viernes, noviembre 22 2024

por Alejandra Gómez Macchia

a Toño Robledo, amante fervoroso del Jazz

Ornette Coleman murió, como todo genio discreto, sin haber sido plenamente reconocido (aunque haya ganado el equivalente al Pulitzer de la música en el año 2006).

Free Jazz…

¿Qué es eso?

¿Qué inaudito ruido es ese? Tan desconcertante, tan para locos, tan para unos cuantos.

Ornette Coleman fue uno de los más revolucionarios saxofonistas del Jazz. A decir verdad, Coleman seguirá siendo junto con Coleman Hawkins, Charlie Parker, John Coltrane y Eric Dolphy el más fino (y extravagante) conductor de elocuentes y poderosos fraseos dignos de imitación y estudio.

Así como Miles Davis inauguró la época cool, dejando atrás el Bop – incluyendo tonadas más europeas y soltando el arraigado blues– Ornette Coleman arremetió en la escena con una exuberancia insólita, siendo un polémico saxofonista que de pronto tocaba el violín como si se tratara de un serrucho amenizando películas de Hitchcock, Coleman despegó los pies del escenario para emprender un viaje sonoro (estrambótico e incomprendido por muchos) nombrado entre sus contemporáneos como “the new thing”,  y que a la postre se bautizaría como “Free Jazz”.

En el álbum de éste mismo nombre, nuestro polémico texano de los trajes tornasol jugó, vibró y mostró el músculo de la atonalidad involuntariamente. Sin saberlo, las enseñanzas de Schönberg minaron los campos algodoneros para que media docena de negros locos marcaran la nueva tendencia del jazz, desplazando el folclorismo del doliente afroamericano para conjugarse con la sublimación de la música del rancio continente.

Nombres como Pharoah Sanders o Albert Ayler acompañaron a Ornette en la difícil labor de politizar el jazz haciendo de su movimiento una oposición al establishment racista de aquellos años. Un ejemplo clave de cómo esta “nueva cosa” fue una trinchera en temas raciales es el álbum “Malcolm” de Archie Shepp: un clarísimo homenaje a Malcolm X.

El viejo Ornette se ha ido para siempre de este mundo, y como dice el “Mayor Tom” de Bowie, “no hay nada qué hacer” más que mirarlo a lo lejos, ya sea flotando o con los pies en la tierra.

Hace un par de días, por la buena influencia de Toño Robledo, me dispuse a dar un nuevo recorrido por su obra y como sucede en estos casos capté una infinidad de cosas nuevas.

Sound Grammar (2006)  es un álbum de una redondez indiscutible. Y si hablamos de gramática y de ese lenguaje que fundó Coleman desde la acústica, Sleep Talking es una poderosísima lección de sutileza y desconcierto. La pieza abre con una estremecedora caricia de violín para luego dar paso al sonido más puro de su sax. Es una danza aleatoria que eleva los sentidos del oyente. Filigrana sobre las notas.

Permítaseme una puntualización:

Según la Real Academia de la Lengua Española, “el estudio de la gramática y la preparación de normas gramaticales han sido, desde los primeros estatutos académicos, un complemento imprescindible a la elaboración de diccionarios: en el diccionario se de­finen las palabras; en la gramática se explica la forma en que los elementos de la lengua se enlazan para formar textos y se analizan los significados de estas combinaciones”.

Tomando en cuenta esto, a Sound Grammar no le sobra un acento o silencio, ni le hacen falta ligaduras. Cada fraseo desvela una forma en la que los sonidos se enlazan para darle cuerpo (y forma) a su música.

Éste es el complejísimo lenguaje que nos dejó Coleman en un acervo rítmico-melódico-armonioso delirante.

Algunas veces expuesto y afable, y otras (a cuan más) perfectamente encriptado.

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