jueves, abril 25 2024

por Alejandra Gómez Macchia 

Imperturbable. Anárquica. Así encontramos a la Reserva de la Biósfera de Tehuacán- Cuicatlán, el escenario perfecto para sentir que el tiempo se ha suspendido durante millones de años en el México que este mes celebra un año más de independencia.

Podemos hablar de los héroes y las batallas. Lo que se nos recuerda año con año desde que vamos al kínder y las maestras nos disfrazan para la plástica de la ceremonia matutina del 15. Muchos curas Hidalgos, muchas Josefas Ortíz de Domínguez, Morelos y Allendes con sus trajes bien confeccionados.

El orgullo de ser una nación sólida y unida.

Podemos ilustrar el artículo con imágenes de los diferentes gritos que se dan en cada alcaldía, en cada balcón donde el gobierno reside. Podemos transcribir algún boletín oficial y anunciar las actividades recreativas y culturales que se ofrecen para el visitante. Podemos poner las letras de nuestro logo con tres colores, y repetir qué significa cada uno. Podemos invitar plumas que nos hablen de la historia, de las erratas en lo que se nos ha contado.

Podemos incluir infografías que nos tracen la ruta de años y años de lucha armada. Podemos también reproducir algunas instantáneas en Dolores Hidalgo. Redactar perfiles sobre los personajes; datos curiosos… un ¿sabias qué?

Pero preferimos entrar al campo, ir a la acción.

Subir pendientes y sentir el verdadero grito de la tierra a través de esa flora que aguarda apacible, imbatible.  

Este lugar ha sobrevivido a todas las catástrofes. Las especies de cactáceas, huesos de mamuts e insectos que mutan cuentan otra clase de historias: las de una raza que, aunque no ha salido ilesa, persiste.

En la reserva hay mitos que no salen de la frontera verde; los lugareños hablan de enormes animales y de chaneques: ánimas de niños muertos que se han quedado atrapadas en este mundo y juegan como no pudieron hacerlo en su corta vida.

Podemos sólo tomar fotografías de aquello que deleita y excita los sentidos: las formas caprichosas de los tetechos o la estoicidad guerrera de los órganos y garambullos.

Sin embargo, hay remanentes de todo tipo de vida… impensable que el árido San Juan Raya fuera un mar poco profundo. Es gracias a ese fenómeno llamado erosión, que se ha podido descubrir las capas primitivas de este lugar.

La erosión es la huella del tiempo, porque recordemos que el calendario y los relojes son inventos del hombre.

Los paisajes hablan, revelan con viento y agua el pasado silente de los pueblos.

Lo fósiles son una especie de artesanía; están allí, se han quedado ahí, ocultos bajo el polvo y el fango, guardando secretos.

La naturaleza es una gran narradora, ella misma va contando la historia sin prisa. Se deja desvestir lentamente; es una dama voluble.

En San Juan Frontera, por ejemplo, hay un pozo de mar fosilizado.

¿En ese tipo de cosas pensaba José Emilio Pacheco cuando escribió su poema Alta Traición?; en esos tres o cuatro ríos que tatuaría en la memoria para no olvidar el privilegio de ser habitante de un país que ha vivido casi todo el tiempo en llamas; en las metafóricas y las literales.

Las montañas que hoy vemos no estaban ahí hace millones años.

Los restos de la vida marina formaron el suelo calcáreo que hoy domina la escena.

Luego aparecieron los humanos… y ese luego no fue instantáneo: hablamos de apenas veinte mil años, según los códices mendocino y florentino.

Y en medio de esa crónica, el cardo como un Dios… así lo cuenta uno de los primeros historiadores de la Nueva España, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés.

En 1535 describe así el lugar en la Historia General y Natural de Las Indias: “Unos cardos e derechos, mayores de lanzas de armas… los cardones que los chripstianos llaman cirios… estas son una manera de cardos muy espinosos y salvajes”.

Podemos mencionar aquí todas las especies de flora y fauna de la región, sin embargo, lo que quiere leer la gente es algo en donde ellos mismos aparezcan.

La idea de ir a La reserva de la biósfera para ilustrar el reportaje estaría manca sin los personajes. Teníamos que mandar el mensaje: en un México tan dividido por las ideologías, el clasismo y la política, los polos opuestos se atraen.

Dos personajes: ambos cien por ciento mexicanos, nacidos en Puebla. Conocidos en sus distintos medios por lo que representan. Dos artistas en lo suyo. Grace Balcázar en la pintura, Ricardo Medel en la danza, el circo y el clown.

El ambiente hace a la bestia.

La reserva saca algo de la gente que no se revela en las ciudades ni en los templos ni en las haciendas coloniales: todo el que se atreve aprende cómo se feliz en el desierto.

Vemos dos figuras que se distinguen a primera vista porque una es morena, bronce, y la otra es rubia, dorada.

A ella, cada vez que deambula por las calles le hablan en inglés y le quieren vender más caras las artesanías o el kilo de jitomate. A él se lo quieren llevar las inglesas, las gringas y las alemanas porque lleva el fuego del latino en la forma de moverse.

No necesitan hablar para entenderse en cuanto se ven. Están unidos por el lenguaje, por la historia de un país que, de no haber sido conquistado, sería otro muy distinto, tal vez menos rico.

Grace y Tink (nombre artístico de Ricardo) se conectan desde que se suben en el carro que nos llevará a lo que ni siquiera sabíamos que sería la sesión de portada.

A todos nos pasma la belleza del lugar. Nos cambia el ánimo y hasta el matiz de la piel.

Hay algo en el sol de estos lares que convierte a todo el que llega en un lagarto, en criaturas de tierra en busca de la sombra bajo los cactus.

Y los cardos que parecen velas y que son velas, custodian el secreto que el mar se llevó.

Los lugareños nos miran con curiosidad. Saben que no somos turistas japoneses ni viajeros jipis en busca de plantas mágicas. El propósito es observar cómo el clima cambia el comportamiento.

No hay algo más mexicano que los cactus, que los nopales. Están en los códices, en los escudos, en las febriles crónicas de conquista y muerte.

Por eso invitamos al “abuelo”, un cráneo prestado que corona la visita. ¿De quién fue esa cabeza? Lo ignoramos. Pero también viene a bailar.

Lo que Tink hace son movimientos de varias disciplinas: la danza libre, algunas figuras ceremoniales mexicas y las poses contrahechas del Butoh japonés.

En pleno mediodía, metidos entre los cerros, la danza de la oscuridad es una puerta hacia otras realidades.

Ella se une al movimiento. Es lo que más llama la atención en un sitio donde los habitantes son milenarios órganos estáticos y verdes que crecen sin que el mundo se dé cuenta.

Han estado ahí por años. Son entidades intocadas por las revueltas. No conocen de bando políticos. Viven sin agua y durarán más que nuestro olvido.

Y de pronto se siente el power mexicano. En la güera, en el moreno, en la mirada curiosa de don Nacho y los guardianes del lugar.

La independencia se celebra de manera simbólica y es bastante ambigua.

Acá sólo se siente una cosa: una profunda y genuina libertad.

 

 

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