Celia Huerta: Una diva en la ciudad
Para la portada del primer número de DORSIA, decidimos recrear una imagen muy famosa del fotógrafo mexicano Nacho López. La postal muestra a una mujer despampanante que va caminando por la calle con su brevísima cintura y un ceñido traje de la época. Partiendo plaza, levanta suspiros entre un corrillo de caballeros. Todos voltean a verla. Todos se paralizan. Uno se lleva la mano al corazón. Otro se muerde los labios. Otro más la observa discretamente por arriba del periódico que tiene en las manos. “Los ángeles existen y han bajado del cielo”, susurra uno. “¡Ay, mamacita!”, dice otro.
La escena transcurre en el México de los años cincuenta. Era otro México. Era otro país. Y otro mundo… un mundo en el que echarle flores a una mujer no significaba ser pervertido. Un mundo en el que la mujer caminaba libre y cachonda por las calles sin sentirse amenazada. Un mundo sin Twitter y sin Facebook. Un mundo sin la inmediatez del Instagram. Ese mundo ya no existe. O sí, pero a manera de microcosmos. Islas vírgenes e ignotas flotando en un mar de insensatez.
Buscando a la mujer perfecta para la recreación de esa imagen, inmediatamente decidimos que Celia Huerta sería la indicada porque es una mujer poderosa y bella. Celia bien podría haber sido sacada de una película de la época del cine de oro nacional. Posee algo que las mujeres de este tiempo han extraviado, o que ya ni siquiera conocen: Celia tiene garbo. Camina con la seguridad pasmosa de una diva Hollywoodense, y cada zancada suya hace temblar lo que está a su lado.
Parece como si esta mujer quisiera arrancar las raíces de los árboles con su contoneo cadencioso; un contoneo que nada le pide a la musa que Vinicius de Moraes retrató en su “Garota de Ipanema”. Al verla, uno no puede más que preguntarse: ¿qué dios lúbrico y sensual inventó a Celia Huerta para torturar a los hombres?
Además de ostentar el título de icono de la moda en Puebla, Celia ha demostrado ser una embajadora excepcional de marcas de autos de lujo como Jaguar y Land Rover. Hoy, Celia Huerta está de vuelta en las grandes ligas de la industria automotriz, después de un periodo de ausencia en el que se dedicó a una empresa muy complicada: el reencuentro de sí misma.
Esto no es una entrevista. Las entrevistas suelen ser acartonadas, calculadas y frías.
El siguiente texto es parte de una larga conversación que tuve con Celia Huerta en el maravilloso Hotel Rosewood de la ciudad de Puebla.
Dorsia. Celia: hace rato fui testigo de que, literalmente, paras el tráfico. Quienes no te conocen pensarán (sólo de primera impresión) que eres una especie de Ava Gardner poblana. Y ya sabes que de “La Gardner” decían algo brutal… algo así como que era el animal más bello de este mundo. Ahora, tú dime: ¿La belleza cansa?
Celia Huerta: No es que canse, pero sí es un estigma. Abre muchas puertas, sin embargo, cierra otras tantas. A veces es una bendición, a veces una maldición. Yo procuro mucho conservar la belleza externa, me esmero en eso. Pero aunque parezca trillado, es verdad que la belleza está dentro de uno. En nuestro físico sólo proyectamos lo que somos, y lo que somos es porque lo pensamos. Nos construimos una realidad echando mano de lo que habita en nuestra mente. Tesla no se equivocaba cuando afirmó que este mundo sólo se puede comprender en términos de energía, vibración y frecuencias. En ese aspecto, es donde he procurado tener un camino lleno de crecimiento, de lecturas… con maestros. De darme chance de llorar cuando ha sido necesario. Cuando nos reconocemos, podemos decir que somos completamente bellos. Ese camino, el transitarlo, es lo cansado. La belleza en sí, no lo es.
D: Las mujeres hermosas son víctimas propicias para el acoso, y por otra parte, hay una pandemia de denuncias por todos lados; algunas legítimas, otras dudosas. Tú estás muy activa en las redes sociales, que son una guarida de gente ociosa. Nos exponemos (voluntariamente) en estas pistas, ¿crees que se pervierte la legitimidad de las acusaciones si se hacen desde una plataforma virtual y ante una horda de morbosos?
