lunes, noviembre 18 2024

Por Pola Oloixarac 

Mientras el planeta se encierra y el COVID-19 se erige en el rey de la calle, otro espectro sacude Internet. Es la pandemia de teorías filosóficas en torno al virus y su impacto en la sociedad: una nueva plaga que presagia la peste, la traduce a su sistema de creencias y, a veces, hasta se vende a sí misma como salvadora de la raza humana (o su sepulturera). La voz de los filósofos como médicos sin licencia de la humanidad se eleva, y de pronto el espacio se da vuelta: parece que son ellos los que vienen a infectar.  

Los eco-fascistas  

“La Tierra ha alcanzado un grado de irritación extremo”, escribe Franco “Bifo” Berardi, y continúa: “la enfermedad se manifiesta en este punto como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario”. Bifo mira el planeta y ve que por sus venas corren flujos capitalistas sin control, que le dicen: este animal está enfermo. Un espíritu malthusiano recorre este tipo de discursos: la idea de que la Tierra puede tolerar cierto nivel de presencia humana, pero que corregirá los excesos mediante hambrunas y pestes. La Tierra es un ser vivo y la humanidad un problema que debe ser resuelto, reducido, purificado. Repta por debajo la creencia de que el mundo estaría mejor sin nosotros; o al menos, sin algunos de nosotros. Más sobria, la conservacionista Jane Goodall afirma: lo que pone en cuestión esta pandemia es nuestra relación oscura con los animales. El maltrato de la animalidad nos pone en riesgo a nosotros.  

Los sacerdotes marxistas 

Zizek afirma que el virus implica un golpe mortal al capitalismo, un coscorrón à la Kill Bill, mientras deja entrever la posibilidad del advenimiento del comunismo. El marco teórico de la peste actual no podía prescindir de su libro al respecto, que circula desde marzo. “Bifo” Berardi está en sintonía: cree que lo que no logró la voluntad política, lo pudo el virus: en sus “Diarios” de confinamiento en Italia, confía en el espíritu revolucionario del pequeño Covid19. El virus haría la revolución por otros medios: ¿podría el virus de la corona batir los récords del rey de la muerte roja, Stalin? Porque el virus intercede ahí donde la voluntad humana flaquea, trayendo el cambio necesario para acabar con el sistema enfermo del capitalismo: en estos filósofos, el virus es imaginado como una potencia purificadora, que corregirá el accionar maligno de los hombres. Si hago las cosas bien, viviré: si me purifico de mi pasado consumista, globalista, se me perdonará la vida. El virus es la nueva contrición de corazón, el fuego purificador del pecado planetario del capital. La culpa cristiana se renueva bajo las sotanas de Zizek y Bifo como obispos seculares, fascinados ante la llegada del Día del Juicio Final del COVID-19 y sus cuatro pangolines del Apocalipsis. 

Te equivocas, le dice el coreano-berlinés Byung Chul Han a Zizek. El capitalismo no desaparecerá, y podríamos agregar: tampoco desaparecerán la desigualdad, la gula y la avaricia. Byung Chul había descrito la sociedad global como un mundo transparente de la pura positividad, pero el virus acentúa la soledad y la depresión; según él, el Covid trae un retorno de las fronteras y del espíritu de la guerra.  

Nada halaga tanto la vanidad filosófica como una idea contraintuitiva: indica que su pensamiento estaría captando algo que los mortales no logran siquiera entrever. En esta línea, el affaire de Giorgio Agamben y el COVID ha sido especial. Mientras los muertos se apilaban en Italia, el desinterés total de Giorgio por la realidad quedó plasmado en su consideración de que el virus (una “simple gripe”) no era más que una excusa para cumplir el deseo oculto de todo gobierno: instalar el Estado de Excepción, eje de su teoría política. La confirmación de la propia teoría es la hybrisla desmesura, más poderosa. 

Los alemanes, reyes del pensamiento 

Empezando por la canciller Angela Merkel, al comando del experimento epidemiológico de masas más exitoso hasta ahora, los alemanes han respondido con estilo y sobriedad a la crisis.  Peter Sloterdijk la lee como la oportunidad para una declaración de coindependencia: él viene escribiendo hace tiempo sobre la comunidad, sobre las esferas que creamos los humanos para replicar la sensación de estar a salvo, indagando en las experiencias humanas que van del útero al sonido a la conquista del cosmos. El filósofo de Karlsruhe está cercano al planteo de Markus Gabriel: la epidemia es una oportunidad para pensar una identidad planetaria.  

La jarra loca 

Las ideas son tan contagiosas como el virus: el lenguaje de la septicemia también foguea los resentimientos previos y es típicamente utilizada con fines políticos. Los discursos filosóficos pronto degeneran en utilizaciones mendaces y teorías conspirativas, como el desafortunado planteo de Adriana Puigross, del Ministerio de Educación, en Twiter: “La destrucción ambiental llevada a cabo por el capitalismo financiero liberó el virus”. Los postulados acientíficos se cortan con el machete ideológico: el virus infecta a todos por igual, y no hay un sujeto maligno del neoliberalismo azuzando las infecciones. Los slogans ignorantes populistas se encarnan en frases como que el virus “lo trajeron los ricos”, o se dan cita en Trump y su insistencia en el “virus chino”, o la idea de que el progreso tecnológico también es un vector de enfermedad. Gracias a esta última, en el Reino Unido se vandalizaron 50 antenas de 5G, como se llama la quinta generación de telefonía móvil. Ahora en esos barrios, el virus produce verdaderos estragos: además de los enfermos, Internet corre más lenta.   

La revelación 

Maître de conferencias de la Ecole deHautes Etudes de Sciencies Sociales, el Olimpo filosófico de Paris, el filósofo de origen italiano Emanuele Coccia conversa en Instagram sobre el virus, el arte y la vida como lo haría cualquier joven de su edad. Después de su “Averroes y la imaginación” y su magistral “La Vida de las Plantas”, su tercer libro “Metamorfosis” dedica sus capítulos finales a la cuestión del virus. “Es la manera en la que el futuro existe en el presente”: ve los virus como una fuerza pura de metamorfosis que circula entre los cuerpos, la presencia de un soplo que define la distancia entre la vida y la muerte. Libre, el virus no pertenece a nadie y sin embargo puede cambiar la vida de todos. Los virus son la prueba de que nuestro ADN es un bricolaje multiespecies. Sus ideas calmas y elegantes tienen un núcleo inquietante: porque lo propio de la naturaleza es la metamorfosis y el COVID nos empuja a pensar justamente ese espacio, entre la vida y la muerte. Sus comentarios sobre algunas obras del Museo de Orsay, actualmente cerrado, son paisajes imprescindibles de esta cuarentena.  El COVID teje su propia novela de ideas, su propia sociología y su religión, codo a codo con las fakenews; después de todo, la filosofía es un servicio esencial. 

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