lunes, noviembre 25 2024

por Alejandra GómezMacchia

“¡Chíngatelo!”, dicen al unísono las amigas mientras tomamos tragos pagados (indirectamente) por aquel que, en breve, va a recibir el ramalazo de su vida.

“Tú ya te jodiste; aguantaste sus briagas y hasta te hiciste bien mensa cuando se iba de putas”, vuelven a decir a coro y dan bocanadas furiosas a sus cigarrillos como si en cada bocanada pudieran extirparle el cerebro (y la reserva de semen) al que otrora fue el “ser más amado”.

Una de ellas habla mostrando una excitación enfermiza. No se atreve a dar “el mal paso” porque no sabe hacer un carajo más que ir por la despensa… aunque a últimas fechas descubrió que desde su iPhone, bajando la aplicación de Superama, ya ni siquiera tiene que tomarse la molestia de levantarse de su cama para ir a escoger la carne y el pescado. El papel higiénico y el jamón. Sin embargo, es ella quien habla con mayor aplomo, como si al convencer a la increpada pudiera ella liberarse de sus yugos domésticos por ósmosis.

Las otras dos ya están divorciadas. Llevan años disfrutando de las mieles de la soltería (aunque no los disfrutan a plenitud porque temen que si su ex se enteran que cogen con medio mundo, les va a dejar de pasar la pensión).

Pero enfrente de la nueva miembro del club están dos lobas a las que el colmillo les arrastra hasta el subsuelo.

Hablan del matrimonio como lo peor que les ha pasado en la vida: “una monserga, una condena, un hecho brutal e innecesario”.

Una de ellas, la más avispada y a la que mejor le va, se asume como feminista. Lee baratijas “pro-derechos de la mujer” que se publican en Readers Digest y en Cosmopolitan. Va a una psicóloga que le cobra mil pesos la sesión y que conoció en un curso de veganismo y super-foods.

Antes iba a un piscólogo, pero un buen día, el día que el muy imbécil se atrevió a contradecirla, decidió abandonar la terapia y dijo que el psicólogo era un misógino de mierda, adicto al patriarcado, que quería revertirle sus traumas de infancia.

Ella, la alegre comadre feminista, viaja dos veces al año al extranjero gracias a la jugosa pensión que le bajó al ex. El ex es un buen tipo que trabaja duro. Es empresario, pero no nació en cuna de oro. Se ha fletado toda la vida para hacerse de un patrimonio digno, mismo que compartía con su mujer hasta el peregrino día que se le ocurrió buscar una amante porque su esposa simplemente ya no quería acostarse con él porque le dolía la ciática todo el tiempo.

Cuando ella descubrió que su marido tenía una amante, planeó minuciosamente dar el golpe. Lo dejó seguir con el extravagante romance hasta que ella dijo: “ahora es cuando”.

Una mañana, tras el viaje de aniversario, le dijo que lo sabía todo y que en breve le llegaría la demanda de divorcio. No habría negociación posible, y ella iba a exigir la mitad de todo: “La casa para mí. El departamento adonde llevas a tu piruja para ti. Las dos camionetas pa’ca. Tú llévate tu mugroso carro en donde la gata esa deja sus pintabocas adrede. Los niños no se cambian de escuela y ahora pagarás las sesiones de psicoanálisis de todos porque la separación será un “issue” imborrable. Sé cuanto ganas, así que no vayas a salir con pendejadas ni bateas de baba”.

El hombre, con tal de librarse de esa bruja insufrible, accedió a todo. Más le valía volver a empezar casi de cero, a pasar la vida con una rémora que se contradecía todo el tiempo porque, así como iba a marchas feministas, al día siguiente extendía la mano para que el otro le patrocinara el coffee break de las juntas de las mujeres a las que “apoyaba”.

“Chíngatelo”, dicen al unísono las amigas mientras apuramos las últimas gotas de la felicidad de un Alion reserva. “Tú eres una profesionista y no tienes por qué se condescendiente de un patán que te ha humillado en tantas ocasiones”. “Sí, sí, sí, porque las mujeres liberadas no tenemos por qué soportar los embates de estos machos de cagada que sólo andan viendo a quien le bajan la falda”.

Pero, ¡oh!, ¿qué pasa aquí?

Odian a esos machos “chupacoños” y están dispuestos a hacerles pagar sus trastadas, no con la misma moneda (que sería lo justo), sino con la amenaza vil y conchuda de dejarlos en la calle.

¿En dónde queda entonces ese valor libertario?

¿La independencia también se rige por una vulgar moneda de cambio?

Al parecer sí.

“Chíngatelo”. “Nuestra lucha sigue, pero chíngatelo”, dicen, ya ebrias, mandándo a llamar al chofer que también les paga el asqueroso ex.

Piden la cuenta y la pagan con la tarjeta adicional sin límite que ese “hijo de puta” les dio para acallar sus culpas. Y ellas, las amiguis, pues meten su dignidad redentora en un cajón, junto a su Tafil y sus panfletos feministas.

 

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