viernes, noviembre 22 2024

Tala / Alejandra Gómez Macchia

Los puros no existen. Hablo, por supuesto, de personas (no de esos rollos de exquisito tabaco comprimido). Sin embargo, todos, absolutamente todos los hombres y mujeres del mundo hemos tenido en algún momento una imagen distorsionada de nosotros mismos que nos ha puesto en el papel de árbitros intachables.

Cuando no comulgamos con una idea o cuando nos molesta el chirrido de una botella de PET en las manos del afanador, nos sentimos con el derecho de condenar, de calificar, hasta de ofender.

No es que esté mal (a estas alturas ¿quién es capaz de crear una nueva jurisprudencia sobre el mal o el bien?).

Somos criaturas torpes e instintivas. Nos guiamos por impulsos básicos, animalescos. Un ejemplo cruel: hay mujeres que deciden abandonar a sus maridos porque un día amanecieron y se dieron cuenta que el olor de su hombre les generaba arcadas. O al revés: hay hombres que dejan a la esposa porque una noche se percataron que odiaban cómo ésta masticaba la fruta: haciendo un ruidito molesto e involuntario en lo que la papaya se mezclaba con el melón, y por ahí se colaba un fragmentito rebelde de granola; un ruido acuoso y pertinaz que de pronto pasa desapercibido, pero al ponerle ecualizador resulta de lo más nauseabundo.

Así la crítica. Así la intolerancia y el desafecto y nuestra capacidad de repulsión ante cosas que parecen vacuas. De repente nos plantamos en una posición ridícula de autoridad moral, y esa autoridad moral rige nuestro comportamiento y nos convertimos en tiranos porque nos sentimos libres de yerros, de faltas, de desdoblamientos.

No hay algo más difícil en esta vida que la autocrítica. ¿Para qué sirve ese auto si no es de lujo? ¡No lo quiero, ni madres! No me voy a subir, pues si lo hago, podría irme a estampar contra el poste de luz a la primera de cambios.

Por otro lado, tampoco existe algo más saludable que vomitar. Cuando uno vomita se limpia. Las vacas con sus cuatro estómagos lo hacen a cada rato. Tragan pasto y lo echan fuera, pero ojo: una vez que esa masa amorfa está en el suelo, se la vuelven a meter a la boca y la mastican y la engullen aunque sea un esperpento.

El arte de rumiar es una bella arte: por eso aquel viejo dicho de “tragarse sus palabras”.

Puros.

Todos nos sentimos puros dentro de nuestras cuatro paredes.

Si soy lector juro que lo que leo es lo más elevado. Si soy albañil siento que mis bizcochos son los mejores acomodados en el muro. Si soy católico opino que los ateos son malos. Si soy agnóstico, la duda puede asaltarme en todo momento menos cuando califico a los devotos de estúpidos crédulos. Si toco la guitarra estoy convencido que el bajista quiso ser como yo, pero le faltó habilidad y longitud en los dedos. Si soy gimnasta aseguro que la porrista se quedó con los pompones en las manos porque ni tuvo la fuerza para volar en las barras, ni tuvo la gracia para flotar en las duelas del ballet.

Así siempre. Todos. ¿Y saben qué? No está mal ser así; de otra forma la tierra sería plana. ¡Ah, claro! Esos que aún creen que la tierra es plana y están a punto de emprender un viaje en barco para demostrarlo, el día de mañana regresarán a decir que alguien conspiró en su contra y mandó a achatar los límites. Quizás culpen a AMLO o a Trump o Putin. Lo malo es si no regresan pese a ir monitoreados, ¡habrán tenido razón, y ahí sí la historia del mundo vendría valiendo ocho toneladas de butifarra!

Pues hasta esos raros, los terraplanistas, se sienten puros. Creen ser portadores de la verdad, y esa verdad, al ser SU verdad entra al microcosmos de lo que NO es mentira. Por lo tanto son puros en determinada medida, en su especio vital (plano).

Quiero hablar dos personajes (o cuatro) de los cuales sólo admiro a uno: a Guillermo Sheridan. Los otros tres (y un colado) me son intramusculares, pero como amanecí en un estado de pureza insoportable urjo comentar lo que he visto y leído y vivido con ellos. Lo separaré en capítulos breves para no cansar al lector puro y atento:

  1. Jalife: el puro contra los hazaros puros (impuros).

Alfredo Jalife es conocido sólo en pequeños círculos. No creo que, por ejemplo, en la Selva Lacandona o en las cuencas de Atoyac sepan quién es.

Jalife no es un tonto que no sepa de lo que habla. Sabe mucho de medio oriente. Su problema es que se lo pasa aventando esputos contra los judíos. Es lo que se conoce vulgarmente como un antisemita.

Hace muchos años, durante la primera campaña presidencial de AMLO, Jalife comenzó a aparecer más y más seguido en programas de opinión. Hasta el día de hoy es asiduo con Aristegui. Lo oyes hablar y tiene buena redacción mental. Juro que si un día llegara a un restaurante, me interesaría por la plática de Jalife. Quizás a los diez minutos lo calificaría de paranoico y fundamentalista, pero sin duda lo escucharía porque, si no sabe lo que dice, al menos lo simula perfectamente bien.

