lunes, noviembre 25 2024

La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía

En un libro publicado en 1995 —Entre la Historia y la Esperanza—, Andrés Manuel López Obrador les dedica un capítulo muy ilustrativo a los gobernadores tabasqueños.

Dicho capítulo lo tituló El Imperio de la Corrupción.

Los ejemplos que muestra mueven a la risa, pero también a la rabia.

Con prosa cuidada, el hoy presidente de México va narrando las pillerías en las que incurrieron gobernadores como González Pedrero, Gurría y Rovirosa Wade, entre otros.

Y en medio de este bacanal aparece el nombre del impoluto Manuel Bartlett Díaz.

Pero nuestro Bartlett no surge de la nada o de la pura casualidad.

Su aparición es en el contexto de un término que evitó pronunciar la esposa de John Ackerman ahora que lo exoneró y lo dejó más limpio que el Santo Niño Cieguecito o el Santo Niño Doctorcito: corrupción.

Nuestro Bartlett —es un cínico, pero es nuestro cínico—recorre las páginas del libro de AMLO como parte de El Imperio de la Corrupción.

Vea el hipócrita lector lo que en realidad piensa el presidente de México de él:

“A partir de la irrupción petrolera, en cada sexenio se construían de nuevo los parques, las banquetas y los principales espacios públicos. Parecía que los gobernantes estaban poseídos de un desaforado afán de destruir, construir, volver a destruir para volver a construir. Desde luego, en esto también tiene que ver el hecho de que todos han querido dejar un sello imperecedero con alguna ‘obra magna’.

“Durante el gobierno de Mario Trujillo García (1970-1976), comenzaron los negocios de la urbanización de Villahermosa. Por ejemplo, cuando se proyectó la construcción del periférico, una elevada proporción de los terrenos baldíos comprendidos en el nuevo trazo de la ciudad, pasaron a ser propiedad de los más encumbrados funcionarios públicos.

“En ese sexenio, por hablar sólo de un negocio, los terrenos de Manuel Bartlett Díaz, que había heredado de su padre, Manuel Bartlett Bautista, fueron urbanizados de una peculiar manera. Bartlett hijo se asoció con el yerno de Trujillo, Ignacio Cobos, y ambos acordaron que éste se encargaría de introducir todos los servicios públicos (pavimento, agua, drenaje y energía eléctrica) y una vez concluido el trabajo se dividirían por mitad el nuevo fraccionamiento residencial Framboyanes. Así ocurrió, pero claro está que todas las obras de infraestructura se hicieron con cargo al erario”.

Pues sí, faltaba menos, nuestro Bartlett y su dinastía—como los enanos de la película de Werner Herzog—también empezaron desde pequeños.

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¿Y Abdala de Bartlett? 

El sobrino político del titular de la Comisión Federal de Electricidad, Rodrigo Abdala de Bartlett, heredó las mañas del clan.

No sólo desvió recursos públicos para promover a AMLO y a Bertha Luján, también ha hecho negocios oscuros desde la Súper Delegación que maneja.

(En ese contexto hay que hablar igualmente de nepotismo, amiguismo y tortuguismo).

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación lo encontró responsable de desviar recursos de programas sociales para promover la imagen de Morena y otros actores y actrices (algunas dramáticas) de Morena.

Él dice que no es cierto, pero hasta sus amigos dicen que sí.

Abdala de Bartlett quiere ser como su tío.

Es decir: hacer dinero desde la izquierda para vivir como miembro de la casta.

Ya empezó bien.

Es cosa de que en su momento la esposa de John Ackerman le lave la carita.

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