jueves, noviembre 21 2024

por Alejandra Gómez Macchia

Desde que comenzó la pandemia he visitado a mis familiares en dos o tres ocasiones, a lo mucho. No porque sea una desconsiderada o una malasangre; tampoco porque ellos estén en el grupo de mayor riesgo de mortalidad… si algo he aprendido en esta época extraña, de este virus extraño, es que se lleva a gente que uno jamás imaginaría: jóvenes, deportistas, señoras y señores sin co-morbilidades, etcétera.

El COVID es como jugar un volado, sólo que nadie sabe si será cara o cruz el camino empedrado hacia la tumba.

La verdadera razón de por qué he tomado esta sana distancia es por AMLO.

Sí, desde que asumió la presidencia, López Obrador se volvió la verdadera causa de un divorcio familiar.

Pese a que yo fui de las que votó por él, no en una sino en tres ocasiones, mi decepción ha sido enorme, y por más que mis familiares traten de defenderlo a capa y espada con argumentos que, de entrada suenan bien, la realidad es que cada conversación se convierte en un debate inagotable de temas que yo considero insensateces contra temas que ellos considera loables.

Para algunos miembros de mi familia, López Obrador es ese héroe incomprendido, víctima propicia de la mafia del poder y de los intelectuales chayoteros. El mártir que con una sonrisa socarrona sale a cuadro cada mañana a reinventar  la patria.

En todo lo que va de su administración no he podido hacer una crítica saludable sin que sea deslegitimada, siempre acompañada por un giro retórico aprendido automáticamente en horas y horas de escuchar al mesías en su performance matutino.

Hace un mes la discusión familiar se dio vía WhatsApp… no entraré en detalles, pero el zipizape se volvió una guerra de descalificaciones mutuas en pesadas y larguísimas notas de voz.

Yo digo que AMLO ha sido completamente irresponsable en la forma de afrontar la pandemia, mientras que mis familiares dicen que ha hecho lo mejor que ha podido en un escenario donde el hampa periodística ha sido quien obstaculiza la tan anhelada transformación. Por su puesto yo formo parte de esa panda de delincuentes al ser directora de un portal.

Así, mientras yo he tratado de investigar a profundidad mediante fuentes científicas confiables, mi family se apega a la información que ofrece el vocero de la muerte en sus conferencias vespertinas.

Total que en dos años no nos hemos podido poner de acuerdo y cada reunión o llamada termina siempre en un silencio incómodo previo a una aparatosa mentada de madre.

Este fin de semana me sorprendió el “jijií-jajajá” del presidente respecto a la portada de Reforma, al que AMLO ha nombrado “pasquín inmundo” en repetidas ocasiones.

Pensé inmediatamente cómo defenderían mis allegados a su pastor en esta ocasión.

La respuesta se me reveló casi en automático: del mismo modo en el que él se defiende a sí mismo: descalificando, mofándose, haciendo de su frustración una bulimia permanente.

Debo confesar que la noche del grito me entró un pequeño rapto de compasión por el presidente. Tantos años le costó llegar como para tener esa plaza vacía; la misma que tomó varias veces.

Sé de antemano que el pueblo bueno no lo dejó solo por voluntad propia; era necesario no caer en la tentación de asistir a la plancha del zócalo para evitar un contagiadero peor del que ya padecemos. Pero la imagen fue devastadora.

El Solitario de Palacio, soberano de las grandes verbenas, dando un grito que nos supo amargo a todos, con una rifa surrealista como cereza del pastel y asumiendo un deshonroso primer lugar en tasa de letalidad por coronavirus.

Sin embargo, y muy a mi pesar, esto parece no ser importante para aquellos que siguen desgañitándose en aras de apoyar su proyecto deshilvanado.

¡Ja ja ja!

… y un rumor de risas hirientes surca el ambiente de la fiesta (fúnebre) de la 4T.

 

 

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