viernes, noviembre 22 2024

La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía

Está de moda quejarse de las cartas aclaratorias.

Los columnistas en México podemos injuriar, humillar al contrario, hacer uso de nuestra libertad de expresión, defenestrar, lanzar por la borda de un yate (metafórico) a cualquiera, pero no aceptamos que la contraparte nos toque con el pétalo de una infamia.

Siempre he pensado que la prensa mexicana es la zona más abyecta —la menos transparente— de la vida pública del país y que los columnistas tenemos licencia para matar.

Eso nos da otras canonjías que no queremos que sean eliminadas: la del silencio abyecto del agraviado.

No entiendo por qué la parte ofendida no puede defenderse con adjetivos similares a los que usamos para vapulearlos.

Queremos de ellos el sometimiento, la lengua corta, el brazo mutilado, la expresión hipócrita.

Sólo en esa tesitura, con esos matices, queremos las cartas aclaratorias.

Ah, pero cuando el abajo firmante se enfrenta a nosotros con las mismas armas del lenguaje, nos desgarramos las vestiduras, nos tiramos al piso y nos decimos víctimas de una estrategia para debilitarnos.

Ejemplos recientes sobran.

Qué patéticos.

A nuestra ausencia de cultura en el debate le hace falta un poco de lengua a la veracruzana, un higadito rebozado con cebollas, algunos tacos de cachete y de ojo, una cemita de cabeza.

Basta de quejarse de respuestas puntuales y coléricas como nuestras columnas.

El otro, el abajo firmante, tiene todo el derecho de responder con la misma resortera, aunque provenga de unas oficina pública.

¿Dónde está escrito que no deba ser así?

Sólo en las aldeas se da el silencio ominoso que pretenden algunos columnistas.

Bienvenido el debate con todo y adjetivos y descalificaciones.

Faltaba más.

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