miércoles, noviembre 20 2024

TALA / Alejandra Gómez Macchia

Hace ya mucho tiempo que Luis Miguel había palidecido en la escena musical mexicana.

Normal; en un mundo donde el reguetón ha arrasado anteponiendo, sobre todo, la carga sexual en sus letras simplistas y repetitivas.

Hasta que apareció la serie de Luis Miguel en Netflix, los así llamados millennials no tenían mucha idea de quién era el personaje. Quizás de pronto escuchaban alguna de sus canciones a la hora nostálgica cuando los antros encienden sus luces y los sacaborrachos reparten vasos desechables para correr a la gente.

Era en ese momento cuando aparecía –como emergiendo de ultratumba– la voz del que un día fue el ídolo de los jóvenes y el sueño húmedo de las chicas en la década de los noventa.

De Luismi ya sólo se encontraban algunas notas perdidas de sus conciertos; en los que se repetía a sí mismo constantemente (con éxito entre sus fieles seguidores) como uno de esos crooners que cantan en Las Vegas viejos hits de Frank Sinatra y Tony Benett.

Luis Miguel fue desapareciendo cada vez más de las revistas de corazón porque su físico llegó al momento capital en el que todos los hombres guapos ven extraviada la belleza y la frescura. Para las jóvenes, Luismi no era más que aquel sujetillo extraño que sus madres amaron en la adolescencia. El güerito greñudo que colgaba de un poster en el cuarto de la tía quedada que hasta la fecha sigue teniendo como himno de su desgracia personal “La incondicional”.

Podía seguir llenando el Auditorio Nacional las fechas que lo contrataran, sin embargo, “El sol” ya había caído en la trampa en la que caen los artistas viejos: hacer discos horribles con villancicos navideños.

A Luismi se le oía constantemente ya sólo en los supermercados cuando se acercaban las fiestas patrias y los pasillos eran amenizados por canciones menores del folklor tardío mexicano: canciones tan medianas como “México en la Piel”, que si bien se repetía hasta el hartazgo en los Walmarts y en los Superamas, jamás alcanzaría a trastocar los corazones bohemios como lo hizo cuando cantó “La media vuelta” de José Alfredo u otros temas del maravilloso Álvaro Carrillo.

Sí. Luis Miguel pasó a engrosar las filas de la música oldie. Era un clásico para rematar las borracheras caseras de miles de mujeres a las que sus maridos engañan y viven encerradas en sus respectivas casas.

La guapeza del Luis Miguel se perdió de pronto entre la mar de Malumas y demás boricuas que, gracias al auto tune pueden “medio” modular sus berridos estridentes.

Porque a los jóvenes sencillamente ya no les atrae la canción romántica. Sean del estrato social que sean, los chavos prefieren dedicar frases “de avanzada” como: “se pone caliente cuando escucha este perreo”.

El reguetón ha democratizado (homogenizando)la naquez.

Bailando perreo y coreando estribillos cuyo contenido explicito ya no deja lugar al escarceo romántico ni a la conquista, los chavos se hermanan y conviven sin reservas. Culo contra culo nadie sabe a qué código postal se arrima…

Hoy los más ricos y los más jodidos tienen un nuevo punto de enlace: todos aman a J. Balvin.

En ese duro contexto renace de entre la cenizas la figura del primer Mirrey que hubo en nuestro país; pues recordemos que la palabra “Mirrey” sobreviene del mote “Luismirrey”, quien personificaba la deidad máxima de los que una vez fueron “pirrurris”, es decir, los mamones de siempre, es decir, los niños bien, es decir, los chavos con lana y con el suficiente atractivo físico para volverse irresistibles a los ojos de la gente de su misma clase e inalcanzables (e insoportables) para los de más abajo.

Hoy mi hija de 15 años sabe quién es Luis Miguel porque simplemente está alienada por la cantidad de memes que recorren las redes sobre la terrible infancia del chavorruco al su madre escucha mientras trapea.

México está adoptando la influencia gringa de las series. Y qué bueno, ya que esta actividad le ha dado trabajo a escritores de valía que nada más no veían su suerte al enfrentarse a los contrato leoninos de las grandes editoriales.

Gente como Alejandro Almazán han colaborado en hacer estupendos guiones para series televisivas, retomando una nueva tendencia gringa: los mejores escritores están haciendo televisión y no libros.

En el caso específico de “Luis Miguel, la serie”, destaca la participación de Daniel Krauze, hijo de Enrique Krauze, quien no había podido despegar del todo entre el gremio de los “escritores respetables” de México (catalogados así, obviamente, por un grupo de editores y de los propios escritores que se leen entre ellos y no permiten la entrada de otro tipo de escritor que no sea el clásico escritor mexicano resentido). Una mafia, al fin y al cabo. Como la mafia del propio Krauze papá (qué ironía).

