miércoles, diciembre 18 2024

Salmos Paganos
Por: Por Aldo I. Cortés Chilaca

Tendría unos quince años cuando leí uno de mis cuentos predilectos; homónimo del libro de cuentos que don Jorge Luis Borges escribió. Aquel se refería a este, como su magnum opus; su legado; su firma más auténtica: El libro de arena.

La adicción a la regresión del tiempo es un sacrilegio para el presente. No conforme con las vicisitudes del ahora, la mente se perturba con la incertidumbre del devenir y, paradójicamente, con las certezas del pasado.

El siglo XXI respira caos. No puedes huir de tu sombra y, sin embargo, puedes invitarla a bailar. Rememoro con cierta nostalgia –la misma que es imprescindible cuando yace la posibilidad de ser feliz– las palabras grabadas en el ocaso de Borges. La literatura es un hito ex nihilo.

Decía Aldous Huxley que, la literatura es la necesidad de ordenar el tiempo y darle significado a la vida. ¿Fines utilitarios? Quizás. Pero siempre es más fácil abrir la caja que contiene las instrucciones. El raciocinio occidental proscribe respecto del porqué. Alguien, en medio del infinito, tuvo la osadía de preguntarle a Borges: «¿para qué sirve la poesía?”. Y contestó con más preguntas: ¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café? Y cada pregunta sonaba como una sentencia: sirve para el placer, para la emoción, para vivir.

El libro de arena es un cuento infinito de palabras, no es fantástico ni verídico, es la transmutación de ambos. Mientras usted lee esto y yo escribo, ya somos recuerdos. Naturalmente, generalizo. El río de Heráclito seguramente tiene excepciones, porque aun cuando no somos la persona de ayer ni la persona del mañana, prevalece la misma eternidad.

El columpio va y viene, sube y baja; siempre estamos más cerca del sol; siempre estamos más lejos del suelo. Esta no es tu primera vida, tampoco es la última. Mi conciencia es diáfana: el hoy es el preludio de mañana. Y nada podrá morir antes del momento fijado. Distintos en la vida; iguales antes los ojos de la muerte.

Ha aumentado la entropía, también la misantropía. El desagrado entre propios y extraños. Estamos en la tierra de Nietzsche: aquí los verbos han dejado de conjugarse. No hace falta eterno retorno. No abundemos en teorías etéreas. El tiempo siempre será motivo de regresión, palabras más, palabras menos.

Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.

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