viernes, noviembre 22 2024
Por Staff Dorsia

Por todas partes del mundo hay paredes que cuentan historias. Muros que nacieron como cualquier muro: lisos, uniformes. Posteriormente cambiaron su aspecto según se fueron dando los acontecimientos en la ciudad o el pueblo.

Los muros, además de ser las protecciones de una casa o templo, son inmensos lienzos que de una u otra manera están ahí como testigos permanentes.

No es extraño que los grandes artistas hayan escogido precisamente las paredes y los techos de los recintos más significativos de sus pueblos para plasmar ahí su obra, que al estar precisamente expuesta en lugares públicos, deja de ser parte del arte elitista y se convierte en un baluarte de la ciudad. Forman parte de su encanto, y son la crónica más puntual del paso tiempo.

De la vida diaria de los habitantes y sus actividades más representativas. Desde las grutas de Altamira, pasando por los muros prehispánicos, mosaicos bizantinos, los famosos Frescos, las Estancias Vaticanas, hasta los murales de la época del más recalcitrante nacionalismo mexicano cuyos miembros siguen siendo los más grandes artistas del país, las paredes han sido parte fundamental de la identidad de los pueblos.

Zacatlán no se queda atrás en lo que respecta a este tipo de manifestación artística y antropológica.

Compuesto por miles de mosaicos, vidrios, espejos y materiales de reciclaje, el Vitromural de Zacatlán de la Manzanas se levanta justo frente al mirador panorámico que da a la Barranca de Los Jilgueros y consta de tres partes: “La vida eterna”, que retrata once pasajes bíblicos.

La parte principal (de 96 metros) que representa la historia y las tradiciones de Zacatlán (las manzanas, la panadería y los relojes), y por último, fragmentos de la cosmogonía Nahuatl; donde resalta, sobre todo, una bellísima cabeza de Quetzalcóatl. El proyecto fue concebido y propuesto por Mary Carmen Olvera, miembro de la familia Olvera, reconocida por llevar generaciones manufacturando relojes “El Centenario”.

La obra fue ejecutada por la artista plástica Trish Metzener-Lynch quien se apoyó con voluntarios de la comunidad para dar vida a este mural que de día muestra a detalle la narrativa que el artista concibió, y que de noche resplandece.

Nada es arbitrario en este mundo; por eso mismo el mural está plasmado en la pared lateral del Panteón Municipal de Zacatlán, lo que lo dota de una estela misteriosa y festiva a la vez.

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