jueves, noviembre 21 2024
Por Staff Dorsia

Encallado en la sierra de Puebla, Zacatlán no es sólo un “Pueblo Mágico” con sus casas de gruesas paredes y tejas. Tampoco es sólo el lugar en donde se dan las más jugosas manzanas (aunque es verdad; si se visita Zacatlán es obligatorio probar los distintos postres y bebidas hechas con ese fruto). Zacatlán tiene un encanto único desde que te vas aproximando. Uno sabe cuando está cerca porque casi siempre está envuelto en nubes. Es una tierra de niebla, es decir, de agua ingrávida que se enfría al contacto con el aire y no se precipita.

Llegar a Zacatlán desde la Ciudad de México o Puebla es como introducirse a esos pueblos europeos por donde pasean príncipes y lores. Pero también rockstars y gente bien alivianada.

Después del viaje por las carreteras en las que se despliegan las más insólitas gamas del verde, de pronto surge esta ciudad como una especie de promesa de que hay vida más allá del Mictlán.

Instalarse en alguna cabaña con vista a la Barranca de Los jilgueros o incluso en el corazón de la ciudad es una experiencia alucinante que va de lo apacible a lo vertiginoso, y si el visitante posee un poco de imaginación puede llegar a sentir que está en medio del rodaje de una película de misterio. Aquellos que prefieren darle un sentido profundo a la vida encontrarán entre sus calles el ambiente propicio para alimentar sus dotes artísticas.

Zacatlán es un lugar digno de fotografiarse, de escribirse y de pintarse. También es el destino ideal para escapar del bullicio cotidiano de las grandes ciudades.

A Zacatlán se viene a respirar libremente y a desconectarse por un momento de los lastres electrónicos (aunque la ciudad está plenamente conectada en casi todos sus puntos). Caminar por las calles del primer cuadro es maravilloso por la mezcla de olores que se suspenden al pasar. El pan de queso no es cualquier pan.

El pan es uno de los motivos principales para que las familias todavía se reúnan en torno a una mesa.

Hay un dicho muy común en Puebla que dice: “si no tienes un amigo libanés, busca uno”. Pues bien, aquí se podría aplicar el mismo consejo: “si no tienes un amigo zacateco, busca uno”.

Y es que la calidez de la gente es lo que equilibra las largas jornadas de frío por las que transita el lugar.

Zacatlán es tierra de vino, pan, manzanas, relojes y bordados, es decir, todo aquello que se necesita para celebrar la vida como se debe. Por eso Zacatlán es una fiesta.

José Castañares
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