CH: Las redes sociales son una maravilla, pero se ha abusado mucho de ellas. Siento que ya no hay intimidad, y que la gente adicta a exhibir toda su vida corre el riesgo de que los demás se sientan parte de sus problemas. Se ha desvirtuado el tema de la justicia. Yo crecí en una generación distinta, en la que el galanteo era importante. Tanto el galanteo como la privacidad. Había misterio. Ahora hemos engrandecido a puro idiota en fenómenos como los de las “ladies” y los “lords”. Yo creo, todavía, que la ropa sucia se lava en casa, y no es por ocultar algún abuso. No es callarlo. Acá en Puebla seguimos viviendo, más que de las apariencias, de guardarlas. Pero te digo algo: uno también recibe lo que vibra, lo que llama. Yo no me he sentido nunca acosada ni amenazada en las redes, pese a subir fotos sexys, si quieres llamarlo así. Creo que la gente, sobre todo muchos hombres, me tienen miedo. Creen que muerdo, y por eso (supongo) no recibo mensajes vulgares por ínbox. Me escriben flores, piropos, ¡y lo agradezco!
D: ¿No eres de las que te ofendes si vas por la calle y te gritan: “¡mamacita!”? Hace unos meses hubo caso muy sonado: a Tamara de Anda, columnista de El Universal, un taxista le gritó “¡guapa!”, y con eso bastó para que se indignara y lo mandara un día a la cárcel…
CH: No, para nada. Me gustan los piropos. ¡Y cómo me voy a ofender cuando estoy acostumbrada!
D: Naciste y creciste en dos escenarios muy masculinos: los toros y los autos. ¿Hasta dónde permites el galanteo de los hombres con los que tratas a diario? Tomando en cuenta algo: que ese galanteo no va a prosperar porque simplemente no te interesa que prospere.
CH: Adoro el galanteo. De hecho, nos hace mucha falta el galanteo como se conocía antes. Repito: creo que es una cuestión generacional. A mí todavía se me acercan galanes, en toda la extensión de la palabra, que hacen su trabajo de conquista. Pero eso ya no se ve con los chavos. Ahora quieren todo rápido y sin que les cueste un peso. Ahora creen que por invitarte a comer ya debes irte a la cama con ellos. Creo que los caballeros son esencialmente los que en medio del romanticismo que le pueden imprimir al cortejo, también se atreven a decir lo que quieren. Los que son directos y no se andan con rodeos. Y eso es mejor si, ademas, el escarceo lleva todo un ritual. A estas alturas de mi vida me gusta que la gente – y en este caso que los hombres- sean directos, porque entonces directo puedo decir “sí” o “no”.
D: Entiendo que lo que te gusta del galanteo es que es muy masculino. ¿Qué reacción sería la más femenina ante ese ataque?
CH: Es muy femenino sonrojarse, sentir mariposas… y de pronto enojo, depende del “ataque”.
D: En la sesión de fotos que hicimos para la portada de este primer número de Dorsia, vi a los mejores machos de mi generación hacerse pequeños. Cohíbes a los hombres, y las mujeres te envidian. ¿Sufres tu sensualidad?
CH: Claro que la sufro, pero mi padre siempre decía: “mijita, tú no estás mal
Sólo que eres demasiada mujer para muchos hombres. Los asustas. Les quedas grande, pero tú no cambies”. A veces dudaba si era bueno hacerle caso a mi papá, pero con el tiempo he tratado de suavizar mi personalidad como parte de mi crecimiento interno. Es bueno ser más sutil. Yo vivo en un mundo masculino y tengo mucha energía masculina por lo que vendo (carros de lujo), a lo que me dedico. Y en esta última etapa de mi vida me he dado cuenta que ser sutil es parte de lo femenino, y me sienta bien. Descubrí que no debe darnos miedo ser vulnerables. Hoy soy una mujer más sutil, y aún así, los hombres se cohíben.
D: ¿Has padecido a un macho? ¿Has perdido la cabeza por un hombre?
CH: Tuve una relación así en mi vida (nadie me lo cree porque precisamente saben como soy). Aunque no sé si etiquetarlo como machista. Fue un hombre que me marcó, sin duda, y significará siempre mucho para mí. Creo que más que machismo lo que hubo en esa relación fue una intensa guerra de poder. Dos agujas no se pican, dicen por ahí. Aprendí mucho, pero también sufrí otro tanto. Retomo un dicho que mi papá repetía constantemente: “las mujeres inteligentes son inteligentes hasta que se enamoran y se vuelven pendejas”. Yo modifiqué muchas cosas que me gustaban por aquel amor. Porque me decía: “no te pongas esta ropa, no cantes”, cuando cantar es una de mis grandes pasiones y dejé de cantar por él. Porque le incomodaba. Esos personajes son maestros. Crueles, pero al fin maestros.
