UNA LEY IMPOSIBLE (Y LOS HIJOS LAMPIÑOS DE JULIAN ASSANGE)
TALA/por Alejandra Gómez Macchia
En el año 2006, el australiano Julian Assange fundó WikiLeaks: un sitio donde se publicaban (filtrados ilegalmente) documentos y archivos comprometedores de diversos gobiernos que acusaban crímenes de guerra y fraudes.
Assange desde entonces se volvió el Santo Patrono de los hackers; todo el mundo sabía de quién era el sitio WikiLeaks, y la gente mandaba dinero para fondearlo, ya que –obviamente– no contaba con ninguna clase de convenio ni patrocino gubernamental porque contravenía intereses de muy alto rango.
Para muchos, Assange es un gran exhibicionista y un cínico que ha vivido fuera de la ley, ya que el espionaje es considerado un delito, sin embargo, sin los arrestos de este personaje, muchos crímenes de guerra y conversaciones delatoras, hubieran pasado a ser parte del Archivo General de la impunidad (y la infamia) mundial.
Assange fue perseguido durante años por varios gobiernos, resguardado por otros, y al final de esta historia, Inglaterra logró imputarlo y mandarlo una temporadita a la cárcel.
Hoy Julian Assange es un hombre libre que se planta en Cannes protestando sobre los crímenes perpetrados en Gaza.
¿Es Assange una lacra o un héroe? Cada uno lo pondrá en la cajita de su preferencia según los principios morales (del día) y retomaré este pasaje para concluir el texto.
El apunte Assange viene a cuento por la complejidad de la nueva Reforma al Código Penal Del Estado de Puebla respecto al Ciberacoso.
Sería muy importante responder algunas preguntas básicas sobre qué es el asedio o el acoso.
¿Cuántas veces necesita importunar (físicamente o por escrito) una persona a otra para ser considerada un acosador o un asediador?
¿Cuál es el tamiz del lenguaje teniendo en cuenta que hay un paradigma según la generación a quien se interpele?… porque no es lo mismo herir la susceptibilidad de un baby boomer que de un miembro de la generación z.
No me gustaría extenderme demasiado en fijar una postura respecto a si está bien o está mal la ley contra el ciberacoso, porque es un asunto inabarcable que toca muchos puntos a nivel social y político, y sería mejor dirimir el asunto en algún foro en donde se genere debate e intercambio de ideas, así como equilibrio de fuerzas.
Prefiero entonces contar mi experiencia como usuaria de redes sociales, como ciudadana de a pie, como artista, y como cabeza de un medio de comunicación.
Escena 1
Abrí mi Facebook en el año 2010 por la necesidad de conectarme con mi hija que en ese entonces vivía a 3000 km de distancia. En esa red social de cocción lenta, su papá podía subir fotos en donde yo podría verla crecer rodeada de su familia, de árboles de maple, y uno que otro alce. Esa era la utilidad que yo le daba a Facebook, y a continuación fungió como un vínculo con las personas que conocí en mi temporada en playa del Carmen.
Jamás recibí ningún mensaje molesto, ninguna foto indecorosa no pedida, ni alguna mala contestación a un post. Quizás esa calma aparente se debió a que en ese momento no ejercía ninguna clase de postura política ni tenía nada que ver con algún personaje público.
Escena 2
Abrí mi cuenta de Twitter en 2012 cuando comencé a publicar columna de opinión. Esta red social alberga todos los miedos y todos los odios del mundo, lo sé desde un principio y por eso siempre traté de solamente pegar mi link hacia la columna y retirarme lentamente, sin embargo, el hecho de publicar tus ideas es un deporte de alto riesgo. Ahí comenzaron los ataques sobre todo a nivel personal. Recordemos que cuando a la gente no le alcanza la retórica, recurre a la grosería. ¿De quiénes provenían los ataques? La mayoría de los personajes que tenían un huevo como ícono, o alguna imagen de parodia, o simplemente de manos anónimas que se envalentonan, se masturban creyendo que son algo o alguien más allá de un amasijo de complejos, y que sueñan con tener 15 minutos de fama a costa de manchar la reputación de los demás, siempre guarecidos detrás de una pantalla y de un severo complejo de inferioridad.
Escena 3
No sé dividir, no sé sacar una raíz cuadrada, tengo problemas con las capitales del mundo, hablo inglés como Sofía Vergara, tengo un certificado de preparatoria que rescaté porque me lo pedían para un trámite, no tengo mayor grado académico que lo que aprendí viviendo, leyendo y observando el mundo que me rodea y el que me está vedado. Esto ha sido motivo de escarnio en Twitter. Pasaron los años y seguí publicando. Digamos que mis talentos (pocos o muchos) los he utilizado para ser yo misma el producto que vende mi medio de comunicación. ¿Es una mala estrategia de mercadotecnia? Puede ser, sin embargo, después de 8 años aún sigue viva la revista y los odiadores de Twitter siguen creyendo que me afecta que me recuerden que en algún momento de mi vida bailaba en el barrio de los sapos la danza africana junto con mis compañeros percusionistas, boteando y divirtiéndonos como locos, pero sobre todo compartiendo esa acción cultural.