Sin embargo no hizo falta conocerlo en persona…

A finales del 2015, en medio de una disputa tuitera con no sé quién, Jalife metió su nariz en mi timeline y comenzó a buscar bajo mis faldas. Sí. No fue a googlear si yo había escrito uno o más libros o si era campeona en levantamiento de tarro. Lo que hizo fue intentar ligarme con alguien a quien él despreciara para así soltar a sus bots y emprender un ataque.

Nadie es monedita de oro, ¿verdad? Así que Jalife encontró lo que buscaba: una foto de la que tiempo después me avergoncé. En la foto aparecíamos mi ex pareja y yo acompañados de un personaje a quien odia Jalife (y no sólo él sino medio México). La foto fue captada en el patio del ayuntamiento de Puebla en la noche de los festejos del grito de independencia.

En realidad, el impresentable apareció en esa foto por pura casualidad, ya que no estaba sentado con nosotros, sino que pasaba por ahí creyéndose rockstar, y de pronto ¡flash! Alguien captó el momento.

Hablo de Javier Lozano Alarcón.

Pues bien. Jalife encontró esa foto en mis archivos visibles de Twitter e hizo escarnio de mi persona. Me llamó: “perra neonazi”, “puta del imperialismo”, “hija de mi babiloniera hazara madre”, etc.

Lo hizo abiertamente en tuits y luego mandó a sus bots por mensaje directo.

Esos bots hablaban un alvaradeño excepcional. Jamás escuche insultos tan ricos en misoginia y sexismo como los que sabe proferir Jalife.

Huelga decir que al principio acepté el ataque pues… es vergonzoso que te pillen en una foto con Lozano Alarcón, aunque el susodicho y yo no cruzamos más palabras que: hola, qué tal, qué buena fiesta, salud.

Hoy amanezco y leo una carta que han firmado respetables académicos, empresarios (no tan respetables), intelectuales (orgánicos, inorgánicos y pipitilla) y público en general, pidiéndole a AMLO que no proteja a Jalife aunque Jalife sea su porrista y aplaudidor nomber guan.

Vi los nombres de los abajofirmantes y pensé: esto está más podrido que Dinamarca, pero la cabeza de Jalife también apesta a resquicios de peste bubónica. Y recordé que me llamó “perra del imperialismo, puta de la calle Babilonia esquina con La Doctores” y no tuve más remedio que estampar mi firma (obvio, en la sección proto-intelectuales libres de gluten).

A continuación abrí Milenio y leí la columna de Julio Patán hablando de la misma carta, y pensé: Julio también se cree un puro. Julio es, sin duda, menos dotado intelectualmente que el loco de Jalife, pero por lo menos es un escritor hijo que un gran padre que no le hace daño a nadie y tiene buenos gustos dionisiacos.

Puro contra puro.

Purito contra prurito: gana el purito, aunque sea chiquito.

  1. Sheridan contra el liliputiense

Podrán decir lo que quieran de Guillermo Sheridan: que es un aspirante a Ibargüengoitia, que es parte de la mafia del poder intelectual, que es mamón, que no contesta en Facebook, que es defensor a sueldo de Krauze… y esos dichos vendrán de los perfiles esquizofrénicos que aman la mediocridad de la nueva generación de intelectuales de izquierda. Los Taibos y compañía, y los compillas de aquel quien ha sido bautizado por nuestro personaje (Sheridan) como “El HUACHICOLERO DE TEXTOS”.

Fabrizio Mejía Madrid es, como diría el polémico jurista Carlos Meza, un mindundi.

Quiso ser “El Monsi” del siglo XXI y le faltaron arrestos, talento y gatos.

Ha sido exhibido como plagiario varias veces, y sus libros están llenos de imprecisiones y falacias históricas.

Se colgó de Díaz Ordaz para vender libros e hizo el ridículo.

Desde su pureza trató de encuerar a la dinastía Azcárraga, pero lo hizo recopilando “copy-paste” de los dichos de las escorts que van a vender su versión lacrimógena  de las cosas a TV Notas.

Sin embargo, ¡oh sí!, Mejía Madrid posee un ejercito de seguidores incendiarios y encendidos (más bien insolados) que sacan la cabeza por él (obvio, a Fabrizio no le dejan subirse a las montañas rusas porque no llega al metro y medio) a la menor provocación.

Hoy mismo, aprovechando que en el día del trabajo todos tenemos la venia de echar la hueva, amanezco con un artículo brutal de Sheridan (aquí la tunda) https://www.letraslibres.com/mexico/politica/fabrizio-mejia-madrid-el-arte-no-dar-credito?fbclid=IwAR23ClQ28cuuHOScrM9BSmuXdwwRZT2pn7Qn4diz1hxl9yTs6QN9G857XOU en donde vuelve a despojar a Mejía de su sempiterna gabardina negra, y desentraña –una a una– varias frases robadas por el más puro de los intelectuales teleñecos que habitan Twitter y que hoy han ascendido en la escala evolutiva de la Cuarta República de las Letras gracias a que han sido lambe botas profesionales de un presidente que, a mi parecer, está echándole ganas, pero está rodeado de sanguijuelas.

Sheridan es para esa clase de personajes “un intelectual fifí”, que traducido al mundo mundano de los habanos, vendría siendo como un Hoyo de Monterrey/Epicure, mientras que Fabrizio Mejía  es, por sus acciones y débil tiro, la imitación del clon de un TE-AMO que se vende, republicanamente, en las cajas cobradoras de los OXXO.

Puro contra puritano…

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