Es cualquier martes en Puebla. El gobernador Barbosa está sentado detrás de una mesa discreta en donde habrá de recibir a la gente que va presentarle algún proyecto, una queja ciudadana o un pedimento. Fuera, puede haber algún inconforme, algún adversario que en aras de fumar la pipa de la paz se forme y quiera adelantar lugares en la fila con tal de llegar en primer lugar frente al gobernador. Pero la fila se respeta, y pasará quien haya madrugado: aquel señor de sombrero o la señora que se levantó temprano para que el que gobierna, los escuche. Acá no hay amiguismos ni invitados VIP.
Esto es nuevo en Puebla. Antes era imposible acercarse a los gobernantes si no era en algún mitin donde el personaje se paraba en el templete, hablaba, prometía, se bajaba velozmente custodiado por su grueso equipo de seguridad, estrechaba una que otra mano, hacía como que sonreía, si acaso aceptaba un par de selfies y terminaba por desaparecer tras una nube de polvo que dejaban las impresionantes camionetas Suburban blindadas del año.
Ahora la cosa ha cambiado.
El gobernador está sentado en una mesa que nada tiene de pomposa. Junto está su esposa, doña Rosario, tomando notas e igualmente escuchando a la gente.
Son una pareja estable. Ella, doña Rosario, ha hecho adaptar una cocina en Casa Aguayo con todos los instrumentos necesarios para preparar las recetas familiares. Es una excelente cocinera y dicen que hace el mejor mole de caderas que se pueda probar en Puebla capital.
Aunque el gobernador no nació en Tehuacán, vivió muchos años ahí. El nació en Zinacatepec, muy cerca de la ciudad de los manantiales y el huaxmole.
La gente se acerca al gobernador y pide. Pide o denuncia o comenta algún tipo de arbitrariedad que es preciso resolver. La gente que cuida al gobernador no son mastodontes vestidos de traje, sudorosos grandullones que en vez de generar confianza, asustan. No. Cerca de él siempre están sus más cercanos colaboradores quienes desayunan con él, comen con él y salen a la calle con él.
El que fuera senador, líder de la mesa directiva del senado, diputado federal, presidente del PRD y dos veces candidato a la gubernatura, habla sin acartonamientos. Lleva años siendo un político de vuelos nacionales. Es un hombre de ideas firmes que ha tenido tiempo de trazar todas sus rutas críticas. Llegar a gobernar su estado natal fue uno de sus mas caros sueños desde la juventud. ¿Qué político no anhela gobernar su propia casa?
Barbosa posee un semblante saludable. Bien dicen que el poder rejuvenece, dota al hombre de una fuerza insólita. A partir del primero de agosto, esa fuerza, esa vitalidad se sitió en su epidermis. Se mueve con la soltura de quien se sabe protagonista de la historia. Frente a los medios habla sin escatimar frases reveladoras, frases incendiarias, hasta pícaras. Es un hombre de izquierda y su sino es y será siempre la provocación.
Desde que rindió protesta dejó en claro que el suyo sería un gobierno diferente. Su primer discurso como cabeza de Estado fue lapidario para muchos de los que estaban ahí. El hombre sabe quién estuvo con él, quién no lo estuvo. Su olfato político no lo engaña: sabe reconocer el aroma de la lealtad, la pestilencia que secreta la hipocresía y la maledicencia. No en balde lleva años transitando por los laberintos de la vida pública, así que conoce todos sus caminos, las pequeñas veredas.
AMLO ofrece conferencias de prensa diarias. Él, Miguel Barbosa, apostó más a los martes ciudadanos, y pese a las críticas, la gente parece estar contenta con la dinámica. Con poder ir a sentarse frente al funcionario, al secretrio o frente al propio gobernador en vez de sólo ir a mirarlos a lo lejos, desde la parte baja de un escenario en el que los políticos parecen figuras de cera inalcanzables.
La presencia de doña Rosario humaniza aún más al personaje. Si de por sí Barbosa ha dado desde el principio una imagen terrenal, tener junto a su esposa y hacerla plenamente partícipe en todas sus actividades, surte en la gente un efecto positivo.
Los hombres de poder por lo general son criaturas egoístas y solitarias rodeados de otros hombres también de poder. Un mundo que era vedado para las parejas, a menos que esas parejas fueran tan dominantes que quisieran por fuerza aparecer a cuadro por una suerte de conveniencia personal, en busca de un fin ulterior y mal intencionado. Los Barbosa-Orozco son, más que otra cosa, una pareja tradicional, muy mexicana. Si uno los observa desde fuera no se puede traducir bien si la suya es una familia apegada al patriarcado o al matriarcado. Más bien todo parece indicar que ambas formas de convivencia familiar conversan y se ponen de acuerdo.
El estilo de gobernar de Barbosa va respetando los lineamientos de la 4T, sin embargo, no se perece mucho al estilo de López Obrador. Al presidente le falta sentido el humor (negro), Barbosa echa mano de él a la menor provocación. Sólo basta pasar revista a los videos cuando fue invitado a los informes de gobierno de los presidentes municipales. MORENA domina la escena geográfica del Puebla, sin embargo, muchos de los presidentes municipales son la antítesis del gobernador, y así se los ha hecho sentir y saber en febriles discursos que han caído como balde de agua helada sobre aquellos que han hecho del gatopardismo su respectivo modus operandi político.
Es un martes cualquiera desde que entró al gobierno. Luis Migue Barbosa ha pasado todo el día atendiendo los asuntos del pueblo. Ha recibido cartas, documentos, algunos presentes, felicitaciones, quejas. Cerca de él, su consejero jurídico, Ricardo Velázquez Cruz, asiente y le dice algo al oído.
Pronto se levantarán de esa mesa y se trasladarán al comedor. El nuevo gobernador prefiere comer en Casa Aguayo que irse a pavonear al Desafuero o a algún otro restaurante cinco estrellas en donde acostumbraban a despachar sus antecesores. Sabe que el hecho de presentarse a esos lugares no abona en nada, sólo en generar polémica y en provocar que se le acerquen todos aquellos quienes otrora renegaron de él.
Barbosa es un hombre de costumbres fijas. Es un hombre de gran apetito, mismo que sacia donde sabe que nunca le darán carnero por chivo.
La comida es una ceremonia intimista, por eso reúne a los suyos en torno a su mesa. Sólo quienes han estado ahí sentados pueden presumir de contar con amistad.
Después de año y medio de intensas campañas y golpes bajos, el gobernador sabe con quién sí y con quién no. El suyo no es un estilo polarizante, más bien precavido, atento. Inusual en un mundo donde la parafernalia y el doble juego han terminado por ser las némesis de aquellos que han pasado por esa misma silla que hoy es suya.