viernes, noviembre 22 2024

Tala/ Alejandra Gómez Macchia

Acapulco.

Cada vez que llego a esta bellísima bahía pienso en la canción de Lara, y en “María Bonita” sorteado su primer desaguisado con el “músico poeta” por causa de una iguana. Sí, por una iguana.

Sépase que a “La Félix” no sólo le mataban las iguanas de Cartier, también era una defensora a ultranza de los animales… y no sólo de los reptantes.

Hace algunos años, mi entrañable amigo Enrique Serna (quien hizo una puntual biografía de María Félix para Clío), me contó que mientras “La Doña” y Agustín Lara pasaban su luna de miel por estos lares, María sufrió su primera decepción amorosa porque Lara, haciéndose el gracioso y seguramente bajo los influjos es equis sustancia, lapidó a una iguana que pasaba por ahí –mientras las olas columpiaban a la diva– cosa que María tomó como una demostración de la más vil crueldad (cuando Lara le disparó con una Beretta, la “doña” confirmó sus sospechas).

Ese es el Acapulco que yo tengo en mente cada vez que cruzó la última caseta, antes de desviarme –irremediablemente– hacia la zona Diamante, que en tiempos de la Félix no existía, por supuesto.

Acapulco Diamante es relativamente nuevo. Llamaremos “nuevo” a lo que tiene menos de veinte años.

Fue gracias a los jugosos negocios de Diego Fernández de Cevallos, que hoy la clase pudiente puebla esos terrenos (esas playas) que son  lo “top” de la vieja bahía en donde todavía se vislumbran los fantasmas de Liz Tayor, de los escritores beatnicks y locos legendarios como Howard Hughes.

En esta zona, Acapulco Diamante, ser sirvienta es un crimen, aun en tiempos de la película Roma y de la entronización de las nanas (y las muchachas) que se vuelven parte de la familia en las clases media, media alta y fifí.

Se llama “La Isla Residence”.

Es en este lugar, ubicado en Acapulco Diamante, donde se da una de las manifestaciones más pestilentes de clasismo proveniente, no necesariamente de los propios inquilinos, más bien de los administrativos, que no dudaremos ni un minuto que se trate de gente metida en la práctica del chaca chaca, es decir, del lavado de dinero; teniendo en cuenta que en esta época las grandes constructoras operan a una velocidad sospechosa…

En la piscina de este lujoso edificio de condominios hay un anuncio que dice: “se multará con 5000 pesos (pago inmediato) a todo aquel condómino que permita que su muchacha de servicio se meta a la alberca”.

¿Qué pretenden demostrar los administrativos del lugar?

Que hay personas de primera, segunda y hasta tercera, y que las “chachas” como se les nombra peyorativamente a las asistentes del hogar o a las niñeras, deben por fuerza abstenerse de tocar el agua de una alberca hecha exclusivamente para blanquitos… no vaya a ser que saquen la piedra pómez y el agua se contamine.

Otra lindeza del condominio: “se multará con cinco mil pesos al que cuelgue sus toallas de la ventana o el balcón”.

Con esa advertencia queda claro que en el condominio no se permite gentuza que viaje al estilo “mecánica nacional”. Nada de anafres ni te toallas con el logo de las Chivas o el Cruz Azul. Para eso los departamentos vienen equipados con SE-CA-DO.RAS ¿Okey?

Leyendo dicha nota viene a mi mente una maravillosa anécdota:

En Puebla, al final de la década de los setenta, la gente asistía al Club Alpha.

Al club Alpha entraba todo tipo de gente: desde el obrero que quería ir a nadar y a hacer uso de los baños de vapor, hasta los ejecutivos de la planta Volkswagen.

Así que en la alberca y en las canchas y en el gimnasio convivían los pobres con los ricos, los popof con los jodidos, los foráneos con los oriundos, los criollos con los arios, el patrón con el infelizaje.

Como quien dice, se daba una sana comunión del frijol con el beluga.

Las nupcias del fierro con el aluminio.

Fuera del club, el comercio informal pululaba.

Hombres y mujeres chambeadores llevaban sus productos para vendérselos a los usuarios: ora un puesto de salvavidas, ora un carrito con trajes de baño, ora un churrero o la señora que llevaba sus tortas.

Y el señor de los elotes… ¡tan sabrosos!, con su mayonesa y su queso y su limón y su chile.

Los anuncios que indican una prohibición pueden parecernos siempre chocantes e innecesarios.

Uno sabe que, por ejemplo, no se puede dar vuelta a la izquierda en las avenidas principales o gritar en una biblioteca; y a la fecha es impensable poder fumar en un hospital o dependencia de gobierno.

Pero antes, cuando se pasaba por alto la literalidad de las palabras y se tenía la necesidad de explicar con peras y manzanas las prohibiciones, se veían anuncios como: “prohibida la entrada a menores, mujeres, animales y uniformados” (a los bares). O en algunos salones provincianos de baile el dueño colgaba una cartulina en la que advertía: “favor de no tirar las colillas porque las señoritas se queman los pies”. Lo que desvelaba el estatus del salón.

Pues bien, así como hoy existen anuncios como en “La Isla Residence”, en los que se criminaliza la pobreza,  hace cuarenta años se criminalizaba al elote.

¿El elote?

Sí.

El elote, el pinche elote.

Cuenta la leyenda que de las paredes lloronas del cuarto de vapor del ya mencionado Club Alpha, pendía un surrealista anuncio: “Favor de no entrar con elote”.

Y es que la gente que llegaba al club lo hacía por lo general después de una intensiva jornada de trabajo duro en la fábrica textilera o luego de asistir al colegio, por lo tanto la gente llegaba hambrienta, o si no hambrienta, con antojo de algo, y ese algo no era la torta, sino el elote, por lo tanto, de la entrada del club al cuarto de vapor olvidaban tirarlo, o si no lo olvidaban, lo hacían a propósito; así que no faltaba el cabrón goloso que se encueraba en el vestidor y no soltaba el elote hasta que el último diente fuera desprendido del palmito, o sea, del cuerpo del elote. Y ese cuerpo iba a parar al suelo del vapor, ocasionando a veces accidentes entre los bañistas.

No dudamos ni un momento que dicho anuncio se haya colgado no tanto por el desagradable olor de un elote aderezado, pues la peste a mayores rancia se puede camuflar con la peste que exudan los crudos o los imbañables. No. Lo que se concluye es que esos elotes eran elotes sospechosos: elotes sospechosos de intento de homicidio. Elotes malandros, maloras. Elotes sigilosos y alevosos, y a que el vapor, al nublar la visión a corta distancia (y ni se diga la visión de la cabeza al suelo), esconde el hueso del elote, y cualquier hueso de elote en el vapor se puede confundir fácilmente con un pie o con un estropajo (aunque el estropajo es blando).

Sin embargo, poco tiene que ver la intención del anuncio en “La isla” con la intención del anuncio del elote.

La primera es una manifestación fascistoide execrable.

La segunda no es más que la prevención de una muerte absurda a manos (o a granos) de un miembro de la comunidad vegetal.

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About Author

Alejandra Gómez Macchia

Truncó su carrera de música porque se embarazó de Elena. Fue bailarina de danzas africanas, pero se jodió la rodilla. No sabe cómo llegó al periodismo (le gusta porque se bebe y se come bien). Escribe para evitar el vértigo. En el año 2015 publicó “Lo que Facebook se llevó” (Penguin Random House), y en unos meses publicará un libro de relatos, “Bernhard se muere”, en la editorial española Pre-Textos.

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