viernes, noviembre 22 2024

por Jhonny Ántrax

El aficionado mexicano del fútbol tiene un filin muy especial. Es, como Juan Charrasqueado, borracho, parrandero y jugador (el mejor de los casos).

Pero no sólo los aficionados han dado la nota a nivel internacional en las justas mundialistas. También los jugadores nos han regalado joyas para la picaresca nacional.

Aquí algunas de las anécdotas más sonadas (y penosas) que se han dado en medio de los mundiales de fútbol, donde supuestamente la banda va a apoyar a su selección y no a hacer panchos legendarios…

I  ¿Y mis chiles?

Sucedió en 1958, cuando un excelente jugador de Las Chivas, llamado José “El jamaicón” Villegas, hizo un oso de leyenda a la hora que se le dio la oportunidad de representar a la nación tenochca con sus piernas de oro.

Resulta que meses antes del mundial de Suecia, el entrenador mexicano Nacho Trelles se llevó a sus muchachos a Portugal para unos partidos amistosos.

Una vez que llegaron a Lisboa, la confederación de fútbol de ese país le ofreció a nuestra selección una cena de gala, en la que evidentemente sirvieron platillos portugueses. Todo iba bien hasta que Trelles se dio color de que en la elegante mesa había una silla vacía. Contó a sus muchachos que, embriagados por el oporto y los albariños, reían y disfrutaban de la cena. El que faltaba era el tal “Jamaicón”.

El entrenador caminó unos cuantos pasos, abrió puertas. Nada. De pronto vio a lo lejos, entre la densidad de la noche portuguesa, un bulto que parecía un hombre agazapado. Y eso es lo que era el bulto: un hombre agazapado, trémulo, que tenía las manos abrazando sus muslos y la cabeza hundida entre los hombros. El bulto que resultó ser un hombre que resultó ser el elemento faltante en la cena, sollozaba como un crío. Trelles lo tocó por los hombros. El bulto se limpiaba los mocos.

–¿Qué tienes, Jamaicón?, preguntó Trelles.

–Nada, Nacho. Nada.

–¿Cómo que nada, Jamaicón, si estás hecho una piltrafa?

–Bueno, sí. Lo que pasa es que no me siento cómodo en esa mesa. Sirven comida extraña que no me gusta. No hay birria ni chiles ni tortillas. Además extraño a mi mamacita.

Días después, en los partidos mundialistas, “El jamaicón” remató con broche de oro su ridículo; y es que su participación en los partidos fue más mediocre que el de un parroquiano que juega una cascarita de fútbol llanero.

Por eso desde ese momento todo aquel mexicano que sale de su país y extraña el chile y las tortillas, a su mamacita, y vuelve derrotado, es tildado como víctima del “Síndrome de “El jamaicón” Villegas”.

II Quince minutos de (mala) fama en París

Decía Federico Nietzsche que si los imbéciles volaran taparían la luz del sol. El gran filósofo alemán pocas veces se equivocaba. Y eso que no creo que haya conocido a varios mexicanos que hacen gala de esa imbecilidad con sumo orgullo.

En 1998, un fulanito llamado Rafael Ortega (24 años) se paseaba ebrio y feliz, feliz y ebrio, cuando de pronto se le ocurrió la soberana idea de ir a mear (sí a hacer pipí) en el así llamado “Fuego eterno de los mártires franceses”: una llamita imperecedera que llevaba encendida desde 1921 justo en el icónico Arco del Triunfo de la “Belle París”.

Al tal Rafael, que no tenía la menor idea que esa llamita era un símbolo nacional, le cayó la policía francesa y fue a parar a donde van a parar los malandros de todo el mundo: a la cárcel.

Bastaron un par horas para que la noticia diera la vuelta en todos los noticieros causando indignación generalizada. “Pero, ¿y?”, se dijo el joven cuando pagó las correspondientes multas… si con ese acto heroico (tan elegante) obtuvo aquello que Andy Warhol decretaba: “todos los hombres tienen derecho a disfrutar una vez en su vida quince minutos de fama”.

 

III “Push the red button”. Tocar en caso de emergencia

¿Por qué creemos que somos simpáticos cuando estamos ebrios? O que todo se puede justificar diciendo: “es que andaba pedo”.

Así le pasó a un mexicano cuyo nombre la historia ha borrado, cuando en el alucine de su viaje etílico en el mundial de Japón (2002) entró al impactante tren bala y se preguntó ¿qué pasa si pico ese botoncito? Y con su pulso de maraquero lo oprimió. Acto seguido, el tren bala se detuvo por primera vez desde que fue puesto en marcha.

Nipones uniformados y civiles corrían presas del pánico, mientras el “simpatías” mexicano se doblaba de la risa.

A la hora que fue apañado por la tira, el sujeto, más ebrio que una uva, dijo que no se azotaran, que nomás había sido una bromita.

IV ¡Véngase, ese mi Mandela!

Es muy mexicano llegar a tierras extranjeras con un horrendo sombrero de charro comprado de último momento en el aeropuerto.

Supongo que en épocas de Mundial y Olimpiadas el aumento en la venta de sombreros de charro aumenta considerablemente.

Y ahí vemos a nuestros compatriotas que tienen el varo, o que vendieron a su abuelita, o que vendieron anfetaminas y a su abuelita, portando esos sombreros con tal de brillar en el estadio al ir a apoyar a la selección hasta el fin del mundo. Los vemos por televisión festejando goles furtivos o bien llorando la noche triste de las consabidas derrotas.

Fue en Sudáfrica 2010 cuando un hincha mexicano decidió festejar el triunfo de los ratones yéndole a plantar uno de esos sombreros de fieltro corriente a una estatua de Nelson Mandela.

¿Imagina usted tal desfiguro?

Claro que lo imagina. Si ya sabemos que nuestros paisanos siempre tienen que dar la nota.

En este caso, el evento fue tomado como un insulto a la nación.

V Perdido en un barco

Esto no es gracioso. Es más: no es nada gracioso porque es algo que todavía no se esclarece del todo.

Corría el mundial de Brasil 2014, y los mexicanos se aprestaron a ir a ver partidos, pero también aprovecharon para conocer a chicas de Ipanema y a darse el rol por las favelas más tenebrosas.

Imaginen la fiesta: estar en el país donde se dan los mejores jugadores del balompié, pero también las más bellas mujeres del planeta.

La combinación es todo un coctel molotov.

Ahora agréguenle un elemento: un chavo embriagado por los dionisiacos placeres cariocas volando en un crucero donde compartía espacio con otro enfiestado de campeonato: el ex presidente Calderón.

Jorge López Amores; ese es el nombre del chico que montado en el potro del alcohol se aventó del crucero hacia el mar. Los motivos del “accidente” quedaron, como casi siempre, ocultos.

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Jhonny Ántrax

Mi madre pensó en abortarme, pero se le pasó el tiempo y nací un 6 de enero. Hasta hace poco era NINI. Hoy soy un godín sin aspiraciones, pero a la moda. Me gusta la literatura beat y el porno asiático

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