sábado, noviembre 23 2024

¡Ay, la colonia Roma de Cuarón! Esa que ya no existe.

La que se vivía en blanco y negro, con sus muchachas yendo a la Flor de Lis a traer tamalitos recién hechos.

La Roma, que lleva ya muchos años siendo guarida de los hipsters: esos muchachos asexuados que visten como Beatnicks, pero no tienen ni el desparpajo ni el talento ni la sed autodestructiva de drogarse con insecticidas o jugar al Guillermo Tell con sus novias.

Ellos, los nuevos inquilinos de La Roma –tan adictos al Chai y al Matcha y a las tisanas y al sushi–. A los Acai Bowls y a los abrigos de peluche sintéticos.

La Roma de Cuarón que fue la última fase de La Roma de Pacheco.

Del “Me acuerdo, no me acuerdo”.

Ahora sus habitantes deambulan con perritos vestidos muy demodé. Cada vecino precedido por una pose intelectual impostada.

Un ala “culta” de los millennials tomó La Roma y La condesa como escaparate propicio para asolear sus egos famélicos: músicos, escritores, aspirantes a cineastas, diseñadores de ropa, pintores y editores se dan cita en bares o cafetines en los que todos llegan, se saludan, se practican dos o tres felaciones mutuas, y luego cada quien ocupa su lugar y escriben tratados sobre el vacío o la insoportable dualidad del ser y la otredad, usando frases hechas como: “su guión es una oda inmunda al heretopatriarcado… ¡inaceptable!” o “Descolonicemos juntos este pámpano a la sal”, o “Más nos vale practicar el chairismo interseccional si queremos conservar la beca del FONCA, brother”.

En la Roma de Cuarón hay sirvientas que son tratadas, más con piedad que con cariño. La piedad, la compasión: sentimientos judeocristianos cercanos a la hipocresía y la culpa.

En la Roma de los hipsters se ven pocas “muchachas” porque los hipsters comen fuera de casa y no ensucian el piso laminado que suplió al granito de las casonas Art Nuveau.

En La Roma de Cuarón vivían familias. Disfuncionales, sí, pero familias. Papá- mamá- abuela- hijos- servidumbre. Y los perros vivían, comían, dormían y se reproducían en el patio o en las azoteas, casi siempre junto al cuarto de servicio, ocupados por personajes como “Cleo”, la heroína del cineasta mexicano.

En esta nueva Roma las familias son constituidas por: papá hipster, perro 1, perro 2 y perro 3. Quizá un canario o una iguana hidropónica, un par de orquídeas y algún amante de ocasión, de sexo indistinto, que llega, practica el coito seguro y se va.

Y los perros (1,2 y 3) ocupan el lugar de honor en las casas.

Los perros duermen en la cama del hipster (que es mamá luchona y papá ausente y psicólogo del can) mientras el hipster puede dormir fácilmente en el sofá desde donde extiende desplegados delirantes a favor de los animales sean tratados como humanos y viceversa.

En la Roma del Cuarón las vajillas y ollas de peltre eran de uso exclusivo de las muchachas; porque eran baratas y no se rompían. El peltre era lo más lejano al caché. En ollas de peltre se cocinaban las patas de pollo y las mollejas y los guacales con los que eran alimentados los perros, que en ese tiempo se llamaban: Laikas, Bobby y Firulais.

Mientras que en la Roma hispter el peltre se ha convertido en un artículo para uso rudo de los esnobs que van a restaurantes en el que el mezcal (que en La Roma de Cuarón era bebido por los albañiles) es la estrella de la noche.

El peltre de los hispters no es el mismo peltre que el de las muchachas de Cuarón ni Pacheco: el peltre ya no contiene frijoles ni molito ni arroz con chícharos, sino tostas de atún azul y tiraditos laminado de rib-eye libres de gluten.

Y los perros ya no se llaman Laika, sino Francesca o Moly. No se llaman Bobby, sino Freud, Fiodor o Bowie.

En La Roma de Cuarón se escuchaba al organillero y al afilador.

En La Roma Hipster se escucha el punchis punchis de la música a decibeles groseros y las conversaciones de poetas que han descontinuado a Baudelaire y que creen que Yuri Herrera es lo más cabrón que se puede leer en Mexiquito.

Son dos Romas diferentes, aunque con una similitud: persiste la división social en un sistema de castas execrable.

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