Lo que queda claro en este caso es que Daniel Krauze es un experto en la vida de Luis Miguel, y ha sabido dar al clavo en cada uno de sus guiones.

El joven Krauze escribió recientemente un artículo sobre la serie confesando que desde hacía muchos años tenía la inquietud de escribir sobre Luis Miguel que es, sin duda, una figura icónica en la escena pop nacional. Cosa importantísima, pues aunque los esnobs quieran denostar siempre la música pop, debemos recordar que lo pop no es otra cosa que lo “popular”: la música que oye el pueblo (y no hablamos de géneros como la canción de protesta ni la trova).

Ya que Daniel Krauze ha acertado en este tenor, sería interesante que él mismo o algún otro escritor sin complejos de Herodoto hiciera lo que hizo Bob Stanley en su libro titulado “Yeah, yeah, yeah”, que no es otra cosa más que un buen review de la historia del pop en inglés.

Pero volvamos a Luis Miguel.

¿Por qué casi todo el mundo está viendo su serie?

Facebook es un gran indicador de lo que hace la gente. Y al menos desde mi cuenta personal veo con inquietud (y con mucho morbo) como no sólo la fan de tradición, la señora ama de casa, la solterona de copete aquanet o los millennials que apenas están descubriendo que hay vida más allá del Starbucks y los smartphones, sino también escritores, músicos, artistas visuales y analistas políticos, se desconectan los domingos por la noche para ver qué nueva chingadera le va a hacer Luisito Rey a su vástago dorado.

Es inédito (y gratificante) el resurgimiento de una figura que vivía hundida en el olvido y en los anales universales de la mediocridad.

Luis Rey es el villano del momento, el antihéroe romántico que genera encono colectivo, aunque también una especie de amor-odio muy peculiar.

Esto se debe gracias al buen tratamiento del personaje, que puede o no estar exagerado, sin embargo, causa una aceptación atípica entre el público ya que pocas veces la figura paterna es exhibida en su vileza con tanta mala leche como en la serie.

Si Luis Rey rebasó todos los límites de la codicia y la maldad como lo plantea el guión, ¡bendito sea Luis Rey porque ha puesto de nuevo a discusión el uso de las viejas prácticas tiránicas del padre estricto que logra a través de su abyección que el hijo saque la casta y no sea un don nadie, sino todo lo contrario!

Es la añeja historia del maestro cruel que basa su método de aprendizaje en las terapias de choque: desvelos, repeticiones, algunas trampas, hasta llegar a un punto de no retorno donde el pupilo se vuelve tan luminoso que borra de una vez, y para siempre, a quien le enseñara “el secreto” del éxito (y de la vida).

Sin el personaje de Luisito Rey, la serie sería una telenovela llena de almíbar digna del Canal 2, en la que se mostraría a: Luismi con traje galáctico, Luismi con Lucerito, Luismi embarazando a una de las Pinal, Luismi triunfando en Siempre en Domingo, Luismi triunfando siempre y siempre. Luismi con problemitas con el fisco 1, Luismi saliendo de sus problemitas con el fisco, Luismi medio ebrio, Luismi mamaseándose en el Baby ‘O con los demás mirreyes del momento, Luismi grabando sus discos, Luismi triunfando (otra vez), Luismi con Mariah, Mirka, Daisy y “La Chule”, Luismi en el Auditorio Nacional I,II Y III, etcétera.

Lo que le da carnita a la serie es la sordidez del padre y el misterio de la madre perdida.

Sin esa trama nadie estaría pegado al Netflix cada domingo, pues lo que más vende (al final de día) siempre es sentir el sabor de la sangre ajena.

Luismi no lo sabía. No sabía que gracias al malvadísimo de su padre iba renacer como el Ave Fénix de entre los zombis del panteón nacional de intérpretes, y dejaría de ser el recurso favorito de los antreros para sacar a los borrachos millennials a las 5 de la mañana, convirtiéndose así en el tema favorito de los lunes de ricos y pobres. De hombres y mujeres. De estudiantes y NNIS. De gays y bugas. De Godínez y de intelectuales.

Todo un fenómeno digno de ensayo.

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About Author

Alejandra Gómez Macchia

Truncó su carrera de música porque se embarazó de Elena. Fue bailarina de danzas africanas, pero se jodió la rodilla. No sabe cómo llegó al periodismo (le gusta porque se bebe y se come bien). Escribe para evitar el vértigo. En el año 2015 publicó “Lo que Facebook se llevó” (Penguin Random House), y en unos meses publicará un libro de relatos, “Bernhard se muere”, en la editorial española Pre-Textos.

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