Haber sido joven y libre de danzar en la calle, para mis enemigos (ágrafos consumados y consumidos) suele ser el punto en donde me quieren atacar a Tui tazos. Échenle más ganas… tengo mejores defectos.
Lanzan en mensajes directos frases como: “¿Gracias a qué artes es que vives en un pent-house, cuando si siguieras bailando africano, de la Margarita no hubieras salido”. Para quien no sepa, La Margarita es una unidad habitacional de interés social; luego entonces, para mis puntuales (y progres) odiadores, la pobreza es inmoral.
Escena 4
Hubo una vez una campaña política. Los contendientes eran una mujer y un hombre. El hombre, que iba perdiendo en las encuestas, lanzó un tweet en mi contra con el único afán de perjudicar al medio donde escribía. Yo nada tenía que ver en la conversación política, sin embargo, a este político que pedía el voto a una gran cantidad de mujeres, se le ocurrió utilizarme como blanco del dardo envenenado que debió de ir dirigido hacia sus críticos, no a mí. Su comentario fue de lo más misógino y bajo. No vale la pena citarlo porque jamás he sido víctima ni revictimizada, pero el candidato quedó retratado tal cual es en 140 caracteres, y por supuesto, no obtuvo ni la candidatura de su partido. En esta escena, la ofensa y el daño moral fue perpetrado por un personaje que dio la cara, lo cual, si bien habla de su patente vulgaridad, se compensa con el valor de hacerlo de frente.
Escena 5
Pude rescatar mi revista después de la pandemia gracias a que el entonces gobernador, Miguel Barbosa, confío en mi talento y firmamos un convenio de publicidad con su oficina de comunicación social. De pronto la gente se horroriza y denuesta a los periodistas por trabajar con el poder, sin embargo, los contenidos que manejaba en DORSIA no eran columnas de opinión, ni loas, ni golpeteos, simplemente daba difusión a campañas culturales, turísticas y artísticos.
El contrato terminó, y ambas partes cumplimos. Sin embargo, hace 1 año, desde una cuenta de bots, subieron copia de ese contrato para tratar nuevamente de demeritar mi trabajo asumiendo que yo no era capaz de generar mis propios ingresos ni hacer mis propios tratos sin la influencia de aquellas personas que me han acompañado sentimentalmente. La misma cuenta me ha golpeado en repetidas ocasiones por causas diversas, desde el anonimato por supuesto, y en su momento, se reveló una supuesta pista de la persona que estaba detrás del Trol, sin embargo, fue una falsa alarma, ya que es casi imposible identificar las IP de donde brota el estiércol cibernético, pues según lo que entiendo, a determinada distancia (o radio), los dispositivos que están dentro de esa área pueden tener la misma IP, luego entonces, ubicar la oposición exacta del aparato de donde twittean los troles o se activan los bots, es muy riesgoso, ya que podrían pagar justos por pecadores.
Fin de las escenas.
Disculpará el lector la extensión del texto, pero creo que es importante cuestionar y reflexionar alrededor de un tema que afecta a todos; la violencia en esta modalidad: la ciber violencia.
La facilidad que existe para que se cultive y florezca el delito en un campo abstracto como lo es las redes sociales, es y seguirá siendo un problema en tanto la educación siga siendo una asignatura pendiente en el país.
La controversial ley anti-acoso cibernético que se aprobó hace unos días en Puebla, debe de ser revisada a profundidad, porque el tema es mucho más profundo. Implica temas socioculturales, geopolíticos, generacionales, aspectos del lenguaje e identidad, matemática, etc.
La idea de esta ley pareciera buena en tanto se sustente en un marco jurídico sin huecos, y por supuesto, lo más importante, que fuera en beneficio de todos.
Que amparara con eficacia y sin pretextos no solamente a funcionarias o diputadas que se han quejado desde tribuna de ser mancilladas en su honor, sino también a las mujeres y hombres que cotidianamente son violentados impunemente por fantasmas.
El ciberacoso es más doloroso y ha causado más víctimas en las escuelas, con los adolescentes que apenas se van formando una personalidad, que en los políticos que tienen una plataforma y todo el poder para defenderse.
Por eso creo que esta ley es una ley imposible.
Porque, si a Julian Assange no pudieron demostrarle todos los delitos que se le imputaban siendo un punk que abiertamente firmaba sus filtraciones, suena muy lejano poder dar con los carroñeros que gritan sus frustraciones desde las cloacas de las redes poblanas.