domingo, noviembre 24 2024

por Alejandra Gómez Macchia 

Uno de los temas más misteriosos y examinados por el hombre es la noche.

Se han escrito ensayos sesudos, novelas delirantes y poemas llenos de almíbar alrededor de este fenómeno. La nota roja se escribe –por lo general– con el domo cerrado. A la sangre le gusta la noche y la noche se nutre de ella.

Decía Jorge Luis Borges que la lluvia es algo que siempre ocurre en el pasado. La noche, en cambio, es necesariamente un esbozo del futuro; la coronación, el desdoblamiento del presente.

A la noche le debemos siempre el respeto que su profundidad merece.

El enfermo le teme desde su morbilidad; la oscuridad eleva su estado de alerta, y por añadidura, la excitación.

El delirio nos visita con más fuerza una vez que el sol se escondió.

El sexo matinal es más parecido a una rutina de cardio que al acto de entrega y desgarramiento que sucede entre los cuerpos que no se ven, pero se presienten.

La noche aguza nuestros sentidos. Olemos más, tocamos mejor, el sabor es reinvención y deconstrucción de la imagen mental del objeto diurno.

En las noches serenas, el solitario escucha el golpeteo abrupto de su sangre.

Los monstruos casi siempre se asoman en las sombras, lo que representa una posibilidad única para amigarse con ellos, para conversar con los ojos bien abiertos en busca de un acuerdo que nos devuelva a la seguridad que ofrece la luz.

La noche es un gran invento de alguna divinidad que no castiga, más bien juega.

La danza se ensaya en la tabla y el polvo mecánicamente antes meridiano, pero no es sino hasta que cae la noche que deja de ser un método para volverse en la rebelión del instinto.

La luna es en verdad un agujero que tiene el mundo oscuro por el que se cuela una luz externa, inextricable, inverosímil, insoportable.

Y ella, la luna, toca al mar y lo calienta; contonea al agua hasta el derramamiento. Como la noche derrama hasta a la mujer más fría.

Hay mucho de lobos en los hombres. Y el aullido es un llamado que se hace a la manada: nadie que aúlle de día sería tomado por un loco ejemplar.

La locura es un toque divino.

Es sangre que se confunde de vena.

 

Estas ideas deshilvanadas me vienen a la mente cuando pienso en la noche. Pero hay otras más llanas y tangibles que tienen su propia sucursal en el pueblo que muchos amamos: Cholula.

La vida en la ciudad más antigua del mundo se traduce en crónicas febriles de conquista, sangre, injusticias y rebeliones. Esa historia está escrita en libros que casi nadie lee porque la variación sobre el tema de un relato universal: el del día a día de la comunidad.

¿Y la noche?

De la noche se habla poco, se escribe poco porque revela secretos que no cualquier oído está preparado para escuchar.

Cholula tiene un lado B interesantísimo, el de sus noches. Y nuestro personaje algo (y mucho sabe de ella) porque de ahí ha oxigenado su raíz.

Úrsula Prawn es, como ya dije, un personaje. El alter ego de una mujer que se llama Érika Pérez y que, siendo la embajadora indiscutible de la vida nocturna cholulteca, curiosamente llega a asaltar la oscuridad desde Tijuana, hace muchos años ya, sin imaginar que su proyecto académico iba a trasmutar y a desembocar en un río en el que todos queremos meternos, aunque sus aguas no sean nunca las mismas: las mareas y resacas propias de la alegría nocturna.

El jolgorio, la fiesta, la animación y la revivificación de los cuerpos mediante la más noble y voluptuosa de las actividades humanas: el baile.

Si decimos Fónica, Úrsula aparece de inmediato en la escena de la memoria de los que hemos sido adictos a la noche; la veremos –poderosa y armada– detrás de los controles y las consolas, como una especie de sacerdotisa cuya misión es la más importante dentro de cualquier club: dinamitar la monotonía y exacerbar el gozo de estar vivos.

