esto, sin duda, es un nivel superior.

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Luis Conde

Incipiente lector. Defensor del lenguaje. Coordinador de Sala de Prensa de la Facultad de Comunicación de la BUAP. Peganotas que aspira a editor en 24 Horas Puebla.

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