D: Eres una gran romántica. Te gusta ir a los cantabares y te adueñas del micrófono, ¿te hubiera gustado dedicarte al canto profesionalmente? Tienes todo el físico y la voz para poder hacerlo, ¿lo intentaste?
CH: Vamos cambiando todos los días. Quien te diga lo contrario, se equivoca. Soy muy positiva, aunque me vaya mal, aunque me caiga, aunque tenga miedo. Y el miedo un día llegó a habitarme y dejé de hacer cosas por ese miedo. Sin embargo, me considero muy bendecida. Dios me dio muchas cualidades y capacidades. Cantar hubiera sido una cualidad por desarrollar, sin duda. Creo que pude haber hecho algo ahí, pero el hubiera no existe. Elegí un camino, y ese camino me dio dos hijos maravillosos y un aprendizaje en mi trabajo (siguiendo una tradición familiar). Después decidí dejar ese trabajo y salir a vivir experiencias diferentes para diversificarme. El canto me fascina, pero por ahora sólo es un hobbie y lo disfruto como tal.
D: ¿Cuáles son las cinco canciones que siempre pides en un karaoke?
CH: El sol no regresa (La quinta estación). Porque me gusta a morir (Jenny Rivera). Abuso (Daniela Romo). Por cobardía (Lila Deneken). Ya te olvidé (Yuridia).
D: Tienes un tatuaje en el brazo, dice: “lo siento, perdóname, te amo, gracias” ¿es una especie de mantra? ¿Cómo andas de espiritualidad?
CH: Todo junto es “ho’oponopono”, que viene de una tradición milenaria hawaiana en la que se borran memorias. Son palabras mágicas. Hacen que cambie todo tu sistema, todas tus células y tus pensamientos, dejando atrás memorias que venimos arrastrando de generaciones. Creo que uno arrastra cosas que ni siquiera vivió en carne propia; una especie de condena genética. Estas frases o estas palabras sirven para resetear, para romper patrones.
D: ¿Cómo alternas ese mundo espiritual con tu lado frívolo? ¿Te consideras una socialité?
CH: Ya no. Porque ser socialité es andar de ajonjolí de todos los moles. Sentarse con muchas personas. Eso abre puertas, obviamente, y más en mi caso, pues me dedico a las ventas. A las ventas de marcas de lujo, entonces es vital hacer relaciones
Ahora, debo decir que de un tiempo a la fecha mi vida sufrió un cambio radical y me volví más ermitaña. Ya prefiero los círculos pequeños, porque ser socialité genera problemas como perder el foco de quién sí y quién no es tu amigo. Valoro más la bohemia, me gusta compartir. Creo que es paradójico, pero mientras mejor vas espiritualmente, estás más solo. Al irme conociendo profundamente descubro que me caigo muy bien. Aparte ya me certifiqué como coach espiritual. Es maravilloso, ya que además de estar bien tú, puedes ayudar a otra gente a encontrarse.
D: Y ayudas a la gente para verse mejor, por cierto. La frivolidad, lo “fancy”, te da un acento muy especial.
CH: A mí me gusta lo bueno, lo bonito. Ahora mismo estamos en un lugar hermoso (Hotel Rosewood). También encanta la ropa bonita… aunque me adapto.
D: Eres una “todo terreno”, ¿has ido alguna vez a Tepito, a la Lagunilla?
CH: No he ido porque nadie me ha invitado. Soy cero miedosa. Haciéndole honor a la marca que vendo (Land Rover), es correcto: soy todo terreno.
D: ¿Ya no hay caballeros?
CH: No quiero generalizar, pero ya no los hacen como antes. Les falta ser más detallistas, aunque… ¿sabes qué?, no es culpa de ellos. Con la idea de la liberación, del “nosotras podemos hacerlo todo solas”, las mujeres hemos hecho que los hombres dejen de hacer muchas cosas.
D: ¿Crees que los roles hombre-mujer deben conservarse?