Yéndonos al pasado más remoto, los Disc Jockeys o “Pincha discos”, fueron parte esencial de la masificación de la música, el parteaguas entre la música que se consumía como ritual de estatus (en salas, cámaras y grabaciones inconseguibles) y la liberación de este arte como parte de la cultura popular.

No hay algo más POP que la lata de Campbell`s de Warhol, ¡o sí!, sí lo hay, el POP se sublima gracias a la figura del DJ.

¿Y qué es el POP sino la manifestación más pura de la democratización del arte? Su accesibilidad total…

Decir POP está muy mal significado porque la industria de la usura adoptó la palabra para producir música, textiles y pinturas en marcas híper explotadas. Pero ojo: el nacimiento del POP se da justo cuando surge el “Rock around the clock” de Bill Haley… es esa la génesis del movimiento, lo que los medios convirtieron en algo verdaderamente POPULAR.

Ursula, por supuesto, forma parte ya de la historia POP de Cholula y Puebla.

Los discos de vinil son una especie de ostia sagrada con la que sacraliza (profanamente) la caída del día.

Durante más de veinte años ha ejecutado no sólo sets de house y todo tipo de música electrónica, la mezcla es más profunda: es la hacer solubles todos los estadios del ser: de la melancolía a la euforia, del apelmazamiento a la violencia, de la abulia al júbilo, de la pasividad a la lujuria. Tener al mando el alma de una fiesta es hacer las veces de un curandero, llevar a la concurrencia por un paseo al círculo cromático de las emociones.

Cuando uno se mueve frente a la nave nodriza, muy cerca de las bocinas comandadas por el DJ, él; o en este caso ella, se convierte en una especia de Virgilio custodio que nos hace transitar por los círculos de la noche, y de algunos infiernos también. Pues recordemos el factor misterio de la caída del velo celeste: en la oscuridad se tejen sueños, pero también es la morada de lo que –otra vez Borges, tomando de la épica sajona el concepto– nombraba como “ya yegua de la noche”, The Nightmare: la pesadilla.

La primera discoteca del mundo se instaló en París y se llamaba Wiski A-Gogo (1947) ¿qué se oía en ese lugar? Simplemente música grabada en un disco; jazz, sobre todo.

Los míxers, o mezcladores fueron la ruptura ene el 69, apareció la segunda consola, y de ahí, lo demás no es silencio, sino el más febril ruido: el de la noche.

Para los noctámbulos de Cholula, Úrsula es un Tótem.

El mundo –mundano– del antro era hasta no hace mucho un monopolio dirigido por la testosterona. Aunque es verdad que la noche también hace pardos a los gatos y libres a los reprimidos… de ahí su encanto, su magia, y de ahí también que la irrupción estelar de una mujer moviera las cosas, las pusiera en una balanza más justa (y necesaria).

Los clubes que ha montado “La Prawn” en nuestras coordenadas han sido verdaderos ashrams de la diversión, de la más profunda; la que sucede pasada la hora del aullido.

La electrónica es, para la música, lo que para la gastronomía significa el postre: un largo camino hacia el placer máximo; la apertura de todos lo sentidos.

A la fecha no se sabe muy bien si el lado A de esta mujer sea Érika, la empresaria exitosa de gimnasios y que puso en el radar mexicano los Bagels, con su restaurante “Karma Bagels” (que ha tenido sucursales en distintos estados); o si Érika es el lado B de Úrsula Prawn.

Lo que es seguro es que para ser ambos personajes ha sido necesario mantener un equilibrio y una visión bien temperada. Ya que la noche también suele ser sinónimo de descarrilamientos y perdición, sin embargo, la falsa idea de que el DJ es el ser más reventado de la nocturna se contrapone, en este caso, con la disciplina que requieren sus demás proyectos.

Pervert, es el nombre de uno de los festivales más importantes de música electrónica; y la Prawn es parte de cartel permanente. 

El lenguaje de los dj´s es un laberinto en el que hay que perderse. Y triunfa el que sale ileso, renovado.

Es el caso de Érika “Karma”.

Festejemos: ¡Úrsula Prawn is in the house!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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