Memorial
Por Juan Manuel Mecinas
Si se toma en cuenta lo que unos dicen a favor de López Obrador y lo que otros sostienen en su contra, parecería que estamos ante dos países distintos: o nos encontramos en una transformación o estamos camino a una dictadura y una debacle democrática sin precedentes.
Sin embargo, la realidad parece tener matices importantes que descoloran ambas posturas, la de los triunfalistas y la de los catastrofistas.
Por un lado, que el país esté en una transformación es el deseo de muchos, aunque no hay indicios claros de que eso esté ocurriendo. El gobierno se ve, se entiende y se asume como un gran constructor y se piensa que la obra pública es el pilar fundamental del gobierno. En eso coincide con los anteriores gobiernos: así lo entendía el peñanietismo y por eso puso su mira en la construcción del fallido Aeropuerto de Texcoco. Y así lo piensa el lopezobradorismo, que centra sus esfuerzos en la edificación del aeropuerto de Santa Lucía, en la refinería de Dos Bocas y en el Tren Maya. Y eso es un error: las obras benefician a algunos miles o millones, pero solo los programas de largo aliento y de gran alcance pueden transformar al país. La obra pública no puede ser el pilar de un gobierno.
Algunos programas de la 4T han triunfado irrebatiblemente. Habrá que mejorarlos, por supuesto, aunque hoy nadie escatima la utilidad de las becas a estudiantes y las ayudas a adultos mayores. La pandemia originada por el COVID ha dejado de lado cualquier discusión e incluso la oposición ahora parece estar de acuerdo en una renta universal básica, algo que históricamente la derecha siempre miró con recelo.
Fuera de eso, los programas de la 4T parecen meros parpadeos de esperanza en la desigualdad económica y social en la que se encuentra el país. La Reforma Fiscal es la gran deuda de la 4T. México tiene grandes problemas fiscales y presupuestarios: se recauda poco, los ricos pagan menos que el grueso de la clase media, la informalidad roza el 30% de los empleos en el país y, por si fuera poco, el gasto público es desorbitado e ineficaz en muchos organismos autónomos y dependencias de gobierno en todos los niveles. La corrupción, en otras palabras, sigue siendo una constante.
La desigualdad es el otro gran pendiente del lopezobradorismo. No se trata solo de una cuestión económica, sino de hacer válidos los postulados de un Estado de derecho, como es el respeto a las normas y la garantía de los derechos mínimos. El combate a la desigualdad es además el tema que más ha confrontado al lopezobradorismo con la sociedad civil, pues el Presidente se ha empeñado en minusvalorar las demandas de colectivos feministas que exigen igualdad de trato y oportunidades. López Obrador ha caído en la trampa de creer que las protestas eran contra él, cuando en realidad son una exigencia para transformar el sistema. El presidente se ha mirado el ombligo en este tema: expresa excusas en lugar de esbozar soluciones.
En seguridad, López Obrador apuesta por fortalecer la Guardia Nacional, pero a su vez refuerza la presencia de los militares en funciones de seguridad pública. Los números de muertes y de delitos siguen siendo de un país que está en medio de una guerra entre cárteles del narcotráfico y en año y medio de gobierno no se puede decir que la inseguridad en el país haya disminuido. La masacre continúa y los números son de una guerra despiadada por el control de territorios para favorecer a grupos del hampa. Los avances de la 4T en la materia son nulos o invisibles.
Y la economía es el talón de Aquiles más evidente de la 4T. Para colmo, los números decrecen de forma desorbitada como consecuencia de meses de confinamiento y no se ve cómo el partido en el gobierno pueda llegar con buenos números a la elección de 2021. Cierto, los datos macroeconómicos no reflejan el bienestar de todos, pero lo cierto es que los malos números macroeconómicos conllevan más pobreza y menores oportunidades de crecimiento para los más necesitados -eso es innegable. En otras palabras, aunque el presidente quiera que se miren otros parámetros, en este momento no existen las condiciones para que económicamente los mexicanos tengan una mejor calidad de vida. El mejor país al que aspira el presidente y quienes lo apoyan, ahora mismo no tiene el rumbo adecuado.
A todo esto, si en el panorama encontramos destellos y muchos nubarrones, es claro que la transformación que muchos sueñan y que algunos creen que está ocurriendo está lejos de vislumbrarse. Eso no quiere decir que estemos en presencia del inicio de una dictadura o de una crisis democrática sin precedentes. Ni lo uno ni lo otro. El país sufre porque las cosas se han hecho mal durante décadas y algunas (o muchas) se han hecho mal en los últimos meses. El gobierno debe insistir en ese sueño transformador, sin evadir la realidad que traza un panorama malísimo en el corto y mediano plazo. Y los catastrofistas deben de dejar de lado el discurso del rompimiento y actuar con más realismo y menos fobia. La guerra discursiva fascista que ambos bandos sostienen en nada beneficia. El país sigue desangrándose y con dos médicos que tienen diagnósticos distintos para salvarlo, pero que pelean como Caín y Abel mientras el enfermo agoniza.