“Mujeres…
Están por todas partes, pisan fuerte, ya no se ocupan sólo, como lo hacían antes, de las labores domésticas, sino que han salido a la calle, al trabajo, a la política, a la poética, a la ética, a la estética y no a la estática, sino a la dinámica, y a la literatura, por supuesto”.
Fernando Sánchez Dragó
Por Aldo Cortés
Los epicúreos recomendaban la furtividad, el ocultamiento, mantenerse en secreto para alcanzar la felicidad. Me he ausentado por razones de discreción, he pensado en abandonar el barco como Ortega y Gasset, en desprenderme de un mundo que navega sin rumbo. No es momento de marcharse. El pasado viernes, cientos de mujeres salieron a retumbar las calles de Ciudad de México. No están conformes, no están satisfechas, no tienen miedo y, más importante, no están seguras. ¿Las formas? Cuestionables, desde luego. Cosas así rara vez satisfacen a todos.
Noticias amarillistas inundan, tuits y estados de Facebook bombardean las redes sociales, todo es caos. Y en medio de todo prolifera la violencia, la falta de respeto, la antipatía, la ausencia de diálogo, el maniqueísmo como si se tratase de un partido de futbol, como si fuésemos hombres versus mujeres.
Soy cada vez menos patriota y más cosmopolita. ¿México? Su gente lo ha traicionado, se ha cobijado en el falso y endeble discurso de la “indignidad”. A mí no me duele México. Me duelen los mexicanos. Me duelo yo mismo. Me exacerba mi incapacidad de empatía, mi “gandallismo” desenfrenado, mi indiferencia respecto del prójimo, mi fatua tentativa de chingar para avanzar. Hemos llegado al extremo de comparar inmuebles con vidas, hemos intentado defender con falsas equivalencias, como si lo uno quitara lo otro, como si morir por las causas equívocas indultara nuestra responsabilidad.
Este es el siglo de las mujeres. Siempre –por causas ajenas a ellas– habían gobernado en casa, ahora lo hacen desde la trinchera. Ruego a la Virgen de los Nómadas que lo hagan mejor que mis congéneres. Ruego que velen por la especie y no por el género, ruego por su capacidad de percibir nuestras afinidades y no nuestras discrepancias, ruego por el valor de su casta y que se escuche el grito secular, ruego por su compromiso irrestricto, por la esperanza de ver un nuevo amanecer; ruego por la preservación de la vida frente al discurso políticamente correcto.
Me atiende más coincidir en el espíritu y no en la identidad de pensamiento. Me interesa velar por la sociedad y no únicamente por una vulnerabilidad. La muerte de cualquiera me reduce. Las campanas doblan igual.
No discuto por el escudo que traes tatuado en el pecho, sino por el espíritu que traes aparejado al corazón. Quiero que tu voz y la mía sean escuchadas, quiero que llegues a casa sin temer por el destino. No somos enemigos. No somos personas ajenas. SOMO MEXICANOS.
Nadie puede ni podrá callar la voz de las mujeres. Sólo tú, sólo ustedes, tienen
la gran oportunidad de esta eminente emisión; es dura y duro será su destino
si deciden aceptarla. Eso es grandeza. Eso es tener raza. Ese honroso final es lo único que nada puede quitarles.
Mujer: Eres la nueva anunciación