sábado, noviembre 23 2024

¿Qué se puede añadir a una discusión que ha consumido billones de palabras en los medios y en las redes sociales en buena parte del mundo y en la que todos deberíamos, idealmente, estar de acuerdo? El acoso, en términos jurídicos y al menos en los países occidentales, se entiende como un “comportamiento que se encuentra amenazante o perturbador”. El hostigamiento o acoso sexual se refiere a “los avances sexuales de forma persistente, normalmente en el lugar de trabajo, donde las consecuencias de negarse son potencialmente muy perjudiciales para la víctima”, ilustra la Wikipedia. En México el hostigamiento y el acoso sexual están tipificados en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (publicada en el Diario Oficial de la Federación el 1º de febrero de 2007 y reformada el 28 de enero de 2011) como sigue: “Artículo 13. El hostigamiento sexual es el ejercicio del poder, en una relación de subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral y/o escolar. Se expresa en conductas verbales, físicas o ambas, relacionadas con la sexualidad de connotación lasciva. El acoso sexual es una forma de violencia en la que, si bien no existe la subordinación, hay un ejercicio abusivo de poder que conlleva a un estado de indefensión y de riesgo para la víctima, independientemente de que se realice en uno o varios eventos”.

Nadie puede negar el machismo abierto o soterrado con que se conducen millones de hombres mexicanos, una conducta atávica y detestable que puede expresarse de manera prepotente y llegar a ser violenta —es indispensable tener siempre en mente las abultadas cifras oficiales y de diferentes organismos nacionales e internacionales de mujeres acosadas, violadas y asesinadas.

Hay machismo en un piropo, desde luego, pero no necesariamente violencia ni, mucho menos, agresión, si se trata de un piropo inofensivo y hasta lírico e ingenioso, como los que refiere Rocío Dúrcal en aquella popular canción de 1963 “Los piropos de mi barrio”. Nos queda claro: eran otros tiempos y el mundo y sus códigos han cambiado —al menos en esta parte—, para bien y para mal.

Hoy el piropo de un desconocido a una mujer puede ser causa de una denuncia penal, así se haya proferido sin la menor intención de intimidar o insultar. Si no le gusta que le digan guapa entiéndelo, aunque te parezca exagerado.

Éste es el punto, creo yo. He discutido esto con varios amigos y amigas y mi punto de vista es que ninguna mujer espera que nadie le enderece un piropo o un halago, mucho menos que las hostiguen o acosen —lo cual, como ya vimos, es un delito y debe castigarse, lo mismo que el maltrato y la violación. Me parece que ningún hombre debe sentirse con derecho a espetarle un piropo —así sea elogioso o halagüeño— a una mujer a la que no conoce ni debe pensar que ésta debe sentirse agradecida o con el deber de corresponderle. El machismo le hace creer a muchos hombres que son irresistibles versiones región 4 de galanes europeos o hollywoodenses, y que cualquier mujer —sobre todo si es linda— podría rendirse ante ellos por obra y gracia de su apostura e ingenio —ya los veo haciendo lo mismo en las calles de París o de Praga…

Que hay mujeres a las que les gusta recibir halagos y frases galantes y hasta silbidos del muy respetable gremio de los alarifes, las hay, sin duda. Que hay muchas que no necesitan tu opinión sobre sus ojos, su cuerpo o su belleza, las hay también —más de las que te imaginas—, y no veo cuál es la dificultad en respetar algo tan evidente. El machismo es un impulso atávico que le hace sentir a muchos hombres el derecho de dirigirse a una mujer para halagarla o insultarla y, en el peor de los casos, agredirla —podríamos tener en la prepotencia de los narcos los ejemplos más acabados.

¿Y qué con los códigos del galanteo, del cortejo?, preguntan, tan preocupados… Vamos, las mujeres entienden estos códigos y también los practican, y muchas veces son ellas las que toman la iniciativa. Si ellas quieren algo contigo te lo harán saber, y si no quieren nada también, así que insistir es lo más torpe y contraproducente que puedes hacer: Mira, nena, ¿te vas a perder a este muñeco? M’ta, ni que estuvieras tan buena… (Seguramente son los mismos machines que cuando alguien los mira inmediatamente sueltan el clásico ¿Qué me ves, güey?)

Es cierto, lo que a algunas les parecerá una galantería o un gesto caballeroso —que los hay— a otras les parecerá un imperdonable desplante de [micro]machismo. Posiblemente hombres y mujeres desarrollen nuevos códigos para manifestar una atracción mutua sin que ella resulte ofendida y tú con una multa o una pena de tres meses.

¿Que hay exageraciones y malentendidos? Muchos, por desgracia. Una mirada puede malinterpretarse y la histeria, sí, está a la orden del día. No son pocas las feministas —sobre todo las que han dejado de escuchar y dialogar— que querrían prohibir las miradas de deseo, ignorando las correspondientes miradas femeninas a ejemplares varoniles que les resulten apetecibles. Y sí, muchacho, hay de miradas a miradas. Muchas de mis amigas y alumnas universitarias tienen miedo de salir solas a la calle y de cruzarse con tipos cuya insistente inspección las intimidan, lo mismo que su innecesaria apreciación estética. El miedo es real, no imaginario. Muchas de tus hermanas, primas, amigas y compañeras de escuela o de trabajo dudan en vestirse de tal o cual manera por el temor a recibir más agresiones: miradas insistentes, comentarios ofensivos y tocamientos. Sólo un hombre que entiende y ensaya mal su masculinidad es capaz de sentirse con el derecho de intimidar a toda mujer que se le atraviese en su camino. En el fondo es un pobre diablo.

Podemos afirmar que una gran mayoría de ciudadanos está de acuerdo en castigar con severidad a sacerdotes, maestros, médicos, profesores, padres, esposos, entrenadores y jefes acosadores y violadores de mujeres, niños y niñas —incluso de hombres. Creo que también debería de haber un consenso sobre el problema del hostigamiento y el acoso sexual a mujeres. Lo habrá, seguramente. No es cuestión de imponer esa aberrante corrección política —arma de hipócritas— ni de volverse hombres taimados, mujerujos o manginas, sino una cuestión de respeto, de educación y de sensibilidad. De civilidad.

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About Author

Rogelio Villarreal

Abandonó la carrera de Periodismo en la UNAM para dedicarse al periodismo cultural, a la edición independiente y a la promoción cultural. En 1979 ingresó al Consejo Mexicano de Fotografía. Actualmente es director editorial de la revista Replicante y es miembro fundador de la Fundación Pedro Meyer.

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