CH: Claro. Yo odio que una mujer juegue fútbol (aunque tengo una sobrina que juega padrísimo y es muy buena). ¿Una mujer boxeando? ¡qué es eso! Creo que la mujer debe ser femenina, delicada.
D: Decía María Félix que la belleza de una mujer está en la planta de lo pies. Y en los pies van los zapatos, ¿se camina mejor con zapatos de lujo?
CH: Siento que en los pies se ve la clase, definitivamente. Nada como unos zapatos Chanel, como unos Valentino, unos Vuitton. Y sí, se camina diferente.
D: Dicen que no hay zapatos más cómodo que los Manolo Blahnik…
CH: Uy, pero a mí no me gustan los diseño de Blahnik. Los Louboutin son una belleza, pero son incomodísimos. Él mismo (Christian Louboutin) lo dice: “yo hago zapatos bonitos, no cómodos”. Si quieres andar cómoda, ve y cómprate unas chanclas. Amo Prada, sin embargo, creo que me quedo con Valentino. Y se pisa de otra forma. Digo, todo va acorde con tu manera de vivir, incluso con tu trabajo. Para lo que yo hago, necesito ese glamour. Pero si un día voy al campo, escojo las mejores botas.
Usar tacones es una bendición. Te estiliza, te hace ver sexy, más sexual. Un par de tacones dicen mucho sobre cómo te plantas frente a la vida. Y no hay pretexto de que si son (o no) caros. Hay para todos los bolsillos, pienso, y si lo hay, ¡no usen ese tipo de chanclas horrorosas que dan pavor! No importa el presupuesto, una mujer siempre se puede ver bonita y femenina.
D: El vestido es otro tema, pienso, pues la ropa -cualquier ropa- puede levantarse con los accesorios adecuados, llámese bolsa o zapatos. ¿Compras en tiendas “low price”?
CH: He tenido la fortuna y me doy el lujo de comprar ropa de diseñador, pero mientras traiga un buen zapato y una buena bolsa, me pongo lo que me guste; me gusta Zara, Ivonne… la ropa no te hace, tú haces a la ropa, le das personalidad. Puedes traer unos jeans y una playera blanca de algodón… si le pones unos buenos patos y un buen bolso, cambia todo el outfit. Hay que ser uno mismo. A mí me encanta verme diferente a todas. Me pongo cosas que nadie se pondría. En eso radica tener estilo. Y vuelvo al tema: uno de los hombres más ricos del mundo se dedica a la ropa, ¡a la ropa barata!
D: ¡Bendito sea don Amancio Ortega! ¿Por cuáles diseñadores de ropa matas?
CH: Chanel. Me gusta lo clásico.
D: ¿A qué edad tuviste tu primera bolsa Chanel?
CH: A los treinta y tres. A la edad de Cristo.
D: Una especia de crucifixión… La otra vez vi en Instagram tu colección de bolsas. Creo que con esa colección podría vivir una comunidad africana sin broncas durante unos añitos. ¿Cuántas tienes?
CH: No me digas eso que me siento mal. Pero bueno, creo que más de cien.
D: Supongo que las cambias a diario entonces. ¿Has llevado al Oxxo una Birkin?
CH: ¡Ah, claro! Lo malo de las Birkin es que son muy pesadas.
D: ¿Así que el sueño de Hermès de diseñarle a Jane Birkin la bolsa perfecta… falló?
CH: Son hermosas. Son el Rolls Royce de las bolsas, y en efecto, les cabe todo, pero sí son pesaditas.
D: Celia, creo que esta pregunta podría ser una obviedad, sin embargo, uno nunca sabe: ¿te gusta lo que ves a diario en el espejo?
CH: Sí, sí me gusta. Pero hubo un tiempo en el que me buscaba todos los defectos. Hoy he aprendido a ser agradecida. Me gusto, me reconozco, y lo más importante: comprobé que el tiempo no existe. Es relativo, como decía Einstein. Hoy me encanta lo que veo porque no creo en el tiempo. No tengo pacto con el diablo; tengo pacto conmigo misma.
D: Y con todo eso que ves en el espejo -que vemos nosotros desde afuera- te pregunto: ¿has vuelto loco a un hombre? Loco, ¡loco de atar!, de desesperar.
CH: A más de uno. Ellos se transformaron para bien (y para mal) a mi lado. Lo que sí puedo decir con todas sus letras, con o sin modestia, es que difícilmente un hombre me olvida.