lunes, noviembre 25 2024

Memorial
Por Juan Manuel Mecinas

La crisis social, política y económica desatada a partir del coronavirus evidencia la debilidad del Estado mexicano. Muchos de quienes exigen del Estado algo que es imposible que proporcione en este momento, son precisamente quienes ha coadyuvado a que el Estado mexicano que hoy enfrenta esta crisis sea débil y tenga escaso margen de maniobra para hacer frente a un reto de estas proporciones.

Durante setenta años, el Estado mexicano se ha debilitado por las políticas y las decisiones de la cúpula política y empresarial del país. Por ejemplo, los empresarios más importantes de este país hoy pueden demandar acciones del gobierno, aunque por debajo de la mesa han sido beneficiados con condonaciones fiscales que solo en los sexenios de Calderón y Peña Nieto alcanzaron la cifra de 1 billón de pesos. Si hoy ese billón falta y se echa de menos para impulsar políticas en materia de salud, empleo, o en planes para reactivar la economía del país, hay que saber que de un lado está la complacencia del gobierno y del otro la voracidad de la cúpula empresarial del país.

Este país, por políticas que pueden rastrearse hasta hace más de cuarenta años, decidió apostar por la privatización de distintos sectores y aminorar la actuación económica del Estado. Se ha preferido que el sector privado lucre con la salud de las personas, en lugar de apostar por fortalecer la presencia del Estado en ese sector.

Asimismo, se ha decidido impulsar -con el dinero de los ciudadanos- la creación de partidos políticos, pero de ninguna manera se han creado igual número de hospitales generales en las últimas dos décadas. Cada vez que los electores acuden a las urnas observan varios nuevos partidos políticos en la boleta, pero en su ciudad no fueron equipados, inaugurados o modernizados igual número de hospitales generales.

Hoy sabemos las consecuencias, como lo señaló el vilipendiado subsecretario de Salud: tendremos problemas si los contagios en el país superan los 250 mil. No se le puede pedir peras al olmo, y no se puede exigir a un sistema de salud que empresarios y políticos han minado con sus decisiones, que responda más allá de lo que sus escasísimos recursos permiten.

No vale adelantarse y exigir al gobierno decrete mayores medidas de aislamiento porque el dato dado a conocer por un conocido portal es llamativo: 46 millones de mexicanos trabajan en la calle. Eso quiere decir que, si no se mueve la economía, esas 46 millones de personas no podrán sobrevivir a una crisis pandémica que no solo pone en riesgo su salud, sino la posibilidad de llevar comida a su mesa. Por eso, aunque a algunos les parezca una irresponsabilidad, el hecho de que López Obrador de pronto sugiera salir, tiene un mensaje claramente contradictorio a la luz de los planes de salud que propone su gobierno, pero es un guiño a 46 millones de personas -y muchos millones más-, que esperan que la cuarentena dure poco y se ordene cuando ya sea imposible continuar con su labor, porque de lo contrario su economía no solo se contraerá, como la de muchas empresas, sino que estará en riesgo su subsistencia.

Una buena parte de la sociedad ha entendido que encerrarse en casa y mantener la “sana distancia” que propone el gobierno es el mejor antídoto contra el virus. Pero a buena parte de esa sociedad le hace falta empatía para entender que no todos pueden parar, que no todos van a parar, y que no todos pueden realizar su trabajo en su casa y cuidar de sus hijos sin que falte algo de comer en su mesa. No existe una renta universal garantizada para todos los mexicanos, no todos tienen acceso a servicios de salud, no todos tienen agua y no todos tienen el privilegio de aparcar su economía durante tres o cuatro semanas. Esas han sido decisiones políticas y empresariales. Y hoy miramos las consecuencias.

Estamos en la víspera de las peores semanas para el gobierno de López Obrador, porque hay una contradicción en su discurso (promueve la sana distancia y, por otro lado, continúa haciendo reuniones y celebrando mítines) y las decisiones que tome no dejarán contentos a la mayoría. En el mundo de las redes sociales, los expertos son todos y exigen desde ahora mayores medidas al Presidente, aunque nadie puede asegurar que sea el mejor momento para tomarlas y mucho menos que sean efectivas. Querían que desde hace una semana (mediados de marzo) se imitasen medidas e incentivos tomados en otros países, pero el tiempo parece darle la razón hasta ahora la razón a AMLO: para el país, el problema se extenderá hasta junio y el gobierno ya tiene trazada una estrategia, aunque para una buena parte del país resulte incomprensible.

Como lo dijo el mismo López-Gatell en una entrevista radiofónica: estaremos en problemas (si los pronósticos del gobierno no se cumplen a su favor). Eso significará más muertes y una economía trastocada de manera escalofriante. Por el bien de todos, ojalá los números no se alejen de lo que espera el gobierno. De lo contrario, la debilidad del Estado y las contradicciones del gobierno se harán más patentes y no servirán de mucho a un país que tendría que repensarse no solo desde el gobierno, sino también desde la iniciativa privada que hoy clama acciones a un Estado que ha debilitado por su avaricia. Más allá de si López Obrador sale medianamente librado de este embrollo, habrá que repensar el Estado. Porque los mitos de muchos hoy se caen a pedazos. Justo son los neoliberales quienes quieren más Estado. Exigen; piden cuentas, aunque, durante setenta años debilitaron al Estado. Lo minimizaron. Lo menospreciaron. He aquí las consecuencias

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