domingo, noviembre 17 2024

«Entendí que ya había disfrutado suficiente de los racimos jugosos de la vida y tenía que ponerme a hacer eso que tenía que hacer, eso para lo que estoy aquí y eso que siempre fui».

“They say everything happens for a reason, and people change like the seasons: they grow apart”.

J. Cole

Por Aldo Cortés / @Dioni_so

Querido lector, esta es la última entrega de un tiempo lineal. Las postrimerías del dos mil diecinueve me han dejado una resaca de júbilo. Estoy jodido y radiante. Los únicos ciclos dignos de ser recordados son aquellos que bifurcan el quedarse y marcharse, sin duda, dos derechos irrestrictos. Los caminos de literatura terminan por obligarnos a compartir algo más de lo que somos y conservar los milagros exógenos del resto. ¡Bienvenido sea! Que la verdad es un camino y este sólo se hace al andar.

Todo comenzó hace muchos años. Era yo un nene cuando encontré un libro entre los cientos que puedes encontrar a lo largo de tu vida: El hacedor de Jorge Luis Borges. Cuando era niño siempre miraba el final de los libros antes de terminarlos, porque me entusiasmaba la idea de qué tan lejos podía llegar. He envejecido y ahora, muchas veces, prefiero saber cómo comienza una historia, incluso conociendo el final, porque no me interesa saber hacia dónde voy, sino recordar en dónde estuve. Razón lleva Koestler, el tiempo… ese columpio que va y viene, que sube y baja, que nos detiene. Borges en ese magnum opus puso sobre la cesta un Momento Estelar de mi vida. Cualquier vida los tiene. Leí el cuento de Una Rosa Amarilla. Esa creación ex nihilo.

Años más tarde, entrado en una etapa más dubitativa y sorda como lo es la adolescencia, el símbolo de la flor amarilla reapareció de golpe en mi vida a través de Cortázar. Ese lacónico cuento que sitúa esa eterna batalla entre el eros y el tánatos. Una dualidad irrenunciable e improrrogable que acecha desde la irrupción del génesis. Una muerte hermosa termina por dignificar toda una vida.

Ambos autores, Borges y Cortázar, respectivamente abordan la inmortalidad y el ineluctable devenir del tiempo. Hoy a tiempo de ser certero, la inmortalidad no es menester y, sin embargo, el tiempo obliga a recular. Un par de años después, leí con clamor y ternura una de mis novelas favoritas: El camino del Corazón de Fernando Sánchez Dragó. Y recordé aquel mandamiento mítico heredado por los Mayas: Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quién elige el camino del corazón no se equivoca nunca. 

Entonces supe que, yo también buscaba -busco- mi rosa amarilla. Coger el vuelo, abalanzarme pasionalmente a los racimos y decesos de la vida, con la única misiva de reencontrar algo perdido o, mejor dicho, de recordar algo que siempre ha sido mío. Las puertas del laberinto están abiertas.

Afable lector, escribir es hacer amigos que nunca conocerás. Son cosas que la razón no asimila, pero el corazón comprende. Usted también tiene su rosa amarilla. Debe estar en alguna parte: en los resquicios de un anhelo, en las palabras que usted aguarda, en las letras de una carta de amor aún sin ser escrita, en las reminiscencias de los  pensamientos que habitan en el fondo de su corazón.

Sin saberlo, Borges, Cortázar y Sánchez Dragó han sido fieles amigos en esta ardua búsqueda. Sin saberlo, han obsequiado el mapa de un tesoro cuya brújula el ritmo del corazón. Que no somos las cosas que recibimos, sino lo que hacemos con ellas.

En algún momento, la vida me otorgará licencia para poder hablar más del tema. Muchos ya lo han hecho. Sin embargo, sólo quedará ofrecer con generosidad lo que el tiempo y la memoria me han obsequiado para quien lee esto: mi amigo.

En mundo redondo lo que en apariencia es un final, también puede ser un comienzo. Somos afortunados por estar aquí. Y como dice Clarice Espector, siempre existe otro día. Y otros sueños. Y otras personas. Y otras cosas. No hay tiempo para arrepentirse de la valentía. He ahí una pequeña verdad encontrada en la semilla de otros viajeros: Fluir. Ser natural. Tomarse la vida como viene, porque no hay mal que por bien no venga, ni mal que por bien no llegue.

Amigo mío, la divinidad se ríe de las previsiones, acomoda palabras en el silencio, y súbitos retornos donde pensábamos que jamás volveríamos a llegar. No creas en todo, aunque creas en algo. Nosotros, los de entonces, volveremos a ser.

Bienvenido a la vida… aquí cada segundo es la hora de tu verdad.

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